La niña de luto (Manuel Summers)

La chica de luto (1964) es la segunda película de Manuel Summers y significa una prolongación de su ópera prima Del Rosa al amarillo (1963), magnífico debut y gran éxito de crítica y público, que llegó a ganar la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián. En un principio, Summers planeó Del rosa al amarillo como un film de tres episodios centrados en tres etapas: el amor de los niños, el amor de los jóvenes y el amor de los ancianos. El segundo de estos segmentos sería La niña luto. Sin embargo, el realizador sevillano se encontró con dos inconvenientes: el primero de ellos, el guión era demasiado largo para un cortometraje, por lo que resultaba complicado insertarlo como segundo episodio; por otro lado, tenía la idea de rodar Del rosa al amarillo en blanco y negro y sin embargo, estaba seguro de que La niña de luto requería ser filmada en color. Finalmente, decidió que su film de debut estaría formado sólo por dos episodios: el amor de los niños y el amor de los ancianos y así La niña de luto se convirtió en su segunda película.

Aunque en el guión intervinieron muchas personas —Manuel Summers, Tico Medina, Francisco Summers, Bernardo Ballester y Pilar Miró— lo cierto es que la trama fundamental del mismo está inspirada en una historia real que su hermano Francisco sufrió en sus propias carnes, lo que dota a la historia de una autenticidad impresionante.

El film tuvo una buena carrera comercial e incluso llegó a estar nominada con la Palma de Oro del Festival de Cannes. La trama resulta sencilla: Una pareja de novios andaluces, Rafael y Rocío (Alfredo Landa y María José Alfonso), que residen en un pequeño pueblo onubense, no pueden vivir plenamente su historia de amor por culpa del luto riguroso que debe guardar la chica y que no se termina nunca. Sin embargo, tanto la puesta en escena como el trabajo actoral dotan al film de una profunda y conmovedora emoción difícil de olvidar y que cala muy hondo si eres un cinéfilo emocional y no cerebral. Siempre que he visto la película me conmueve profundamente, algo que me sucede con pocos films españoles (Mi tío Jacinto, La lengua de las mariposas, La tía Tula…).

Varios aspectos destacables de la puesta en escena. En primer lugar, el tratamiento fotográfico de Francisco Fraile que logra captar en toda su luminosidad el pueblo andaluz (La Palma del Condado), consiguiendo imágenes de gran colorido, de tonos amarillos (del sol), verdes (de los árboles o el campo) y claros (la camisas blancas de los lugareños) y que contrasta con el negro de luto que lleva la familia de Rocío y la oscuridad de una casa de balcones cerrados.

Otro punto de interés reside en que La niña de luto es un film narrado con muchas secuencias en silencio, en las que nadie pronuncia palabra, pero que avanza a través de pequeños detalles que aparecen bien en primer plano, bien en segundo. Por ejemplo, cuando la familia de Rocío vela el cadáver del abuelo, un canario comienza a trinar; la madre se acerca a la jaula y la tapa con una manta. Con ese simple detalle, se está diciendo mucho más que si se explicara con palabras en qué consistía el luto y en lo duro e inflexible que podía llegar a ser esta costumbre.

Un último aspecto destacable de puesta en escena, y que curiosamente me evocó en parte el cine de Pasolini, es el interés por parte de Summers por utilizar actores no profesionales entre la gente del pueblo. Tanto a Pier Paolo Pasolini como al andaluz le gustaba la gente humilde, la gente del pueblo, del barrio, y en ocasiones les deja vía libre como sucede por ejemplo con el personaje del “tonto del pueblo” (todo un personaje, especie de sosias del Ciccio Ingrassia del Amarcord de Fellini), que imita una emisión radiofónica o que es capaz de improvisar surrealistas monólogos o conversaciones hilarante que no estaban en el guión original. Su intención es clara y evidente: conseguir un costumbrismo real y fidedigno, hasta el punto por ejemplo de dedicar una larga secuencia a una fiesta flamenca que podría ser absolutamente prescindible dentro del argumento general de la cinta (y que sin embargo no molesta). Pero ahí está todo: las fiestas de patio, los bailes de fin de semana, el cine, los paseos dominicales por la plaza del pueblo. Tal cosa fue una constante en su cine y tuvo su culmen precisamente en sus últimos films de cámara oculta  —To er mundo é güeno (1982), To er mundo é… mejó! (1982) o La Biblia en Pasta (1984), en la que no utilizó casi ningún actor profesional. Esta preferencia se evidenciaba también en su labor como humorista gráfico y en su propia vida.

A lo largo de su carrera —e independientemente de sus logros Manolo Summers realizó siempre un cine de clara vocación experimental o vanguardia —en ocasiones muy poco comprendido por crítica y público— que nada tiene que envidiar al de Godard, mezclando el documental con la ficción Juguetes Rotos (1966), Urtain el rey de la selva… o así (1969), Me hace falta un bigote (1986) o directamente intentando copiar al cine de la nouvelle vague El juego de la oca (1966). Incluso en su cine más comercial o infumable —¿Por qué te engaña tu marido? (1969), No somos de piedra (1968), El sexo ataca (1979) Summers fue un realizador extraño y diferente, dirigidiendo films de clara vocación provocadora que hacía el cine que quería y como le daba la gana. Fue siempre un personaje controvertido, que no tenía pelos en la lengua y que algunos tachaban de facha, aunque en realidad era un ácrata vocacional o una suerte de niño grande.

Por último, me gustaría hacer una especial mención a la labor actoral del dúo estelar. En el caso de Alfredo Landa, que aquí realiza su primer trabajo como protagonista, se muestra como un actor sobrio, que expresa muy bien con la mirada como está padeciendo este amor imposible, los rumores malintencionados del pueblo, que su novia no responda sus llamadas. Asistimos al proceso de degradación y desesperación de su personaje, que Landa expresa no sólo por su aspecto descuidado y desaliñado sino por una tristeza en la mirada que te pone la piel de gallina. Siendo un hombre todavía muy joven, demuestra una madurez y una sensibilidad como actor impresionante. El trabajo de María José Alfonso no lo es menos. Rocío se nos aparece como una chica normal y corriente de pueblo, que se encuentra en un conflicto personal de difícil solución: por un lado, adora a su novio pero por otro la presión social y religiosa es tan potente y poderosa que le resulta imposible romper el luto y marcharse con Rafael. María José dota a personaje de una gran humanidad, y alcanza su culmen como actriz en el plano final de la cinta, sólo apto para actrices de gran madurez y sensibilidad.

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