Happy Hour (Ryûsuke Hamaguchi)

No es fácil abordar una película como Happy Hour sin hacer referencia a su abrumadora (y algo disuasoria, si se es más de metrajes ajustados como servidor) duración, que sobrepasa las cinco horas. Sin embargo, tras asistir a sus primeros minutos, uno ya intuye fácil que el trayecto será placentero y en absoluto extenuante, pese a que su autor tienda ocasionalmente a socavar las más elementales reglas del entretenimiento dilatando planos y extendiendo diálogos más allá de lo razonable (la escena de la lectura es un perfecto ejemplo de ello). Dejarse arrastrar por la cadencia sosegada de sus imágenes acaba siendo algo extremadamente sencillo, cuando lograrlo supone un logro complicadísimo. Su autor, cuya obra anterior desconozco, sorprende sin embargo con una narrativa transparente, fluida, cuya riqueza expresiva se manifiesta en un tono de sostenida dulzura, de inusual contención. Su naturalismo, tan proclive a una intimidad por la que se infiltra el misterio y la revelación, son finalmente hechizantes, y dejan en muy intrascendentes las leves caídas de atención que puntean su generoso metraje, particularmente en un último tramo algo inferior a su sublime segmento central.

Uno puede cuestionarse si para hacer examen del estado afectivo, vital y profesional de la mujer treintañera en el Japón contemporáneo era necesario sucumbir a una duración tan mastodóntica. Ciertamente podía contarse en menos tiempo, pero entonces sería otra película, probablemente menos interesante. Porque el gran atractivo de la misma reside en la forma pausada en la que despliega sus temas y reflexiones, en la fuerza casi soterrada, por sibilina, con que el efecto expansivo de su narrativa hace mella en el espectador. Su gran tema, que podría ser el lastre de la incomunicación en una sociedad moderna que parece tender al aislamiento y el hermetismo, se ramifica e imbrica en otros muchos de forma perfectamente orgánica, tejiendo un tapiz de relaciones humanas tan complejo como subyugante. Como se sugiere en la secuencia en la que se imparte un taller sobre comunicación corporal, la pérdida de equilibrio vital está íntimamente ligada al modo errático o ineficaz con el que nos relacionamos con los demás. El divorcio de uno de los personajes abocará al resto a hacer examen de sus propias vidas, condicionadas bien por el peso cultural de una tradición de orden patriarcal, bien por una rutina implacable que abotarga la voluntad.

Hamaguchi desnuda las insatisfacciones, dudas y anhelos de sus muy matizados personajes femeninos con mano diestra y notable sensibilidad. Y los hace crecer a lo largo del metraje de forma hermosa y creíble, liberándolos de sus miedos y enfrentándolos a aquello que en el fondo les niega la posibilidad de ser felices (o simplemente libres, aunque esto consista en huir sin decir nada a nadie). En este sentido, como retrato de las relaciones de pareja, la obra es punzante dentro de un registro terriblemente contenido: incluso cuando discuten, los personajes no pierden la compostura, no elevan nunca la voz. Esta chocante tranquilidad puede hacerlos parecer menos humanos, acostumbrados a visiones del mundo de la pareja mucho más temperamentales, pero también dice mucho del carácter civilizado que define la cultura japonesa. Y también, por descontado, es una apuesta arriesgada de su director por el poder desnudo de la palabra y del gesto: ambos se combinan para alumbrar los misterios del corazón desde una posición de serenidad y reflexión, desterrados en todo caso la histeria, el grito, la lucha (aun a costa de tender a cierta rigidez ocasional que resta realismo al conjunto).

Happy Hour, en sus cinco horas largas de duración, ofrece una panorámica fascinante de la sociedad japonesa del siglo XXI y muy especialmente de la posición que ocupa la mujer en ella. El trabajo, la amistad, la mentira, el amor, la lealtad, la maternidad, el sexo… son sólo algunas de las cuestiones que trata la película y sobre las que los propios personajes se ven obligados a reflexionar. Hamaguchi, en la tradición de Ozu y Naruse, rechaza la obviedad y abraza la sutileza a la hora de componer el perfil emocional de sus heroínas, confusas y desconcertadas al asistir al resquebrajamiento de su sistema de creencias, de aquello que consideraban firme y seguro. El estilo de su director, sostenido en planos medios y una nítida composición de los personajes en cuadro, y su querencia por diálogos larguísimos que pasan de lo leve y fortuito a lo relevante y significativo, refuerzan el carácter profundamente introspectivo de la propuesta, rasgada por elipsis inesperadas y elegantes fuera de campo. Por todo ello, no es difícil ver en Happy Hour la mano de un autor en plena madurez expresiva, lo cual es mucho sabiendo que aún no ha cumplido los cuarenta años. Su insólita duración no debería asustar a nadie: aquí hay sabiduría y belleza como raramente se encuentran en el cine que se estrena últimamente.

Puedes ver Happy Hour (Parte I, II y III) en Filmin:

https://www.filmin.es/pelicula/happy-hour-parte-1

https://www.filmin.es/pelicula/happy-hour-parte-2

https://www.filmin.es/pelicula/happy-hour-parte-3

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