La consagración de la primavera (Fernando Franco)

Sexo evanescente

Cuando el inicio de La consagración de la primavera nos muestra a la protagonista, la joven Laura, experimentando una fugaz sensación dolorosa en la boca, ha plantado una pequeña semilla que prefigura su arco de transformación, que se desplegará anclado a una mini-trama concisa. Esta sacudida intrascendente es un señuelo de las obsesiones que sufre y que el relato irá haciendo visible de forma progresiva, pero casi siempre insinuada o desdibujada. Fernando Franco nos traslada a Madrid para centrar las atenciones en una estudiante de química que se encontrará sola, sin apenas apoyo económico y con la imperiosa necesidad de conectar con el otro para superar sus inseguridades y aceptarse a sí misma.

Huelga decir que desde La virgen de agosto no se ha visto un retrato tan fidedigno de cómo fluye la vida por las calles y los locales madrileños hoy en día. Unas pocas pinceladas le bastan al director de La herida para presentar los espacios y que rápidamente congeniemos con ellos, sobre todo la casa de David, que sufre parálisis cerebral, y de su progenitora Isabel, donde transcurre gran parte de la acción y donde también el film encuentra su núcleo dramático. Es una película que se opone bastante al tópico, pero que es inevitable equiparar a otras cintas como Júlia Ist, de Elena Martín, o La peor persona del mundo, de Joachim Trier. Sin embargo, si el enfoque de la primera es de cariz autobiográfico y el de la segunda episódico, a Fernando Franco le motiva más la descripción objetiva de personajes, alejar la película de la experiencia estudiantil como tal y encararla hacia el terreno del sexo y las relaciones afectivas.

Cuenta con interpretaciones creíbles y relucientes, sobre todo de la debutante Valèria Sorolla en contraposición a Emma Suárez, que aporta a las escenas una dosis de madurez y sensibilidad. El rostro de Sorolla encierra muchas cosas, como si ocultara un malestar psicológico latente, y exuda fotogenia cada vez que la cámara se centra en él. Ojalá sin embargo que Franco hubiese arriesgado más y hallado otras dinámicas comunicativas con su actriz. Por momentos, el film colinda con el cliché y el paternalismo.

Por otro lado y no menos importante, la temática de la discapacidad salpica toda la película, encarnada en un conmovedor Telmo Irureta. A La consagración de la primavera puede reprochársele que únicamente sea en este aspecto donde logra su mayor potencial, pero el balance se restablece con algunas escenas que giran en torno a Laura, en soledad o socializando con sus compañeros. En todo caso, exhibiendo sus debilidades y modulando la estrategia empática. «Siempre quiero hacer algo, pero al final nunca acabo haciendo nada». Esta es una de las sentencias del guión que refleja con más agudeza lo que siente Laura y lo que, dígase ya, siente una gran parte de jóvenes de entre veinte y treinta años en nuestra contemporaneidad. La incertidumbre de futuro, la ansiedad y los complejos sólo son algunos de los obstáculos con los que deben lidiar, y suerte que Laura puede permitirse el estudiar lo que le incentiva.

Sin duda es un film que se presta a romper tabúes, sobre todo en relación al sexo en situaciones de minusvalía, algo que parece incompatible. No obstante, el avance es demasiado neutral, edulcorado y sin apenas altibajos como para que el conjunto devenga rompedor. Es innegable que pese a sus limitaciones, La consagración de la primavera posee vida en sus cavidades.

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