Los bárbaros (Javier Barbero, Martín Guerra)

La pérdida, la desorientación, la nada. Vivir sin expectativas, ahogar los sentimientos, mirar hacia el futuro y encontrar simplemente el vacío. Esto es lo que, grosso modo, nos propone, un film como Los bárbaros. Una mirada a una generación perdida en un mundo que parece ofrecer cero salidas. Un retrato que no solo se percibe pesimista en el mensaje, sino que sus directores, Javier Barbero y Martín Guerra, se encargan de hacerlo palpable, casi físico a través del tono y de una estructura formal que viene a rellenar los huecos de los silencios y omisiones de sus protagonistas.

Y es que esta es una película de tonalidades frías, grises. Un ambiente gélido que casi se revela como opresivo. Emplazada en un no-lugar. Un sitio inconcreto que podría estar en cualquier emplazamiento. Con ello llega la universalidad, el huir del localismo. Puede que se sienta lejano, pero al mismo tiempo podría estar sucediendo a la vuelta de la esquina. Y en ese contexto un grupo de jóvenes desorientados, hastiados, con vidas miserables y ninguna expectativa. Son jóvenes, sí. Pero hay algo en sus miradas que los convierte en seres descastados, sin alma, cansados. Sin ningún tipo de objetivo.

Los bárbaros bien podría haberse titulado Los náufragos. Al fin y al cabo eso es lo que son sus protagonistas. Y como tales, como seres a la deriva, encuentran acomodo justamente en compañía de los otros. En este sentido, y quizás como nota digamos positiva, se realza el valor de lo comunitario, de conseguir una identidad ni que se a través de lo compartido, aunque sean cosas como la tristeza. De alguna manera ese edificio a medio hacer, esa metáfora de la propia experiencia vital se convierte en un isla donde encontrar resguardo. No tanto por convertirse en una arcadia feliz, sino por ser como un tronco donde agarrarse, donde sentir algo parecido al calor de la humanidad compartida.

No solo esto se transmite en la puesta en escena desangelada sino también en una estructura divagante, repleta de cabos sueltos e historias a medio contar. Podríamos hablar de película desdibujada en el sentido de que así son sus personajes, constructos a medio hacer, sin un pasado, ni presente ni futuros definidos. Todo ello incide en un ritmo pausado, que a veces puede resultar exasperante e incluso dubitativo por no saber a donde vamos ni si hay alguna meta argumental final. Esto, que puede parecer incluso anti cinematográfico, es justo lo que sus directores pretenden, que entremos de forma inmersiva en la experiencia de sus personajes.

Por ello concluimos que estamos ante una película de visionado complejo, alejado de la simplicidad con la que el cine social aborda sus temáticas. Los bárbaros rehúye lo doctrinario, el discurso a modo de ‹miting› político y opta por lo sensorial, acercándonos no solo a sus protagonistas sino a su experiencia íntima. Sí, es posible que como debut incurra en algunas metáforas obvias y a veces puede que sea reiterativa, pero más por la voluntad de sus directores de dejar claras sus pretensiones que por un ataque autoral. Es decir, una película que puede no impactar finalmente pero si que es un puro ejercicio de honestidad.

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