La tercera parte de la noche (Andrzej Zulawski)

Sin duda la de Andrzej Zulawski es una de las carreras más fascinantes, malditas e inquietantes de la historia del cine. Siento una especial atracción hacia el cine del polaco del mismo modo que la siento hacia el cine de otro maestro cuyo arte ostenta claros paralelismos con los films de Zulawski, este es, el canadiense David Cronenberg. Ambos dejan claro en sus criaturas su especial predilección por las deformidades del ser humano (tanto físicas como psíquicas) así como su regusto por la salpicaduras de sangre y las atmósferas malsanas y enfermizas, metáfora esta de la achacosa sociedad en la que se desarrollan las historias perpetradas por la afilada mente de estos dos grandes cineastas.

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La de Zulawski ha sido una carrera marcada notoriamente por su lucha para sacar adelante proyectos que toparon desde sus más tiernos orígenes con la censura de su país natal en el que coexistía un gobierno comunista conocedor del malestar existente en la amplia mayoría de la población polaca de los años sesenta y setenta y que por tanto se hallaba siempre ojo avizor para evitar la salida a la luz de obras que bajo la máscara del cine fantástico o escapista escondían soterradas críticas en contra del orden establecido y en favor de la libertad no solo de creación, sino de fundamentalmente una libertad plena exenta de las ataduras y las rigideces propias de una dictadura ideológica.

Así fue como en 1977 la carrera del polaco sufrió uno de los más intensos reveses jamás padecidos por cualquier cineasta: el secuestro del rodaje de la que podría haber sido la mayor obra maestra de la historia del cine, la cual no es otra que la mastodóntica En el globo plateado, obra de tintes mesiánicos en línea con la literatura apocalíptica y fantástica de la época (como puede ser por ejemplo el Dune de Frank Herbert) que fue secuestrada por el ministro de cultura de Polonia dejando pues una obra inacabada que dio lugar a la reconstrucción y el re-montaje de las bobinas grabadas que pudieron ser salvadas de la quema por el equipo de rodaje del film en esa inclasificable e hipnótica película en la que se ha convertido la que pudo haber sido la gran obra maestra de Zulawski.

La tercera parte de la noche fue la ópera prima de este maestro de lo macabro, cinta que sorprendió a gran parte de la crítica especializada de principios de los setenta por su capacidad para aunar escabrosidad y lirismo, lo cual ayudó a que se alzara con el premio al mejor debut en el festival de cine celebrado en su país. Si hay una palabra que define a la perfección esta inquietante película esa es sin duda esquizofrenia. Zulawski dotó a su ópera prima de una atmósfera irrespirable plena de opresión y claustrofobia de modo que apenas se atisban ligeras brisas de oxígeno a lo largo del discurrir de la trama. Es clara la influencia de La tercera parte de la noche en obras tan aclamadas y rotundas como El quimérico inquilino del compatriota Roman Polanski y especialmente con la obra maestra de Joseph Losey El otro señor Klein, cinta con la que la obra de Zulawski ostenta claros y numerosos puntos de conexión no solo escénicos sino básicamente argumentales, siendo ambas cintas una especie de pesadilla morbosa y turbadora en la que se halla inmerso el protagonista masculino de ambos films en cruenta lucha por sacar a la luz su verdadera identidad, la cual parece haber tomado un rumbo paralelo en el espacio y el tiempo para atrapar en un laberinto sin salida la existencia vital del atormentado héroe de la epopeya.

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Zulawski delimita el talante apocalíptico de su película ya desde el primer minuto de la misma, dado que el film comienza con la lectura por la voz en off de la mujer del protagonista del film (el joven Michal) de unos versos del libro del apocalipsis mientras la cámara fija su atención en la penumbra nocturna de un frondoso y misterioso bosque. Tras este primer impacto espectral, la cámara fotografiará el bello rostro de la mujer de Michal (poseedora de una belleza de divinidad aria) la cual recordará a su marido que ha estado convaleciente en la casa tras sufrir durante 6 semanas una extraña enfermedad que le provocó fiebres incontrolables así como una deformada hinchazón en todo su cuerpo. La tensa calma de esta escena inicial se partirá en dos de forma radical cuando tras una salida al campo de Michal, arriba a la mansión como un monstruo infernal una patrulla de las fuerzas de ocupación nazi en Polonia para masacrar tanto a su esposa como a su hijo pequeño ante la mirada cobarde y ausente del propio Michal que desde la distancia será testigo de la masacre. Esta escena presenta una atmósfera marcadamente gótica e impactante al estilo de las obras de Edgar Allan Poe y sorprende por su realismo sanguinolento e igualmente por su puesta en escena esotérica gracias al espléndido uso que de la música y de la contención catatónica de los intérpretes llevada a cabo por Zulawski.

