Jacques Audiard… a examen (II)

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Resulta extraño ver una película que transita alrededor de la comedia y la sátira y que sin embargo te haga recordar los nombres de personas reales. Aunque igual ese es su cometido (una farsa que habla de farsantes es a lo que lleva, me supongo). Y es que en el segundo largometraje de Jacques Audiard uno tiene la impresión de que se esconde mucha mala leche. Sobre todo en referencia a la propia historia del país galo, llena de claroscuros en relación a la Segunda Guerra Mundial y a su posguerra, que debió de ser lo más parecido a una fiesta de máscaras y disfraces que se pudo hacer a lo largo de los años, con gente intentando ocultar actitudes del pasado o alardeando de cosas que nunca ocurrieron. A pesar de que todas las guerras y posguerras deben de ser duras y complicadas, en la que fue de 1939 a 1944 se hicieron demasiadas atrocidades que dejaban a la humanidad muy mal, en grupo y también por separado, por lo que la simple idea de pensar en quién era quién y en quién hizo qué, sobre todo durante el periodo que fue desde 1940 a 1944, tuvo que ser delicado. Un pasado turbio y tan revuelto que, seguro, fue difícil escarbar en él.

A quien principalmente remite esta obra, en mi mente, es a Enric Marco Batlle, el autodenominado embustero no falsario y en otro tiempo presidente de la Amical de Mauthausen, y por varios años, tras haber convencido a todo el mundo de su pasado como combatiente anti-nazi y como prisionero en un campo de concentración, hasta que se descubrió que no lo era. Todo un pieza. Ante esto, la historia que nos cuenta Audiard aquí es no sólo factible, sino que incluso es limitada vista hoy día, aun apreciando su lucidez elucubrando sobre el arte del engaño y su capacidad para hacer que un hombre mentiroso nos agrade y nos caiga bien. Gracias, sobre todo, a que vemos cómo ocurre todo; las formas para llegar hasta sus metas de forma creíble, aunque ocurra rápido y apenas degustemos sus momentos de felicidad. En cualquier caso, es un tratamiento bastante interesante de un tema pocas veces tocado en el cine: un joven que, durante la Segunda Guerra Mundial, no es llevado a la contienda por los motivos considerados lógicos de aquel entonces, pero que ansía formar parte de ese círculo de héroes supervivientes, y buscará así la forma de llegar a ser considerado uno de ellos.

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Un héroe muy discreto es una cinta bastante entretenida, a pesar de que se alarga en su primer tramo y el segundo se hace demasiado corto; aun así, y pese a algunos cambios de ritmo que descolocan, acaba siendo un trabajo bastante competente de un director que, con cada película, ha ido siempre a mejor. En una escala del 1 al 10, esta película sería un 7, como el resto de las que he visto dentro de su filmografía, pero se siente como inferior a todas ellas, menos perfecta, quizás, y más carente del equilibrio y la fuerza visual de las siguientes, seguro. Hay buenos momentos y grandes actuaciones, pero lo mejor de todo, para mí, es que Audiard no está tan encorsetado en esa enorme seriedad y solemnidad que nos ha mostrado luego, sin que con esto quiera decir que no me guste aquello. Es sólo que aquí juega con la verdad y la mentira, usa el recurso del falso documental y la ficción, cuenta una historia y hace cómplice al espectador. En definitiva, hace pasar un buen rato y hace reflexionar sobre la gente, toda, y sus ansias de ansiar.

Por otra parte, me quedo con lo anecdótico de haber visto a tantos actores franceses famosos aparecer a lo largo de Un héroe muy discreto, todos de notable, claro, pero es que además es llamativo ver lo jóvenes que están y reconocerles ahora (algunos casi iguales). Mathieu Kassovitz, Albert Dupontel, Sandrine Kiberlain, François Berléand o Jean-Louis Trintignant. De hecho, todas las escenas en las que aparece Dupontel elevan el nivel del conjunto; todas las anécdotas que cuenta su personaje, los consejos que da a Kassovitz sobre el momento en que se encuentran y la posibilidad de aprovecharlo, sobre cuál es la mejor manera de contar y mantener una mentira, y luego otra, siempre con otra, sin hablar de la verdad, para así siempre sostenerla… Y la mala leche soterrada en cada instante, ¿he hablado de la mala leche?

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