La historia de Marie Heurtin (Jean-Pierre Améris)

¿Es posible disfrutar de la vida sin tres de los cinco sentidos? Si la pérdida del habla puede llegar a ser un mal menor gracias a la posibilidad de expresarse a través de la escritura o la mímica, la falta de oído sí hace que tanto la compresión como la expresión con el resto de seres humanos se convierta en una tarea bastante complicada, por no hablar del que realmente es el sentido más puro de todos los que poseemos como es la vista y cuya ausencia sólo puede ser reemplazada por la compañía de una persona que sí posea tal facultad, al menos hasta que el individuo en cuestión logre desarrollar en profundidad otros sentidos que le ayuden en su vida diaria. ¿Pero alguien se imagina a una persona que no pueda hablar, oír y ver? Pues sí, por desgracia hay gente que tiene que afrontar su existencia sin unos medios que todos consideramos imprescindibles. En el cine ya hemos visto representados casos así, sea en una medida más pura o circunstancial (imposible olvidarse de ciertas escenas de Johnny cogió su fusil), pero esta vez llega desde Francia un retrato de superación sobre una chica que tuvo que vivir en condiciones nunca deseables.

La historia de Marie Heurtin es la historia de una niña que a finales del Siglo XIX luchaba consigo misma al estar atrapada en un cuerpo que no podía comunicarse. Rehuía el contacto humano, chillaba, no se cambiaba de ropa… Los padres, desesperados por no poder dar a su hija todo lo que cualquier ser humano se merece, decidieron llevarla a un centro religioso para personas con discapacidad auditiva con el objetivo de que la enseñaran a comprender y expresarse con otras personas. Allí, la hermana Marguerite fue quien tuvo la tarea de llevar a cabo tan complejo logro, una decisión que no vino de las superioras sino de su propio ser interior, que concebía firmemente la necesidad de ayudar a su desamparada prójima.

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Jean-Pierre Améris es el responsable de contarnos esta dura historia con trasfondo enternecedor. Como ya hiciera en, por ejemplo, Tímidos anónimos, el francés es capaz de echarse sobre la espalda un relato a priori destinado a ser carne de cañón para un carrusel de situaciones acarameladas y convertirlo en una obra dulce, emotiva, que rehúye el topicazo y que recompensa firmemente al espectador que no se rinde tras sus primeros minutos. Porque es cierto, La historia de Marie Heurtin comienza con suficientes motivos en forma de comedia como para pensar que vamos a estar ante el típico subproducto que en un par de años acabará formando parte de alguna sobremesa televisiva. Sin embargo, a partir de un determinado punto cerca de la media hora de metraje, la obra surge de la fosa que muchos ya habíamos cavado para ella y logra tornarse en una lección de vida con la amistad, entrega y superación personal como principales temas a tratar.

En el plano interpretativo, la a veces infravalorada Isabelle Carré (cuyo papel tiene ciertos ecos del que Améris ya le otorgó en la mencionada Tímidos anónimos) y la joven Ariana Rivoire cuajan una estupenda actuación y se convierten en la luz de una película que a cada minuto que pasa va divisando con más claridad el corazón del espectador. La amistad que surge entre ambos personajes queda perfectamente plasmada en un guión que sabe tomarse el tiempo necesario para evitar cualquier tropiezo a la hora de encaminarse al desenlace. En muchas ocasiones hemos visto cómo esta clase de personajes que padecen alguna enfermedad acaban siendo caricaturizados en exceso, debido al ímpetu del director por hacernos sentir empatía hacia su situación; en este caso, Améris prefiere tratar el tema de manera bastante más natural, tomándose alguna que otra licencia a la hora de hacer más espectacular la escena (como la del tenedor), aunque por fortuna esto acaban siendo excepciones y el resultado final presenta un envoltorio bastante serio y creíble libre de ínfulas trascendentalistas.

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En definitiva, La historia de Marie Heurtin se nutre de una atmósfera amable y divertida para contarnos un relato de índole bastante más seria, lo cual posibilita que el espectador sea capaz de emocionarse sin que tenga la sensación de que le están llevando por un camino ya antes explorado. Ésta es la mayor virtud de una película que, por lo demás, puede esconder segundas lecturas en clave espiritual sobre la vida humana y el amor al prójimo, pero que en ningún caso obstruyen el normal desarrollo de una obra que a cada minuto que pasa se va haciendo más sólida argumentalmente. Améris vuelve a descaramelizar un film que en manos de otro cineasta habría sido escandalosamente empalagoso, lo cual siempre es de alabar, pero si además lo hace partiendo de una historia real y que sabemos que en cualquier parte del mundo puede estar sucediendo (con matices), es imposible no recomendar una obra que, insistimos, va bastante más allá de lo que aparenta ser.

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