Koza (Ivan Ostrochovský)

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Peter Balasz, un boxeador de la categoría de pesos medios, corre con un neumático atado a la cintura. Se muestra el surco que deja en la nieve cuando es arrastrado por el púgil. Esta es una de las imágenes que se apoderan de la memoria después de ver Koza, dirigida por el eslovaco Ivan Ostrochovský. El paisaje helado, el vacío y el esfuerzo sin recompensa se unen en la pantalla desde un pequeño detalle que persigue la cámara, la metonimia como recurso visual. Esa gran rueda con la que se entrena el deportista, que fue representante de Eslovaquia —en la vida real— en los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996. Y en la actualidad trabaja como ayudante en una chatarrería. Motivado por la escasez de dinero para hacerse cargo de un imprevisto en su familia, el protagonista le pide apoyo económico a su jefe para inscribirse en varios combates profesionales. Los dos viajan en la ranchera del chatarrero, que ahora es el improvisado manager del boxeador, ambos dispuestos a combatir.

Tras realizar varios documentales desde el principio de esta década, Koza es la primera película de ficción de Ivan Ostrochovský. El cineasta logra un drama con envoltura de road movie en el que los dos personajes principales evolucionan desde una pareja trágica hasta sondear la consistencia de un dúo cómico. La progresión personal transita primero por el desprecio más la sumisión del siervo con el amo. Pero crece por una rara amistad y confraternización en la miseria. Su creador arma este breve largometraje de setenta y cinco minutos con las herramientas del género documental. El uso del sonido directo como expresión ambiental, reverberando la frialdad del gélido paisaje por el que circulan el combatiente y su patrón. La vocación en fundamentar la narración en la imagen antes que en los diálogos, solo los justos y necesarios, con más capacidad de conexión para el espectador y los actores que de una búsqueda lírica. La expresividad poética se aloja en algunas secuencias de transición del viaje, a través de los parajes nevados que funcionan prácticamente como imágenes abstractas en una trama demasiado terrenal. La ausencia de transiciones visuales, sean fundidos o encadenados, desterrados por el cambio de plano al corte. Tampoco se busca la épica del vencedor ni la del derrotado, porque ya no hay nada que perder o ganar, ni siquiera tal como anuncia la frase promocional del film, que se puede traducir como el camino que recorre un ex boxeador olímpico hacia su última derrota. Pero este tono de documento veraz aparece ya en la secuencia de arranque, con unas imágenes de archivo de un combate del propio Balasz, apodado la cabra (koza, en lengua eslovaca) durante la Olimpiada del año noventa y seis.

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Resulta apasionante la coartada de usar los mecanismos propios del documental para lograr unas actuaciones convincentes en personas que se interpretan a sí mismas, en todo o quizás solo en parte. La presencia del púgil con la cara esculpida por la bondad y los golpes recibidos tras muchas peleas. Unos caracteres que viven cada día como si fuera el próximo asalto. A pesar del contexto amargo con que se representa Eslovaquia, un país perteneciente a la UE pero próximo a la cuneta de dicha Unión. La forma en que se planifican los combates, rodados en planos medios y cercanos los primeros. Y posteriormente los últimos con planos generales, mediante puntos de vista lejanos, cuando se confirma la decadencia del protagonista. Huyendo de la fotogenia sangrienta, los ralentizados, las angulaciones extremas, el ritmo picado y otros resortes propios de las películas de boxeo. En una época que se rescata un icono como Rocky, Koza se presenta como la cara “b” del sueño por el triunfo que tantas ganancias dieron a los artífices de aquella saga. Sin embargo esta reflexión más cotidiana consigue un producto entretenido, con un ritmo que se sostiene incluso en sus planos de duración más larga. También ayuda cierto humor socarrón, casi secreto pero efectivo en algunas secuencias de los entrenamientos y los encuentros con otros compañeros de viaje. Koza es un ejemplo de cómo crear un largometraje distinto y atractivo sobre un argumento parecido al de films míticos sobre deportistas y atletas que reviven en su ocaso.

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