La alternativa | También somos seres humanos (William A. Wellman)

La guerra siempre está de moda, por desgracia. Tal vez no exista en este momento una contienda a escala mundial, del mismo alcance que las dos globales sufridas durante la primera mitad del siglo veinte. Dos enfrentamientos bélicos que siguen propiciando historias en cine, televisión, literatura e incluso videojuegos. Sin retroceder demasiado en la cartelera de cine actual, ahí está la reciente Aliados, la ya estrenada Hasta el último hombre y la próxima Operación Anthropoid. Tres films de este mismo año, el 2016. Aunque también podemos seguir pensando como esos colaboradores asiduos y acomodados en los debates y tertulias televisivos, para refugiarnos en aquello de que el cine español siempre produce películas sobre la Guerra Civil. Estadísticas aparte, la Segunda Guerra Mundial sigue dando una lista numerosa cada temporada. Muchos más largometrajes que los del socorrido western que resucita de vez en cuando, sobre el que hablan los comentaristas culturales -también faltos de originalidad y criterio- de cualquier periódico o informativo audiovisual.

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William A. Wellman, un director norteamericano de los llamados clásicos, buenos artesanos, autores muy olvidados más allá de ciclos de cine como el emitido en Televisión Española a mediados de los años ochenta. También somos seres humanos o, como es conocida en su estreno en Estados Unidos por su título original, Story of G.I. Joe, es una de sus mejores obras del género bélico. Y eso es importante para un cineasta que consiguió grandes películas en el cine del oeste, el de aventuras, la comedia, el policial y el melodrama. Salvo los casos del musical y del fantástico, tocó todos los géneros de los grandes estudios, con acierto, respeto a los mecanismos narrativos, capacidad para dotarlos de nuevos enfoques y un discurso dramático insospechado, sin ser el guionista de sus argumentos, sino el traductor a imágenes de los mismos. Wellman escoge un guión basado en los artículos del corresponsal Ernie Pyle, un premio Pulitzer que se desplazó junto al ejército norteamericano para convivir con la infantería en la campaña rumbo a Roma. Allí cubrió las incursiones de la compañía C, entre otras divisiones de soldados. Es un personaje principal, con el rostro y cuerpo de Burgess Meredith, cuya presencia se hace intermitente a lo largo del metraje, Pyle pasa diversas penurias marciales como son las jornadas interminables de asedio a una iglesia italiana, la falta de sueño y el hambre. Acompañado por el capitán encarnado por Robert Mitchum, un sargento y apenas tres actores profesionales secundarios más, el resto del elenco está formado por auténticos militares que habían padecido la batalla en sus propias pieles, destacados en el frente europeo. Esta implicación de los intérpretes, unida al uso de exteriores naturales en equilibrio con algunos decorados en plató y el uso mínimo de transparencias o los retroproyectores, dotan de fuerza, una veracidad desgarradora prácticamente neorrealista, que consigue una visión naturalista de lo narrado. Fuera de la corriente propagandística o victoriosa de las producciones sobre el conflicto bélico abordado, esta crónica acerca de la compañía C transmite vulnerabilidad, peligro, miedo, cansancio, agotamiento, un clima tan fuerte como el más feroz de los enemigos, con sus parajes desérticos, sus ciénagas húmedas, el fango encostrado a los uniformes, al armamento y a los jeeps. Una textura del dolor, el esfuerzo y el sufrimiento, que se padecen aún más con la plasticidad cenicienta de la fotografía en blanco y negro.

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Como buen cineasta clásico, de igual manera que lo fueron King Vidor, John Ford o Howard Hawks, profesionales forjados en el cine mudo que cimentaron su filmografía entre los códigos genéricos, pero trascendían por encima de los márgenes que los encorsetaban. Para los que acudían a las salas puede ser que dirigieran una de guerra, otra de vaqueros, de amor o de risa. Pero por encima de esos límites, los espectadores sabían que estaban hablando de la vida y las personas.

También somos seres humanos comienza en mitad de la acción, mientras los jóvenes guerreros avanzan por pueblos desde Sicilia hasta el norte de la península latina. La incorporación de un cachorro de perro perdido y el periodista que se unen a ellos en el viaje, ayudan con los trámites de la presentación de los demás personajes a los recién llegados al mismo tiempo que al público. Una larga secuencia de acción que muestra la batalla contra los soldados nazis es la concesión más clara al espectáculo. Unos adversarios que casi siempre se ocultan fuera de campo, como unos enemigos invisibles que refuerzan el estado de alarma y sensación de peligro en la contienda. Wellman y su equipo de guionistas no cuestionan la participación del ejército yanqui en una guerra que, geográficamente, les situaba muy lejos de sus coordenadas. Tampoco quieren ofrecer un discurso antibelicista ni pacificador. A cambio transmiten una mirada justa que dignifica el valor de unos soldados convencido de situarse en el bando correcto, de luchar por una libertad que amenazaban totalitarismos incontrolados como el del pueblo alemán. Pero sin engañar al público ni a ellos mismos acerca de la condición humana de sus protagonistas. Unos militares que son seres de carne y hueso, con familias, deseos, ganas de regresar a la vida cotidiana, a sus empleos, a su condición de padres e hijos. No son superhéroes ni santos, solo personas, y eso quizás los hace más eternos en el celuloide. Pero no inmortales, tal como testifican las pérdidas sucesivas dentro de la división.

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En el balance final queda cierta crítica comprensible a las prácticas asépticas de la armada y la aviación yanquis, frente a la lucha sangrienta, cuerpo a cuerpo, a ras del suelo y del barro. Un tratamiento sin la épica forzada de otros films míticos hacia las fuerzas militares homenajeadas. Esos soldados anónimos que hablaban de tú a tú con las poblaciones libertadas y los prisioneros de guerra. Una incertidumbre reforzada por una guerra que duraba más de seis años y en el año de la producción, el mismo 1945, seguía sin fecha prevista en cuanto a su finalización. Un modelo de film con la entidad suficiente, más de siete décadas después, que sigue reflejándose en la producción actual o reciente, acerca de ese terrible lustro de guerra, exterminio y catástrofe mundiales.

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