Fortuna (Germinal Roaux)

«El viento sopla donde quiere y oyes su sonido; más no sabes de dónde viene y ni a adónde va. Así es todo aquel nacido del Espíritu.»

Juan 3:8

Tras un breve y bello prólogo, este es el versículo que abre el film Fortuna, una historia de perpetuidad, de espera y paciencia que trata temas controvertidos con una sensibilidad, tanto humana como estética, notable.

Fortuna es una niña etíope de 14 años que se queda embarazada de un hombre mucho mayor que ella; Kabir, otro refugiado que no tarda en ser víctima del miedo por ir a prisión e incita a la niña a que se deshaga del bebé. La presión surgida de la idea del aborto va a ser uno de los problemas que atormentarán a la pequeña, quien se niega en rotundo a si quiera valorar la pérdida de su hijo, si bien sumamos su temprana edad y la inadaptación al país que la acoge, Suiza, concretamente un pueblecito helado muy diferente a su lugar de origen. Pero, de manera más que interesante y gozando de una delicadeza y austeridad casi “bressonianas”, Germinal Roaux dota a Fortuna de un importante aire reflexivo sin resultar sesgado ni adoctrinador. El hecho de contar la situación desde el punto de vista de una niña que se ve en la tesitura de encontrarse sola en la nulidad del refugiado, bajo un clima asolador que acompaña su propia solitud y el aditivo de quedarse embarazada de un hombre que podría fácilmente ser su padre y verse obligada a mentir para salvaguardar la seguridad de su futuro hijo, habría sido un auténtico drama lacrimógeno en manos de un director con aspiraciones diferentes o una auténtica amalgama de clichés propios de un panfleto político progresista en un telediario. Pero, por suerte, el director consigue dotar de una solemnidad y veracidad dignas de una realidad áspera, entrelazando la belleza de las imágenes en blanco y negro con un texto sobrio y a la vez palpitante.

Dando una importancia tanto formal como narrativa al espíritu religioso de los protagonistas —Fortuna es cristiana, mientras que Kabir es musulmán y ambos se encuentran acogidos por la Iglesia católica en un monasterio en Suiza— Fortuna se acerca a los dilemas antes mencionados desde puntos de vista diferentes, teniendo en cuenta lo unánime de sus credos y la particularidad del pensamiento individual. La niña tiene claro que, aunque es menor debería poder contraer matrimonio con Kabir y así dar a luz a su hijo en el seno de una unión espiritual, mientras que este, en un principio, opta por deshacerse de la criatura mientras aún está en el vientre y así evitar problemas legales —es curioso ver como se cambian las tornas en cuanto al matrimonio con menores en este caso, pues en el Islam se da mientras que en el Cristianismo ya no—. Poco después —concretamente después de un rezo— Kabir estará dispuesto a ayudarla, intentando redimirse por el daño que le causó con sus palabras, para acabar desapareciendo en circunstancias misteriosas.

La moralidad absolutamente recta de la devota Fortuna la llevará a permanecer sola con su secreto, componiendo su vida de miradas a ninguna parte y sueños de un pasado irrecuperable coordinados con el vaivén del mar, siempre en movimiento. Ella, la que se debate entre la blanca frialdad de la nieve y la tenue sombra de su fe intentará mantenerse firme ante la vida a pesar de transitar un mundo donde la divinidad y lo humano dictan sentencias opuestas en lo referente a su embarazo.

La ley de Dios en combate con la ley de los hombres. Algo muy difícil de abordar sin un conocimiento previo de religión y pensamiento ético del cual, puede que sean de utilidad algunos datos como que en la Biblia no se dice nada explícito referente al aborto, pero sí en defensa de la vida, que las leyes actuales en Suiza abogan por una continuación de la privatización de esta práctica y que, lógicamente, el Catecismo sostiene que la vida humana debe ser respetada y protegida de manera absoluta desde el momento de la concepción. Fortuna, proveniente de un país donde la mitad son cristianos ortodoxos y la otra mitad musulmanes, siendo ella cristiana practicante —intuimos que católica— y con la moral de una pre-adolescente madura y consciente del hijo en su vientre, podemos aventurar que no cederá a los consejos de la gran mayoría. El aborto para ella es la muerte tanto física como espiritual y así se sembrará la semilla de la reflexión en la mente de algún que otro espectador conmovido por su cruda belleza.

Fortuna es una película que, como el viento, se oye —y se ve— pero de la que no se sabe el origen ni el final. Algunos dirán que hay ciertos símbolos y metáforas que apuntan a un desenlace concreto, pero para este redactor, al igual que para el personaje de Bruno Ganz —monje que parece ser la voz del director que invita a revalorizar unos valores casi aniquilados—, es mucho mejor dejar que las cosas sean lo que son, tener confianza en ellas. Esta película es, a grandes rasgos, un silbido entre el ruido, una palabra entre la inaudible marea de voces. Traspasa las barreras de lo preconcebido y del estereotipo como hacía de una forma similar Des hommes et des dieux (Xavier Beauvois, 2010) al proponer una mirada alternativa ante temas que parecen bipartitos. A la hora de plantarse frente a films como Fortuna, lo suyo sería “sentir”, más que comprender —en un sentido artístico-contemplativo, no sentimental— y solamente tras finalizar la visión, empezar a darle vueltas a la cabeza como cuidadosamente la música de Sarah Cunningham aparece tras 106 minutos de silencio.

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