Lux Æterna (Gaspar Noé)

Uno de los fenómenos más incomprensibles y más irritantes con los que servidor se encuentra a veces es aquel en el que cierta audiencia se regodea en la crítica despiadada hacia un director concreto a pesar de saber positivamente qué tipo de cine nos va a ofrecer. Gaspar Noé es esa clase de director incendiario que parece despertar el masoquismo de cierta audiencia con mayor profusión cuando posiblemente sea uno de los más honestos en cuanto al balance entre expectativa y resultado final.

Esto no es óbice para pasarse al lado contrario, es decir, a la falta de perspectiva y adoración sin filtro por todo lo que hace. O lo que es lo mismo, no hay que confundir estilo con resultado. En este sentido, su anterior film, Climax, ya era un poco como ver jugar al Barça de Valverde, tan reconocible como gastado a pesar de su buen resultado final.

Sin embargo, lo peor que le puede pasar a un provocador, a un amante de la broma pesada como Noé, es que le rían las gracias por encima de las posibilidades de su cine. Y no, desde aquí no exigimos que el francoargentino realice una secuela de Frozen o una comedia con Jennifer Aniston (aunque nos encantaría verlo, todo hay que decirlo), pero sí que, en su afán por contar cualquier cosa tire de manual aunque no funcione lo más mínimo.

Lux Æterna se mueve en los parámetros de las bases de la creación, del cine como agente del caos y reverberación grotesca de cualesquiera que sea el tema tratado. Una especie de rito satánico grotesco que deforma y convierte en esperpento todo aquello que toca. En este caso Noé usa el leitmotiv de la quema de brujas para mostrar el circo bufonesco de un rodaje y convertir a sus actrices en mártires de la luz epiléptica, de los caprichos erráticos de los productores y de la locura y prepotencia de directores y equipo.

A pesar de lo afilado del retrato y de jugar con los recursos de forma puntillosa pero coherente, hay algo que enerva soberanamente, que Noé decide ser santo y mártir por incomparecencia. Lo que nos muestra el director no es su caos, es el caos de los otros o al menos el que su visión le otorga. Para ello no duda en usar fetiches de otros directores (Charlotte Gainsbourg, a la que convierte en una Maria Falconetti de neón) e ir atizando irónicamente a diestro y siniestro a tótems cinematográficos ajenos que, en cuanto a polémica (por cine o por personalidad) no son tan distantes a lo que Noé está haciendo película sí y película también.

Este es un film vampírico en cuanto a ser un espejo donde el propio director no se ve reflejado sino que sencillamente se lanza a una piscina de mugre y cual sarcástico Jesucristo flota por encima sin que esta le salpique. Si ya en Love, Noé decidía bajo el amparo del 3D correrse en la cara de su audiencia, en Lux Æterna parece dispuesto a ir un paso más allá bajándose los pantalones y haciéndonos un calvo cinematográfico bajo la aquiescencia de un público entregado. Sí, la sensación final es que esto ya no es un fin de ciclo sino un epílogo decadente de alguien que está a dos películas de mearse literalmente en la cara de su audiencia. Es pues quizás el momento de decir basta y dejar de aplaudir semejantes sandeces, sobre todo por la relevancia de quien las está cometiendo.

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