First Cow (Kelly Reichardt)

El mito de la conquista del oeste americano —y se podría decir de la historia misma tal como la conocemos en occidente— se construye a partir de personajes de grandes ambiciones, responsables de una narrativa épica inherentemente violenta, detrás de cuyas gestas y puntos de vista absolutos se esconden los invisibles, los oprimidos, los colonizados… todos ellos usados y desechados como meros instrumentos al servicio de intereses económicos y políticos, perpetuamente olvidados en los márgenes. En los márgenes se movía la protagonista de Wendy and Lucy (Kelly Reichardt, 2008), una joven mujer sin pasado, futuro o dinero en busca de trabajo en Alaska, que quedaba atrapada en Oregón al estropearse su coche. Ese mismo estado es el que los pioneros que Reichardt retrataba en Meek’s Cutoff (2010) cruzaban por una inhóspita ruta, enfrentándose a los elementos y a interminables penurias de un territorio hostil, por la promesa de una posibilidad de progresar trabajando duramente en el Noroeste del Pacífico. Casi como una conclusión lógica a estas dos películas precedentes, ahora la directora vuelve a abordar temáticamente en First Cow (2019) los vínculos que atraviesan toda su filmografía, como la relación con la naturaleza que llevó a sublimar en el activismo ecológico radical de Night Moves (2013) y la idea disidente de masculinidad que ya mostró en Old Joy (2006).

Una joven que camina con su perro por el bosque en la actualidad —que evoca irremediablemente al personaje de Michelle Williams en Wendy and Lucy— se encuentra con los restos óseos de dos personas enterradas, una al lado de la otra, entre la frondosa vegetación. Con sumo cuidado, evitando hacer el más mínimo ruido o molestar a los animales, Otis Figowitz busca setas para dar de comer al grupo de agresivos tramperos con el que viaja en 1820. En una de sus incursiones da con King-Lu (Orion Lee), un inmigrante chino que huye tras matar a un hombre. Ninguno de ellos está preparado para sobrevivir por su cuenta utilizando la violencia o aprovechándose de los demás en esta zona donde rige la ley del más fuerte. Entre ambos surge una amistad y una camaradería desinteresada, que forma el centro del relato, basada en el reconocimiento del otro y en la lealtad. Sin medios propios, la primera vaca en llegar al lugar les permite vender los exquisitos productos de pastelería que Otis “Cookie” prepara con su leche. Las conversaciones sobre sus planes y sueños para el futuro traen consigo los recuerdos de la civilización que han dejado atrás. Una civilización cuya presencia recuperan con los sabores y texturas que proporcionan a sus clientes, que simbólicamente son los que perpetúan también otro aspecto extremo negativo de la sociedad capitalista (mediante un adinerado terrateniente, el dueño del animal al que da vida Toby Jones) y de exaltación del individuo de la gran aventura de quienes buscan oro, pieles u otras formas de hacerse ricos sin que los escrúpulos se interpongan en su camino.

El punto de vista profundamente humanista de la directora y el calmado ritmo con el que se desarrolla la narración de First Cow impregna sus imágenes de la personalidad de estos hombres, que buscan pasar desapercibidos enfrentándose a la peripecias de la subsistencia cotidiana, a través de su conciso montaje. La fotografía hace que el paisaje salvaje predomine confinado en en formato 1,37:1 y defina sus condiciones de vida con una composición minuciosa, que aprovecha un tratamiento de la luz de extrema sutileza naturalista y el contraste de la paleta de colores entre la vegetación, accidentes geográficos y los lugares ya afectados por la acción humana. En contacto directo con la naturaleza en la frágil cabaña que comparten, buscan mantener un difícil equilibrio incluso con la vaca a la que ordeñan furtivamente —mientras a su alrededor cazan masivamente animales por sus pieles para satisfacer la última tendencia de la efímera moda de París—. De enfrentarse a otros hombres físicamente luego pasan a desafiar la jerarquía de poder socioeconómico establecido con sus acciones picarescas de sencillos comerciantes aspiracionales. La explotación de los colonos y su competencia en el asentamiento y la destrucción sistemática del ecosistema resultan algo completamente ajeno a ellos y de lo que no participan. Juntos proponen una perspectiva despreciada por el progreso y el devenir histórico: la posibilidad de existencia de dinámicas alternativas, tanto entre individuos como hacia el entorno, que pudieran existir sin estar supeditadas a la economía extractivista o el interés privado, regidas por un auténtico sentido del bien colectivo y la solidaridad.

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