Kristoffer Nyholm… a examen

A veces se dan muchos rodeos antes de poder conseguir dar vida a un largometraje propio. El danés Kristoffer Nyholm sabe lo que es el trabajo cooperativo desde sus inicios, que le ha llevado, tras tantos años de dedicación, a debutar en el largometraje con Keepers, el misterio del faro. En su filmografía lo que más destaca es su dirección de capítulos en series de televisión, algo en lo está implicado desde finales de los noventa, siendo uno de los artífices del ya imprescindible thriller policial The Killing (Forbrydelsen), éxito absoluto en Dinamarca que tuvo su remake americano. Pero llegó el momento de controlar por completo un proyecto, y esa fue la oportunidad que recibió en Reino Unido con una miniserie para televisión donde pudo cambiar radicalmente de registro (el terror llamó a su puerta) sin dejar de lado todo lo aprendido hasta entonces (la carga dramática siempre está presente).

Blumhouse se ha dedicado durante años a recopilar casos de los demonólogos Ed y Lorraine Warren, pero James Wan no fue el único en destapar los misterios de casas encantadas y familias aterrorizadas por entes, pese a centrar uno de sus trabajos en este hogar cercano a Londres en Expediente Warren: El caso Enfield. En un proyecto más pequeño e igualmente atractivo, Nyholm se acercó a uno de los sucesos que más atención recibió a finales de los 70 por parte de la prensa inglesa. Entre británicos descubrió la fuerza de los poltergeist con The Enfield Haunting.

Aunque una de las casas malditas que más atención ha recibido en el cine es Amityville, el caso Enfield adquiere una nueva dinámica al enfocar el problema desde la cercanía que sentimos con los vivos. Nyholm mira muy de cerca la evolución de las niñas de la casa, ese momento en que empiezan a sentir la inestabilidad que provoca empezar a sentir como los adultos, y transmite esa inseguridad a un despiece de los acontecimientos sobrenaturales que les rodean. Para los adultos tiene otra mirada: a partir del poltergeist presenciamos el excepticismo y la devoción a través de dos miembros de la Society for Psychical Research, Guy Lyon Playfair —la historia se extrae de la novela que escribió sobre los hechos acontecidos en este hogar— y Maurice Grosse, ambos unidos a la parapsicología circunstancialmente.

Pronto son las figuras de la más joven de las niñas y Grosse quienes conseguirán hacer funcionar la maquinaria de las extravagancias fantasmales. El carisma de la niña y un Timothy Spall en estado de gracia con un muy bien traído pasado definen esa fina línea entre lo paranormal y lo sentimental, y es ahí donde nos engancha The Enfield Haunting, combinando la estrecha relación que les une, ya sea por comprensión o protección, con los eventos reconocidos y documentados durante los años que se sucedieron.

El drama personal a través del fantasma: con esta distinguida fórmula Kristoffer Nyholm no intenta tanto convencernos de la realidad de los hechos, pero sí uniformar una historia de tintes clásicos con las herramientas adecuadas. En 2015 las casas invadidas por muertos volvían a ser tendencia en todas las salas de cine, donde el espectro digital y el subidón de sonido era una constante, pero Nyholm optó por la contención, por reforzar el miedo con los detalles más milimetrados, apelando a lo cotidiano para desarmar al espectador, sin dejar de lado toda la parafernalia de expertos y psíquicos armados con las ultimísimas novedades (ya obsoletas) para detectar presencias extrañas. Con un discurso muy inglés —el humor negro nunca se termina de desprender de los personajes—, ese aire de narración con moraleja y la eficacia de su ritmo, pronto el conocer la procedendia de los ocupas que atormentan y magullan a la pequeña no es tan importante como saber si son capaces de darles un significado dentro de la vida de todos los presentes. Mientras el espectro crece, los personajes evolucionan y van asentando sus verdaderas motivaciones. No se detiene especificando el paso del tiempo, simplemente avanza con los acontecimientos para introducirnos en el bucle en el que viven todos los partícipes. Un final excesivamente complaciente (no por ello distinto a la realidad vivida en los 70) no desluce por completo una miniserie que te engancha a la pantalla y que consigue con una primera y última imagen hablar de mucho más que de un escandaloso panfleto periodístico: crecer. The Enfield Haunting demuestra que el director sabe agarrarse a una de esas historias que se cuentan bajo las sábanas con una linterna encendida para asustar a los presentes y, de paso, atrapar con pequeñas dosis de misterio en un material donde los fantasmas son juegos de niños y traumas de adultos.

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