Olvido y León (Xavier Bermúdez)

En 2004 aparecía la primera película protagonizada por una persona con síndrome de Down en España, León y Olvido. El largometraje de Xavier Bermúdez mostraba como León (Guillem Jiménez), expulsado una vez más de otro centro, volvía a casa al cuidado de Olvido (Marta Larralde). Su hermana melliza, superada por sus problemas personales y harta de cargar con su responsabilidad, lo trataba con brusquedad e intentaba deshacerse de él en múltiples ocasiones. Años después retomamos con Olvido y León (2020) a los mismos personajes en momentos diferentes de sus vidas, mediatizadas por la situación económica y social del país. Aquí comienzan las diferencias con la original. Si en aquella ese contexto se daba integrado argumentalmente, en esta se muestra de forma explícita las consecuencias de la crisis, el descontento ante la clase política y el compromiso del personaje de Larralde con todo tipo de causas como las protestas antidesahucios o del movimiento feminista. Otra diferencia que aparece a simple vista es la utilización de una fotografía digital en alta definición, que cambia por completo la textura tan particular de la que proveía a la imagen el uso de la cámara MiniDV hace más de 15 años. Esto se suma a un cambio sustancial entre la enérgica planificación y montaje, minuciosa composición e inmersión en los espacios de la primera cinta y un estilo de dirección mucho más reposado y estático ahora.

Olvido trata de sacar adelante con poco éxito su carrera como actriz, mientras León encadena trabajos a los que no consigue adaptarse por un motivo u otro. Pasan mucho tiempo juntos en casa y las disputas domésticas son el principal motor dramático. Una casa cuyo nuevo casero pretende usar para alquiler turístico y que acaba por proponer matrimonio a su inquilina nada más conocerla. La construcción del mundo de los personajes responde a las mismas intenciones de ese distanciamiento sobre la realidad de León y Olvido, con unos diálogos crudos y humor seco, perspectiva observacional y elipsis muy marcadas, en la línea del trabajo de un cineasta como Aki Kaurismäki. Sin embargo, desde el principio esto choca con esas referencias directas a la realidad externa, que desarticulan el sentido de extrañamiento narrativo que propone y resulta fallido en demasiadas ocasiones. La relación entre ellos sigue siendo igual de honesta: la de dos personas que se tratan como iguales abordando sus diferencias y singularidades, evitando la condescendencia. La frustrante vida amorosa de León vuelve a ser uno de los ejes del relato, así como la ambivalente relación con su hermana en cuanto a la intimidad entre ellos, con una desconcertante tensión sexual que sigue presente.

El amor y los cuidados mutuos de la relación de León con Olvido desafía muchos prejuicios todavía hoy. Una y otra vez León repetía que su hermana la necesitaba y había prometido cuidar de ella. Ahora esto alcanza una nueva dimensión, mucho más trágica. Olvido tiende a autolesionarse e incluso llega al intento de suicidio. Algo que vemos a través del ‹flashback› un año antes del día de su boda que inicia esta continuación in media res. Quizá aquí es donde se encuentra el punto más débil del filme. El suicidio aparece como fenómeno social a través de la tragedia personal, aproximándose al tema de forma directa e incluso dando pie a la que probablemente sea la escena que mejor reproduce el tono tragicómico y el sentido del humor extremadamente negro que tenía la producción anterior, cuando León se dedica a leer las estadísticas de suicidio a través de una ‹tablet› a dos pacientes recuperándose de haberlo intentado. La evocación de lo sucedido años atrás también se reconoce a través de múltiples planos y situaciones, diálogos y gestos autorreferenciales que la conectan con la primera. Un personaje en el hospital verbaliza, como en otras ocasiones durante su metraje, el mensaje que quiere subrayar y dejar bien claro el director en su aspecto discursivo, quizá en un ejercicio de transparencia excesiva de la propuesta. Hay que nombrar las cosas y hablar de ellas para despojar a nuestros fantasmas del poder destructivo que tienen sobre nosotros a través del miedo y el silencio. Todo esto pesa demasiado en el tramo final de Olvido y León, pero no alcanza a eclipsar el extraordinario trabajo actoral de Marta Larralde desde lo físico. Es en su rostro donde hallamos una profunda tristeza que, sin palabras, logra capturar la desesperanza, frustración y rabia contenida de quienes han asumido que no existe un futuro para ellos.

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