Louis Garrel… a examen

La línea que une a los tres protagonistas del primer largometraje de Louis Garrel, Les Deus Amix (2015), surge en la narración de forma natural en sus primeros minutos, vinculando tres personajes extraídos de viñetas muy distintas. De Mona (Golshifteh Farahani), una presidiaria que mantiene un permiso de trabajo en una pastelería de una estación de metro, pasamos a Clément (Vincent Macaigne), un extra de cine. Este mantiene un intenso interés amoroso en ella después de un breve encuentro, incomodándola en su insistencia e incapaz de entender por qué no puede pasar tiempo con él. Su amigo aspirante a escritor, Abel (Louis Garrel), le aconseja por teléfono en mitad de una cita con prostitutas, para luego descubrir que mantiene una relación con una menor. Con esta presentación de personajes que mantienen tensiones muy evidentes con las normas sociales, el guión coescrito por Christophe Honoré —inspirada en la obra Les Caprices de Marianne de Alfred de Musset— ya abre la posibilidad de las ambigüedades y contradicciones que marcan las dinámicas entre ellos y que se desarrollan a lo largo de su metraje.

Estas tensiones se entrelazan con las ideas del amor y de la amistad, en un triángulo amoroso del que somos testigos de su evolución desde una restricción temporal ya presagiada desde el inicio, con las calles y distintos lugares de Paris como escenario. ¿Cuál es la naturaleza de la afinidad entre Abel y Clément? ¿Qué tienen en común para aguantarse a pesar de todo? La escapada de los tres, al forzar a Mona a abandonar su tren de regreso a prisión, les arrastra junto a ella en una huida hacia delante de unas vidas que no satisfacen a ninguno de ellos. Algo que no se reconocen ni a sí mismos. La cámara de Garrel se detiene en describir espacios, se acerca a los personajes y mantiene su mirada en los rostros con planos largos durante los diálogos, más interesado por lo que no se dice, por los gestos y las reacciones del que escucha que del que habla. Vemos una ciudad caótica y lúgubre, indiferente a las carencias y frustraciones de sus habitantes. Esta falta de conexión con los demás se explicita cuando Abel se empeña en leer uno de sus escritos a una atractiva mujer, que aparece sentada en un coche de alta gama para repostar en la gasolinera en la que trabaja.

La vida que desea Abel se le escapa siempre y para obtener algo de ella intenta, por ejemplo, conectar con los amigos adolescentes de la chica de instituto con la que mantiene una relación o seducir sistemáticamente a las mujeres por las que su amigo muestra interés. La aproximación al romance y los conflictos que provoca la aparición de Mona en estos dos amigos podría evocar a Jules et Jim (François Truffaut, 1962). Garrel captura a unos personajes que se perciben vivos, que en cualquier momento pueden salir corriendo huyendo de la cámara, incapaces de escapar de su realidad construida dentro del cine. Mona, Abel y Clément participan en una recreación fílmica de las revueltas de mayo de 1968 que nos traslada a otro trabajo de Garrel como intérprete, The Dreamers (Bernardo Bertolucci, 2003). En esa lucha entre lo íntimo y lo público, entre lo personal y lo político, no se puede cambiar cómo nos relacionamos con el otro sin transformar primero nuestra manera de comportarnos con nosotros mismos, quienes somos.

Mona lo sabe y quiere cumplir su condena y reformarse. Por otro lado, la declaración de amor de Clément desvela más sobre sus necesidades que sobre ella, que en un instante posterior convendrá en la suerte que tiene porque nunca está solo al tenerla en su mente todo el tiempo. Una de las pocas concesiones hacia un personaje triste y patético —del que la cinta no se compadece y retrata con crudeza en su manipulación emocional, celos y sarcasmo—, que explota magistralmente Macaigne, subvirtiendo su aparente fragilidad inicial y llevando al extremo la propuesta discursiva del filme, que se mueve en un tono de imposible equilibrio entre instantes de gran carga irónica sobre un poso agrio provocado por la oscuridad que esconden estos dos hombres desorientados en su interior, que se necesitan a pesar de todo al reconocerse cada uno de ellos en la del otro.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *