Jia Zhangke… a examen

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El estreno de Un toque de violencia nos devuelve a uno de los cineastas orientales más laureados de los últimos años, y es que desde su salto internacional en 2006 con Naturaleza muerta —que se llevó el León de Oro de Venecia—, Jia Zhang Ke se transformaría en uno de esos nombres propios a seguir, y trabajos anteriores como Platform, Placeres desconocidos o El mundo en pilares de una carrera que ha sido encumbrada por no pocos como la de una de las más grandes de la historia del cine de su país, China.

Precisamente su tierra es la que sirve como eje para trazar certeras radiografías mimetizadas en un estilo que puede llegar a desconcertar si uno realiza su primera toma de contacto con el cine de este autor tan particular como único, pero que no se rinde ante la obviedad ni enarbola su propio discurso mediando datos o fechas que puedan ejercer de guía para el espectador. Jia Zhang Ke no está, pues, interesado en surgir como un cronista de la historia de su país para así poder hablar sobre lo que acontece en los confines del gigante asiático, más bien traza un contexto determinado y lo emplea para dirimir sobre el rumbo y las inquietudes de unos personajes generalmente desorientados, incapaces de establecer un camino propio o de mantener de modo estable cualquier tipo de relación, y afectados por la dirección tomada por un país que parece querer avanzar entre cambios sin lograr que su propio recorrido no influya en el periplo de sus habitantes.

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La repetición de algunas constantes —de las que iré hablando, pero que a rasgos generales se mueven entre lo material y sentimental— resulta reveladora por la forma en cómo sus personajes muestran —o no, aspecto este en el que el manejo narrativo de Zhang Ke juega un gran papel— unas carencias vinculadas a lo afectivo: las distintas conversaciones que entablan entre ellos no son más que el reflejo de una inseguridad generada por la poca distancia entre lo que son y lo que representan; o, dicho de otro modo, entre el papel que pretenden jugar en una sociedad que no siempre les deja avanzar hacia horizontes anhelados —aquí posee una función importante tanto lo económico como las propias limitaciones impuestas por su país— y el rol adquirido en un entorno más social de lo deseado.

Aunque todas esas características se contemplan (en mayor o menor medida) en la primera etapa del cineasta chino, merece la pena prestar especial atención a su segundo largometraje conocido —ya que en el 95 dirigiera Xiao Shan Going Home, un film prácticamente inaccesible—, una Platform en la que Zhang Ke se alejaba del presente para trasladarnos a la China de los años 80 y ponernos tras la pista de Cui Mingliang y sus compañeros, todos ellos pertenecientes a una organización cultural en aras de una futura privatización. Y si merece la pena es quizá porque los rasgos de su cine logran acrecentarse en Platform de tal modo que es difícil no hablar sobre este título como uno de los trabajos más emblemáticos del autor de Naturaleza muerta.

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No representaría un error, pues, decir que tanto a nivel formal como discursivo Jia Zhang Ke es capaz de llegar a su versión más paroxista. Capaz de establecer relaciones narrativas que directamente tengan algún efecto sobre las relaciones entre sus protagonistas, o de conseguir que esos mismos vínculos trazados evidencien hasta las últimas consecuencias lo que supone el principal reflejo de su cine, Platform es una extensión mastodóntica del estilo del cineasta; un estilo tan clínico como, en algunas facetas, barroco que bien podría llegar a parecer anárquico si no fuese por la intencionalidad que respira cada plano.

Esa intención queda dilucidada con los primeros pasos de Mingliang (interpretado por Wang Hongwei, uno de sus actores fetiche desde Pickpocket), su protagonista, quien más bien parece dispuesto a reivindicar su condición de artista y a dejar clara su distancia con la clase obrera que a tomar un trayecto fuera de ese rol que, como comentaba, desea representar. Ello, no obstante, no es óbice para despreciar a esa clase obrera: Mingliang sólo pretende dar por sentada esa diferencia, algo que en realidad Zhang Ke va trabajando durante todo el film. No es casualidad, pues, que la moda (permanentes, cejas pintadas y demás) sea un sujeto propio presente entre algunas muchachas de esa organización, o incluso que las relaciones entre ambos colectivos resulten en algunas ocasiones distantes y hasta frías.

Distancia que no va unida en ningún caso al desafecto y que constituye más un modo de representar ese papel desarrollado en un entorno más artístico y, sobre todo, unas inquietudes que se quedan expuestas en el acercamiento —no siempre bien visto, claro está— a una cultura occidental que incluso llevará a algún miembro del grupo a emprender una pequeña aunque no muy lejana huida alejándose, en cierto modo, de sus raíces. Algo que, por otro lado, es percibido como una especie de rebelión por los mayores, que no terminan de aprobar esa actitud en sus hijos.

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Otro de los elementos importantes en el cine de Zhang Ke es la arquitectura de unos planos que el cineasta aprovecha al máximo. Así, Platform está bañada por mosaicos que habitualmente se apoyan en el plano general (americano a lo sumo) para buscar un distanciamento del espectador con los personajes, y que sólo emplea encuadres más pequeños (como planos detalle) en escasos momentos (la presencia de fotos o símiles siempre está predeterminada por ese tipo de encuadre, reflejando en cierto modo un anhelo —algo que se repetiría en El mundo— en el interior de sus personajes), o movimientos (como el travelling) en situaciones determinadas (sobre todo, cuando son de seguimiento o dirigen nuestra mirada hacia algún lugar).

Se podría decir que Platform constituye por todo ello un perfecto preámbulo para los recién llegados y una portentosa representación de lo que supone el arte del cineasta chino, que en esta obra extiende algunas de las características de su anterior trabajo, Pickpocket, además de ir introduciendo pequeños elementos de lo que serían algunas de sus cintas posteriores. Lo material —que, como comentaba, tiene un peso determinante en el cine de Zhang Ke— se sobrepone a las vidas de los individuos que pueblan sus relatos y que termina por asfixiar algunas de las relaciones entabladas por los protagonistas, hecho muy habitual en el particular universo del chino, en especial por lo inconstante y volátil de los lazos afectivos que establecen, y terminan escindiéndose (a ello contribuye esa faceta narrativa tan pulida y perspicaz de la que hace gala Platform) o tomando giros inesperados que dejan conclusiones atronadoras no sólo sobre un cine, también sobre un país capaz de ahogar cualquier perspectiva de futuro y de hacer que todas las esperanzas se quiebren en una habitación presidida por un incesante silbido.

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