Mammalia (Sebastian Mihăilescu)

La iconografía y los conceptos temáticos recurrentes del ‹folk horror› han regresado, a través de recientes títulos, al imaginario popular. Sus formas vuelven a sentirse vigentes también para la inspiración de algunos cineastas. Los primeros compases de Mammalia (Sebastian Mihăilescu, 2023) sugieren ya la perturbadora presencia de ceremonias ancestrales en las que se ve involucrado más adelante el protagonista de la película, Camil (István Téglás). Unas mujeres con ropajes blancos, realizando de manera sincronizada coreografías y sonidos —potenciados por la estridente y poderosa banda sonora de Piotr Kurek—, establecen ya de inicio la idea de que las normas de nuestra realidad no se aplican al desarrollo de este filme. Camil es un hombre mediocre, atrapado en un trabajo de oficina. Su novia le abandona para unirse a este grupo y realizar un ritual de la fertilidad en un bosque remoto con un lago. A lo largo del metraje este ser gris, alienado y solitario, se enfrenta al abandono y busca la manera de recuperar a su compañera. La extrañeza de cada plano rodado en 16 mm por el director de fotografía Barbu Balasoiu (Sieranevada, Cristi Puiu, 2016) nos transporta a una sucesión de viñetas que configuran su refinada puesta en escena como algo abstracto.

La película se estructura a partir de una concatenación de planos estáticos frontales, que aprovechan tanto la profundidad de campo como el entorno arquitectónico y el paisaje natural en sus composiciones —a modo de elemento expresionista, que viene a explicitar el vacío y la soledad de los personajes frente a su lugar en el mundo—. De esta manera se construye una atmósfera onírica, apoyada en unos diálogos muchas veces enigmáticos, que se sienten inconexos entre una localización y la siguiente. En muchos instantes esto da pie a un humor absurdo, a medio camino entre el gag visual, el contraste de elementos o la subversión de expectativas dramáticas. Algo que evoca ineludiblemente al cine del director sueco Roy Andersson. Los vecinos del edificio de Camil son también actores que ruedan una película de ciencia ficción con argumento fantástico del tipo de la serie b de los años cincuenta: la búsqueda de un preciado elemento que les hace encontrarse con un planeta habitado sólo por mujeres. La cuestión de los roles de género se presenta directamente con la exclusión de Camil de un ritual atávico de una secta pagana de mujeres, que parece salida de Midsommar (Ari Aster, 2019).

El discurso que emerge a partir de su dispositivo formal no está a la altura, sin embargo, del elaborado aspecto visual del filme. A través de una narrativa elíptica y dispersa, se aborda tanto la hiper-individualización y la competitividad de la sociedad capitalista —especialmente desde una perspectiva masculina— como la imposible búsqueda del sentido de pertenencia a un grupo para los hombres. Lo que trae al presente esa disruptiva cultura de lo colectivo y de conexión con la naturaleza, de una dimensión telúrica, que tradicionalmente se ha asignado a (y temido de) las mujeres. Lamentablemente, Mammalia utiliza recursos muy obvios y burdos para afrontar las relaciones entre los sexos y la inquietud masculina sobre su autonomía y sororidad. en forma de imágenes tótem que retrotraen al espectador al simbolismo primitivo de las brujas, a la comunión entre ellas y con las energías ocultas del planeta. Todo como representación superficial del cambio de los roles asignados históricamente a lo masculino y lo femenino, que conectan con los avances del movimiento feminista en la actualidad.

Pero en una escena vemos a Camil probándose pelucas de mujer y toda la comicidad pretendida de ese momento viene del hecho de ver a un hombre probándose pelucas para simular un aspecto femenino y del amaneramiento de otro de los actores que lo acompaña. Además de un sonrojante intento de provocación al mostrar a un hombre embarazado. Esto más que una subversión de la expresión de género, o de un desafío de concepción binaria del mismo, resulta tremendamente anacrónico y desfasado, por no decir grotesco, desde el punto de vista de la representación. Mammalia termina así por perfilar un sustrato ideológico tremendamente simplista, que no está a la altura de las composiciones visuales y el complejo rompecabezas que propone su director a través de la estructura de su relato.

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