Considerado uno de los maestros del ‹J-horror› contemporáneo, en especial debido a las aportaciones realizadas con The Ring — El círculo (1998) y Dark Water (2002), si bien entre sus acercamientos al género se cuentan otros títulos como Don’t Look Up (Ghost Actress) o Kaidan, lejos de obras fallidas como The Complex, ya presentes en el declive que el cineasta nipón ha ido mostrando con el paso de los años, cabe destacar la figura de Hideo Nakata como un autor capaz de encontrar vías colindantes a ese ‹J-horror› en otros géneros no tan lejanos pero cuanto menos a una cierta distancia del influjo que produjo el ‹boom› de películas como la citada The Ring, La maldición — The Grudge de Takashi Shimizu o Kairo de Kiyoshi Kurosawa.
Es en ese marco donde encontramos el que sería su sexto largometraje, una Chaos que entronca directamente con el thriller psicológico arrojando apuntes de un escurridizo ‹neo-noir› e incluso aludiendo en la creación de atmósferas a ese horror que caracterizó el trabajo de Nakata durante su primera etapa.
Así, y partiendo de una premisa sencilla en su construcción, la de un secuestro que derivará en un extraño juego de espejos, Chaos se inserta en ese ideario “depalmiano” que el estadounidense forjó durante las décadas de los 70-80, aunque imbricado en una concepción que se acerca quizá más al cine de Kurosawa y sus ‹doppelgängers›, discurriendo en un terreno menos afianzado en el cine de género puro y más cercano a esas mixturas que provee con una habilidad insólita el autor de Cure.
No obstante, y si bien resulta sencillo atribuir referentes —en algún caso como en el de Kurosawa, coetáneos, pues han desarrollado sus carreras prácticamente en paralelo—, cabe destacar que el film de Nakata no es ni mucho menos una reproducción de estilemas y conceptos presentados por ambos cineastas: más bien al contrario, el japonés aborda su obra con una personalidad digna de elogio, algo que provee, además de esa mixtura genérica presente en Chaos, una perspectiva que hibrida tonos de lo más dispares sin mostrarse por ello inestable en ningún momento. Nakata traza así una deriva ‹noir› engarzada en los vericuetos del thriller, reformulando un componente psicológico que se desgrana conforme su trama va tomando forma, e incluso obtiene un reflejo fehaciente a medida que ahonda en la tan insondable como perturbadora relación que se instaurará entre los dos personajes centrales.
Dando pie, pues, a una narrativa discontinua que va reconstruyendo el relato no desde la forma de un artificio con el que arrastrar al espectador, sino como la fascinante articulación de un juego de expectativas que en realidad trata de impeler ese retrato obsesivo en lugar de establecer una concordancia interna para con la propia historia, Chaos tiene claro el campo en el que se maneja, y es en esa lucidez donde alcanza sus mayores cotas.
En ese sentido, no resulta casual el modo en como Nakata modula el tono del film, llegando a establecer atmósferas tan oscuras como turbadoras alimentadas por ese ingrediente psicológico del que hablaba, así como por una banda sonora que refuerza algunos de los inquietantes pasajes construidos por el nipón. Tampoco cabe desdeñar, en el asentamiento de esa faceta psicológica, el uso de una gestualidad que, especialmente en lo que concierne al personaje femenino, revela una enigmática vertiente desde la que disponer un componente erótico a través de la sumisión que emana ese ambiguo personaje, haciendo así de Chaos una cinta cuya ambivalencia encierra un sentido y matices que dotan de un conveniente barniz en la incursión genérica propuesta por el cineasta.
En una secuencia de Chaos, uno de sus personajes realiza un comentario («No me gustan los finales abiertos») que bien podría leerse como una glosa del film que nos ocupa, no tanto por el voluble e inconstante vaivén que dispone el cineasta japonés, sino por la forma de moverse, con absoluta libertad y destreza entre los contornos de un cine de género que requiere, por naturaleza, aproximaciones tan sugestivas como la que aquí desliza Nakata en el que es sin duda uno de los trabajos más estimulantes de una siempre estimable carrera.
Larga vida a la nueva carne.