El terror psicológico regresaba este viernes a la gran pantalla de la mano de uno de esos ‹remakes› que tanto gustan al otro lado del charco, reproduciendo su propia versión de un éxito reciente —en este caso, el último largometraje de Christian Tafdrup, la laureada Speak No Evil—, en el que volver sobre esos elementos recurrentes del género puede ser algo más que una solución funcional, pues entre la concurrencia en un espacio donde delimitar la acción, en aquel caso las cuatro paredes de un hogar, y la complexión de una tensión enhebrada a partir del desarrollo psicológico de sus personajes, emergía un ejercicio que si por algo se sostenía era por incurrir en una faceta del horror nada fácil de manejar —por más que pudiese naufragar en la escritura y en algunas decisiones que se derivaban de ella—.
En ese, en parte, mismo contexto, desarrolla Vincent Grashaw el que es su último largometraje hasta la fecha, What Josiah Saw. Un cineasta que ha vuelto a la dirección este 2024, y que cabe destacar surgió de entre los responsables de aquella joya titulada Bellflower y dirigida por Evan Glodell, donde ejercía un poco las labores de hombre orquesta —productor, editor, operador de cámara y actor—, a la que más tarde seguiría su debut tras las cámaras con el thriller —también de tintes psicológicos— Coldwater. Centrémonos, no obstante, en su citado penúltimo largometraje, en el cual se atisban algunos de los ingredientes desde los que sentar las bases de un horror que suele huir de lo gráfico para instaurarse progresivamente en la memoria, y bajo la propia piel, si se precia.
No obstante, y si bien las claves de la propuesta nos dirigen desde un buen principio sobre dicho terreno, demostrando saber asentar atmósferas y crear un halo de insana inquietud con poco, What Josiah Saw no condensa esa turbia crónica familiar en un mismo espacio, escindiendo con acierto su narración en tres segmentos anteriores a su último acto, donde sí desarrollará con mayor tino esa tendencia. En ellos, Grashaw narra convenientemente las tres historias, convergentes por la negrura que mana de su pasado y todavía sigue asentada en el presente, y paralelas, desgranando una serie de traumáticos periplos que parecen encontrar una solución en forma de oferta emitida mediante una carta desde la que deshacerse de la vieja granja familiar.
Así, el cineasta propone una obra que en cada uno de esos episodios, detallados con habilidad y conectados de forma eficaz, desarrolla un carácter voluble que nos traslada del citado horror —de derivaciones psicológicas— inicial, a un eficiente thriller, desembocando en un drama —también con tintes de una esencia psicológica que no se llega a despegar del relato— que será la antesala de su definitorio tercer acto, donde se termine revelando la naturaleza de una crónica delimitada por ese misterio latente que bordeará con constancia la narración, dotando así de un estímulo superior a cada parte de la misma, si bien todo quede concretado en un ‹flashback› final que no se siente lo suficientemente bien integrado en ella.
What Josiah Saw funciona, no obstante, a través de esa composición que desvela gradualmente sus motivos, y que dibuja en los de cada personaje un aliciente añadido, siendo además la presencia de actores ya experimentados como el veterano Robert Patrick, o Nick Stahl y Scott Haze un modo de conferir solidez y, al mismo tiempo, modular el tono de la obra. Grashaw despliega así un mosaico que, con sus más y sus menos, se extiende mediante esa turbulenta atmósfera que va perfilando paulatinamente, al igual que una narración cuya condición gradual, forjada incluso por momentos a fuego lento, dota del poso necesario a un título perdido entre catálogos que bien merece la pena rescatar ni que sea por el manejo que ejecuta de una de esas parcelas de las que no cualquiera puede salir airoso.
Larga vida a la nueva carne.