Plot for peace: Complot para la paz (Carlos Agulló, Mandy Jacobson)

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Jean-Yves Ollivier, un empresario francés de origen argelino, aterriza un buen día en Sudáfrica y decide resolver el conflicto de medio continente africano envuelto en guerras internas, persecuciones y un racismo atroz. Aunque siempre dispuesto a moverse por intereses económicos (al fin y al cabo es un empresario de cereales, como se nos dice todo el tiempo y de petróleo, pero ese oscuro y viscoso líquido es referido en pocas ocasiones durante el metraje), dada su experiencia como adolescente en Argelia, cuando tuvo que exiliarse a Francia junto con un millón de personas debido a la guerra civil/guerra de liberación (elegid cualquiera de ellas), está dispuesto que a los ingenuos blancos sudafricanos no les suceda lo mismo por como tratan a los negros, por lo que la única salida es la paz social y para ello, la paz en la región.

Jean-Yves Ollivier lucha contra el apartheid. Ese estado racista y militar que fue durante decenios Sudáfrica. 

Anda ya, eso no hay quien se lo crea.

Jean-Yves Ollivier ya había viajado con regularidad a otros países, como el Líbano durante la guerra civil aunque no salga a relucir en el documental, y desde luego estaba estrechamente vinculado a un francés llamado Jacques Chirac, alcalde de París, luego primer ministro del país galo y finalmente Presidente de la República Francesa.  Un empresario dispuestos a ayudar y a lucrarse. Seguramente. Un agente del servicio secreto francés defendiendo los intereses nacionales. Sin duda.

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Complot para la paz, aunque limitada en su presentación del personaje central y deplorable en sus olvidos y descuidos sobre su persona y auténticas motivaciones, no es un mal documental. Todo lo que se cuenta puede haber sucedido tal como se narra. No es toda la verdad, ni de lejos toda la historia. Cierto, pero aún así cumple su función.

Aunque de pasada y sin meter el dedo en la llaga, se deja caer una conclusión que duele, aunque siempre ha estado ahí. El problema del Apartheid de Sudáfrica, tan condenado por el mundo entero, no era más que un pequeño detalle de algo mucho mayor llamado la Guerra Fría. Y ahí se ha de dar las gracias al documental por ser tan “apolítico”, no mostrando ni cariño ni desprecio por toda la cantidad de hijos de puta que aparecen en pantalla, sean dictadores apoyados en la URRS o en los Estados Unidos. Aunque choca su manera tan poco beligerante con la que se nos acerca a los personajes de ideologías adversas que aparecen en pantalla, al final acaba ayudando a comprender que todo formaba parte del engranaje estúpido y absurdo que fue la Guerra Fría, donde cada cual ponía en su cabeza el concepto del bien y el mal, mientras palmaban decenas de miles de personas entre la población civil y algún que otro europeo y americano se forraba. Daba igual que tuvieran razón, que fueran comunistas o no, o que apoyaran al racismo sudafricano, todos eran piezas de algo mucho mayor.

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Sudáfrica es un país anticomunista. Apoya a los rebeldes de Mozambique, país comunista que apoya a los rebeldes negros de su vecino, una de las justificaciones oficiales para no dar libertades a los negros sudafricanos («negros=rojos», el chiste es mío). Igualmente, Sudáfrica tiene anexionada Namidia, desde donde ataca a Angola, país comunista, apoyado por los rebeldes de dicho país. A Angola van a parar unos 50.000 cubanos que frenan el avance sudáfricano. Así que la URRS da dinerito y armas a los dos mencionados países marxistas-leninistas, mientras Estados Unidos, entre gritos ultrajados por el trato del gobierno sudafricano a la población negra, da dinero y armas a Sudáfrica. Y en medio, Francia, que no puede abrir relaciones diplomáticas con Sudáfrica por el embargo, desea explotar para su propio beneficio los recursos naturales del país. Y la única solución pasa porque Sudáfrica deje de ser un país paria por la comunidad internacional (exceptuando para las dictaduras de Brasil y Chile y la demócrata Israel) y para llegar a eso hay que dejar de tener toda la región en el caos y la destrucción de la guerra. No queda otro remedio. Un complot para la paz.

Omitiendo al interés francés en los recursos naturales del sur del continente, nos queda una orgía de ideas y conceptos de la guerra fría, donde todo queda claro entre las entrevistas de algunos de los líderes más destacados de la contienda entre los dos bloques políticos y económicos que chocaron de bruces en África.

Ameno, con un ritmo trepidante… no queda un mal documental. Su frialdad en cuanto a la guerra deja helado, pero mientras algunos ven pornografía moral, yo veo un acierto.

Una buena historia, sin duda, de como un francés puso de acuerdo a un montón de gente que se odiaba entre sí, creando una de las semillas de la futura paz. Muy bonito, sí. Pero ojo, sólo es una parte de la historia. La que le interesa a Jean-Yves Ollivier.

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