La alternativa | El callejón de las almas perdidas (Edmund Goulding)

En la primera mitad de los años ochenta se difundió un ciclo de películas de la 20th Century Fox con el título global de Amar el cine, compuesto por decenas de obras olvidadas del gran estudio de Hollywood durante la época dorada. Un arco que abarcaba desde finales del período mudo hasta la llegada de la televisión, es decir, entre los años veinte y los cincuenta. Por tal razón se trataba de filmes que, salvo en filmotecas o reposiciones catódicas, estaban fuera del circuito comercial. El ciclo anduvo por los ya extintos cine-estudios de varias ciudades españolas hasta que terminó la década, y continuó su peregrinaje por ciclos como los dedicados a Henry Fonda o Tyrone Power en Radio Televisión Española. Es cierto que con un actor tan vinculado por contrato al famoso estudio, como era el fulgurante Power, se podía organizar un miniciclo dentro del propio Amar el cine citado. En desorden cronológico, cintas protagonizadas por él, como Sangre y arena, Tierra de audaces, Chicago, El cisne negro, El hijo de la furia o El signo del Zorro, pudieron verse entonces. También otras dos de las más interesantes: una del año 1946, como es El filo de la navaja, adaptación original de la novela de William Somerset Maugham —con otra versión en los ochenta—; o la del año posterior, 1947, El callejón de las almas perdidas. En esta ocasión adaptaba de nuevo una novela de un escritor norteamericano llamado William Lindsay Gresham. La traslación a la pantalla se aprecia que puede ser respetuosa en el argumento, ya que tanto la primera como el estreno actual del mismo título, dirigido por Guillermo del Toro en 2021 —a la vista del trailer—, coincide en situaciones y personajes, sin saber más datos de la novela, inédita para mí, aunque publicada en España, un libro de culto subterráneo al igual que la película que inspira. Este trabajo está estructurado en capítulos enunciados por diversas cartas del Tarot, unos elementos como los del azar, la predestinación o las supersticiones que determinan las vidas de los personajes.

La casualidad es que esas dos adaptaciones en las que actuó Tyrone Power, fueron dirigidas por el director británico Edmund Goulding, un cineasta conocido sobre todo como creador de argumentos y guionista con casi sesenta en su dilatada carrera. También como director de más de treinta largos por los que no figura entre la lista de realizaores clásicos de Hollywood. Tampoco entre los grandes artesanos que suelen ir a continuación de aquellos. Edmund Goulding apenas tiene reseñas y un breve dossier en la revista Dirigido Por en los años noventa, un buen artículo dentro de la serie de directores malditos u olvidados que afrontaron en una docena de números por entonces. Allí se destacaba la peculiaridad de El callejón de las almas perdidas. Nightmare Alley en su original —“callejón de pesadilla”, literalmente—, un lugar que da cuenta del espacio lúgubre y trágico en el que comienza y termina la historia. aunque sea más bien un corredor entre las caravanas de una feria que recorre ciudades con sus magos, adivinas y atracciones aberrantes. La película destaca porque aunque pueda tener un referente lejano en La parada de los monstruos (Freaks) de Tod Browning, se desmarca de aquella, más inquietante por el tratamiento documental con los personajes, encarnados por actores de físicos diferentes. En el caso de Goulding, él deja fuera de campo a las atracciones típicas de feria como pudieran ser adultos de baja estatura, personas andróginas o gente sin extremidades. Esos empleados del carnaval viajero son mencionados pero no mostrados, algo que choca con las inquietudes temáticas y visuales de Guillermo del Toro, a la vista de los seres que pueblan su filmografía.

Lo más importante de una obra única como la de Goulding es que no resulta fácil de clasificar en un solo género, perteneciendo al sistema clásico de estudios. El cineasta despliega su creatividad audiovisual gracias a esa libertad de estilo, desde una secuencia inicial durante una noche en la feria, de narrativa fluida. Allí se van presentando los personajes principales que son Stanton, un buscavidas con ambición de escalar en la sociedad, Zeena, la adivina que lo encumbra tras caer en el alcoholismo su pareja artística, la joven Molly y Bruno, su protector forzudo. Con los encuentros y acciones entre los cinco personajes —más el salvaje que escapa entre las sombras— ya se configura un cosmos cerrado por el que circulan todos, aparte de las ciudades y el resto del mundo. Casi hasta la mitad del metraje el film se sustenta entre aspectos del fantástico, suspense, cine negro y algo de terror, dando una entidad diferente al melodrama de intriga que surgirá después en su desarrollo. La fuerza de la obra reside en ese ambiente tan bien descrito, tan atmosférico que se echa de menos durante la segunda parte, pero la deriva de locura y avaricia de Stanton, aumentadas por su incipiente alcoholismo, conducen a un tercio final que recupera esa energía del inicio.

Puede que choque un aparente final feliz por los acordes musicales que cierran con el rótulo final del film, pero contrastan con la caracterización monstruosa y avejentada de Tyrone Power, frente al aspecto de galán en el resto de escenas. La iluminación, penumbra, siluetas fantasmales y banda sonora desmienten tal cierre. El callejón de las almas perdidas figura entre las mejores películas malditas o de culto, aunque tuviera una estrella de gran calibre en su cartel. Un personaje omnipresente que con su egoísmo, arrojo, picardía, dotes de seducción y sobre todo debilidades, lo hacen creíble, moderno. Necesario para guiarnos en esta huida y regreso a los infiernos. Sus resultados económicos no podrían ser los deseados con ese riesgo en la historia, lo formal y el ‹status› del propio Power, aquí más actor que figura, precediendo a otro gran personaje suyo como el de Testigo de cargo.

Por supuesto destacan los tres personajes femeninos que, por independencia laboral en sus caracteres, tener los mejores diálogos del guion y su fuerza personal, resultan más avanzados que las compañeras femeninas de aquella y otras épocas del cine. Además de certificar la profesionalidad de Edmund Goulding como director dramático con una puesta en escena elaborada en movimientos de cámara, la focalización del punto de vista. Y sobre todo esa maestría en organizar secuencias largas con un principio, desarrollo y final propios, sin dar más importancia a unas sobre otras, sino presentándolas con una estructura lineal, siempre progresiva en interés. Suficientes motivos para revisar o descubrir esta y otras películas suyas.

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