Harka (Lofty Nathan)

Con el aval de su participación en la sección Un certain regard y el premio a la interpretación para su protagonista masculino en el pasado Festival de Cine de Cannes de 2022, se estrena finalmente en España la ópera prima en la ficción de Lofty Nathan, el director de piezas documentales tan sugerentes como 12 O’Clock Boys (2013), un trepidante retrato socio-cultural de un grupo de ‹dirty bikes› de Baltimore, que termina por profundizar en las desesperanzadas condiciones vitales de los chavales afroamericanos del Oeste de la ciudad (allá por las casas baratas, ¿os suena?) —no en vano, algún comentarista norteamericano la calificó como The Wire sobre ruedas—.

Aquí, Nathan conecta con su orígenes egipcios, aunque sin abandonar la perspectiva social preocupada por la juventud más desfavorecida, para componer un drama humano de forma y fondo tan poéticos como devastadores. Diez años después —¿o tal vez parece que es antes?— de la eclosión de las fallidas Primaveras árabes del año 2011, nos lleva a una ciudad mediana del norte de África en Túnez, para contarnos la vida de Ali (un Adam Bessa realmente brillante, contenido y sobrecogedor, en cuya profunda mirada negra cabe toda la pena que hay en este mundo), que es la de toda su generación.

Para empezar, sobre un hermoso plano del agua mágica de su infancia, la voz superpuesta de una mujer joven —Alyssa, su hermana pequeña—, introduce a Ali emulando el relato que le contó sobre un lago muy disfrutado. Ese milagro natural en medio del desierto fue invadido por una multitud de bañistas, hasta que sus aguas se volvieron negras. Y nunca más pudieron bañarse. A continuación, un meritorio plano secuencia-detalle, que va recorriendo los objetos intervinientes en la preparación de la venta ilegal de gasolina, nos presenta la precaria ocupación de nuestro protagonista, hasta culminar casi al final en un inserto visual del líquido amarillento del derivado del petróleo, que nos retrotrae mentalmente a ese idílico pasaje del pasado.

Nathan va descomponiendo ante nuestras miradas la frustrante realidad de su protagonista con un ritmo narrativo pausado pero firme. Por medio de una conversación en un bar con un compatriota emigrado en Alemania, que presume de su éxito material y personal frente al fracaso de todos los que han optado por quedarse, y termina con la agresión explosiva de Ali y su consecuente expulsión. También recordando sus decisiones, cuando se marchó de la casa familiar hace tres años, con el objetivo de ahorrar el dinero suficiente para conseguir esa vida soñada en Europa. Sin embargo, su plan se verá inevitablemente truncado. Tendrá que volver a casa para cuidar de sus hermanas tras la muerte de su padre y el traslado de su hermano mayor a la costa para trabajar como camarero en un complejo turístico.

A partir de aquí, las circunstancias no harán más que complicarse para la recién reagrupada familia de Ali, mientras de fondo en los noticieros se suceden las referencias constantes al dramático fracaso de las Revoluciones de la década pasada, que ejemplifican con clarividencia el profundo sentimiento social de frustración, de violencia terrible, en forma de autoinmolaciones, y nos retrotraen directamente a Mohamed Bouazizi. Este chaval trágicamente célebre, pasó a la Historia por rociarse con el contenido de una lata de pintura inflamable frente al Palacio de Gobierno de su ciudad y prenderse fuego, tras la confiscación ilegal de la carreta que era su medio de vida y la consecuente odisea de abusos institucionales y de corrupción rampante, provocando el inicio de las manifestaciones de la Revolución de los Jazmines en Túnez.

Por nuestra parte, somos testigos necesarios del progresivo derrumbamiento de Ali, con todos los elementos en liza a la contra, hasta que en el culmen del relato va a tomar decisiones equivocadas y desesperadas de fatales consecuencias. En el camino, las recurrentes alusiones visuales al agua del mar curativa, y al fuego aniquilador, se entrelazan con los pensamientos de Alissa, la única que parece comprender a a su hermano, «se sentía como un fantasma, enfermo en su interior». En este sentido, en el lado menos meritorio del film, considero abusiva la utilización de la voz en off en su tramo final, que se enreda en disertaciones de índole existencial suficientemente mostradas.

No puedo dejar de llamar la atención sobre el potente plano final, ni tampoco puedo ser más explícita sin revelar cuestiones que deben quedar para el visionado descubridor de la película. Sí puedo decir que condensa con brillantez la que para mi es la esencia de la historia que Nathan nos ha contado. Es una metáfora radical de la indiferencia atroz y del fracaso como comunidad, que clausura esta película dura, necesaria y muy pertinente desde una perspectiva histórica y ciudadana, que se incorpora al buen puñado de films y documentales que en los últimos años han testimoniado estos relevantes procesos socio-políticos en el mundo árabe.

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