Hari Sama… a examen

Mexico es un estado demasiado grande como para reducirlo a sus directores estrellas. Más allá de Alfonso Cuarón, Alejandro González Iñárritu o Guillermo del Toro; otros más longevos como Alfonso Arau o Arturo Ripstein; fuera de los menos populares para el gran público, ya sea Carlos Reygadas o Amat Escalante. De hecho, este año hemos confirmado a Hari Sama, un director que ya pasó por el Festival de Cine de Málaga en su edición de 2013. En aquel certamen, cuando todavía estaban separadas las películas españolas de las latinoamericanas, en la sección Territorio latinoamericano, la actriz Úrsula Pruneda recibió una Biznaga de plata por su papel protagonista en El sueño de Lú, el segundo largometraje de ficción del director, guionista y músico Hari Sama, conocido también por su nombre Carlos Sama en algunos de sus largos y cortos. En el caso de esta tragedia, aunque con envoltura de melodrama clásico en el tratamiento formal y argumental, el cineasta se hacía cargo también de otras labores como las de coproductor y segundo montador.

Unos versos del poema azteca de Tochihuitzin Coyolchiuhqui, encabezan El sueño de Lú.

«De pronto salimos del sueño,
sólo vinimos a soñar,
no es cierto, no es cierto
que vinimos a vivir sobre la tierra.»

Un fragmento de poesía envuelto por la tristeza que se aloja como un mal trance a lo largo del metraje del film. Porque la odisea vital de Lucía, una madre joven y soltera que abandona el hospital en el que permanecía como paciente tras la pérdida de su hijo, nos sitúa a los espectadores en el mismo estado desvalido y de ignorancia respecto a toda una elipsis tras la muerte de su hijo pequeño por una enfermedad terminal. No le sirven del todo ni el grupo de terapia de madres y algún padre con los que acude a reuniones, que también han sufrido esas pérdidas irremediables de sus vástagos. Ni tampoco su madre anciana o el hermano y cuñada que vigilan —tan pendientes como entregados— la evolución personal de la depresión de la protagonista. Aunque esos actos de amor o afecto no sean suficientes para que Lucía supere su deriva emocional, sí que son importantes para que logre encarar el siguiente peldaño en su mejora, admitiendo que no podrá recuperar al pequeño, pero sí lo mejor de sus recuerdos.

Con una estructura basada en la obra musical Tres momentos, compuesta por Dario González Valderrama, el músico encargado de la banda sonora, están separados por breves intertítulos las tres partes del metraje. El primer momento quizás sea el más doloroso, oscuro e inquietante por dejarnos sumidos en el mismo estado emocional de la mujer angustiada. El segundo quiebra el luto y recupera la fuerza necesaria para afrontar con intensidad esa catarsis necesaria que se produce en el último de los tres actos. Repartidos los tres en períodos similares de treinta minutos que, a pesar de sus equivalencias temporales, no poseen la misma fuerza dramática.

La razón es que la depresión es una de las enfermedades psicológicas que resultan más difíciles de mantener con acierto en la ficción, al menos en el audiovisual, sin llegar a resultar lacrimógena o agresiva en ocasiones. Hari Sama bordea ambas trampas sin caer en las mismas, pero sin llegar tampoco a otras producciones que han enfocado unas tramas parecidas como Tres colores: Azul. A pesar de no llegar a las revelaciones de Kieslowski, el director mexicano entrega una obra madura en su enunciado pero fría en su resolución, surcada por momentos emocionales que resultan convincentes y breves como esa bañera llena de agua que se desborda al comienzo del llanto de Lucía. La imagen grabada en vídeo de una ballena que se ralentiza, evoca un recuerdo del niño, que sentía fascinación por los cetáceos. O el involuntario duelo musical entre una banda musical de charros y la propia Lucía, cantante y guitarrista profesional.

El sueño de Lú es un film con interés sobre todo por ver unos rasgos de autor que se repiten en films futuros del cineasta. La nostalgia, la pérdida o ausencia de figura paterna y de algún ser querido. La dependencia emocional por esos mismos seres. El carácter mexicano más allá del tópico y más centrado en una esencia que no resulta tan folclórica como lo que conocemos por otras manifestaciones artísticas. Y la música como elemento que aúna y cataliza todos estos ingredientes. Aunque ese sueño que es más despertar que vigilia, al final parezca en cierto modo un mcguffin más que una razón de ser de la película.

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