Con el objeto de expiar su acto de cobardía, Michal partirá rumbo a la ciudad para enrolarse en las filas de la resistencia polaca a la ocupación nazi. Moviéndose como una sombra sin reflejo ni identidad, Michal será asignado a un grupo liderado por un ciego que ha diseñado un plan para asesinar a un líder nacional-socialista. Sin embargo el plan naufraga por todos los lados, acabando la misión con el asesinato del compañero de Michal y la huida de este a través de las estrechas callejuelas de la urbe polaca, hasta aterrizar en una solitaria y tenebrosa casa aparentemente deshabitada. Sin embargo, en su escabullida por las escaleras del edificio, Michal se esconderá en un rincón mientras observa como los soldados nazis le confunden con un pobre vecino vestido con su misma gabardina y sombrero que bajaba las escalinatas de la vivienda en dirección a la calle. Los miembros del ejército nazi dispararán así por error a este misterioso personaje, tomándolo como rehén en el lugar del propio Michal.

Todo se complicará en el momento en el que la mujer del herido en este incidente, embarazada y a punto de dar a luz a su primer hijo, acude en ayuda de su inocente marido. Michal se fascinará por la belleza serena de la mujer (la cual ostenta un parecido casi mimético con su mujer asesinada) y acudirá al apartamento de la misma para ayudarla a dar a luz, escena en la que seremos testigos del parto real de un bebé filmado sin cortes ni censuras por Zulawski, sin duda una de las obsesiones presentes en todas y cada una de las cintas del polaco cautivado por la belleza que supone el dolor, la deformidad y la sangre con la creación de vida que supone el nacimiento. A partir de este punto, la película discurre entre flashbacks que rememoran la atípica historia de amor surgida entre Michal (un joven vendedor de seguros de carácter débil y pusilánime) y su esposa asesinada, una fría mujer casada en primeras nupcias con un funcionario al que no le ha quedado otro remedio tras la ocupación nazi que vender su cuerpo y sangre a unos funestos médicos que están experimentando con seres humanos a los que aplican un ejército de garrapatas infectadas de virus para hallar una vacuna contra el tifus, narrándose en paralelo la lucha de Michal por ayudar a la joven esposa de su raptor de identidad, de modo que Michal no dudará en vender su cuerpo como alimentador de garrapatas portadoras de tifus (tal como el ex-esposo de su difunta cónyuge) para obtener ingresos con los que mantener tanto a su nuevo objeto de deseo como a su pequeño bebé, así como su pelea por conquistar el amor de su nueva compañera con el fin de hacer que la misma olvide a su marido capturado por las SS, para comenzar una nueva vida junto a él.

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La película recorre los espacios de la paranoia y la desafección argumental, saltando casi sin que podamos percibir los distintos viajes temporales desde el presente al pasado, siempre apoyando estas travesías en una atmósfera opresora y angustiosa. Zulawski no duda en experimentar con el espectador, al cual le hace protagonista de las aberraciones observadas por Michal a lo largo de su viaje infernal en el que acontecerán secuestros masivos de judíos, ejecuciones sumarias, inyecciones de sangre contaminada de enfermedad, picaduras rebosantes de pus y todo tipo de impactos visuales insertados para incomodar al espectador, el cual viajará como en un vagón de una montaña rusa desde las profundidades más oscuras del alma humana hasta el éxtasis de depravación más exaltado.

La cinta es un puro goce para cualquier amante del cine de Zulawski ya que el mismo ofrece todo lo que los fans del polaco esperan de una obra de su ídolo: barroquismo amparado en un cosmos dantesco y a veces surrealista, sangre a mansalva, enfermedades e infecciones corporales, sexo elegantemente filmado con una clara tendencia a reflejar la belleza de la anatomía desnuda de la bella protagonista y un paradigma narrativo que fluye a través de escupitajos y arañazos súbitos con el revestimiento de escenas logrando de este modo que la sinopsis avance de forma bestial en forma de fogonazos visuales que convierten la cámara de Zulawski en un caballo indómito y desbocado en su intención de molestar al espectador, huyendo pues de todo trazo de clasicismo y linealidad argumental.

Quizás el gran logro que Zulawski alcanzó con La tercera parte de la noche resida en el hecho de esbozar una historia colmada del vacío existencial y los miedos conscientes y reales que aterrorizan a cualquier ser humano desde la atrocidad y el desgarro visual, obteniendo de la suciedad ambiental y escénica pretendidamente delineada por el polaco en un edificio metafórico que traza las miserias y ruindades de las que estamos esculpidos los seres humanos. Como su colega David Cronenberg, Zulawski se apoya en el exceso y la abstracción para destrozar la acomodada mente del espectador, retando al mismo a jugar una partida de ajedrez en la que nada es lo que parece, puesto que el maestro consigue sin esfuerzo aparente hipnotizarnos a lo largo del discurrir de su película con envolturas secundarias que conllevarán a la sorpresa final que surgirá como un rayo silencioso. Y es que, el final de La tercera parte de la noche es sin duda uno de los más subyugantes, psicológicos e inclementes de la historia del cine, digno discípulo del padecimiento esquizoide que sufre Michal a lo largo del film. Quizás El quimérico inquilino ya habitó en la Polonia de los años cuarenta y la deconstrucción temporal de un maligno demiurgo llevó al mismo personaje al París de los setenta bajo el fino rostro de un aclamado director polaco de nombre Roman… Todo puede suceder en las películas y filosofía vital de Andrzej Zulawski.

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