Fay Grim (Hal Hartley)

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Fay Grim fue una película del año 2006 con apenas distribución en cines dirigido por uno de nuestros directores predilectos en Cine Maldito, Hal Hartley. En la misma web hemos hablado de dos de sus cintas más icónicas, Trust (199o) y Simple Men (1992).

En esta ocasión Fay Grim es la segunda parte de una extraña trilogía desarrollada durante 17 años, cuya historia comenzaba con Henry Fool (1997) y terminaría con Ned Rifle (2014). Así pues, la primera cinta acontece en el momento cumbre de la carrera comercial del director, cuando arrastraba esa etiqueta de autor de cine independiente americano en los 90, mientras que la última entrega se estrena con un Hal Hartley más radical en la forma de distribuir cine, de mucho más difícil acceso comercial (olvídense de disfrutar de su cine en salas comerciales de nuestro país) pero que tras una búsqueda personal de casi una década deja de lado su cine más experimental para volver, en parte, a los orígenes.

Hal Hartley pasa por ser por uno de los cineastas más europeos, tanto por su mirada como por sus referentes más inmediatos. Él mismo ha pasado una buena temporada por el viejo continente. De todas maneras su mirada es mucho más abierta y global que lo que muchos críticos piensan, sin olvidar que su cine pasa irremediablemente como la visión más tierna de los perdedores y gente perdida que deambulan por los Estados Unidos. Siendo concisos, su cine es un canto tanto de admiración como lleno de ternura por esos hombres y mujeres que de alguna manera u otra, están en disconformidad con el sistema, que no encajan, y que normalmente comienzan saliendo de la cárcel y acaban entrando en ella.

Los protagonistas de Hal Hartley pasan por ser unos «outsiders» que intentan (sobre)vivir sus vidas lo mejor que pueden hasta que irremediablemente acaban enfrentándose a una sociedad en la que no encajan y donde no encuentran su sitio. Son personas, que, brevemente, se abrazan unas a otras en una parada del camino a ningún lugar que tienen por delante.

Fay Grim es la continuación de Henry Fool, que contaba la llegada del personaje cuyo nombre servía de título a la vida de Simon, un barrendero introvertido que de pronto se iniciaba en el mundo de la poesía de la mano de Henry, que de paso vivía una relación tormentosa con la hermana de Simon, Fay Grim.

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Han pasado nueve años y Hal Hartley da uno de sus famosos triples saltos mortales y nos planta en una película de espías, con el 11 de Septiembre sobrevolando el relato y con una mirada irónica sobre el absurdo juego de mal entendidos que se produce.

¿Tiene algo que ver la primera parte con esta segunda? Sólo dos cosas, los personajes y la idea anteriormente reseñada sobre los perdidos personajes de Hal Hartley. Henry Fool era una mirada crítica al arte y sobre todo se detenía en «el artista», mientras que Fay Grim es desde su inicio una absurda y exagerada película de espías no extenso de un humor negro que está presente en todo momento. La verdad es que cuando acabé de ver esta segunda parte de la trilogía, lo primero que me pregunté es si Hartley tenía pensado la historia antes de rodar la primera peli o simplemente una mañana decidió recuperar a sus personajes para contar algo que en tono y en intenciones no tiene absolutamente nada que ver con su predecesora.

Sea como sea, al inicio de Fay Grim nos enteramos de dos hechos insólitos, Simon está en la cárcel por ayudar a huir del país a Henry y Fay tiene un hijo de este último, al que se le da por desaparecido o muerto.

Pronto aparece en escena los escritos de Henry, al que la mismísima CIA busca con ahínco no se sabe muy bien por qué. El caso es que Fay llega a un acuerdo para que suelten a su hermano a cambio de que ella viaje a Francia a recuperar parte de los manuscritos del susodicho Henry Fool.

Pero todo se complica; hay espías y dobles espías. Y lealtades traicionadas. Y están los rusos, los franceses, los árabes, los chinos, los israelíes y hasta los belgas detrás de la pobre Fay Grim, una marioneta que no entiende nada. Y alguien ha mandado un regalo al hijo de Fay donde se ve una vieja imagen pornográfica de una orgía, pero en la pared hay algo misterioso escrito que no se sabe si es latín, hebreo, árabe o puede que esloveno.

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El enredo es mostrado con un tono frío pero paródico que sienta de maravilla al relato y que si se entra en la delirante atmósfera de conspiración se disfruta. Por el camino aparece una famosa espía chechena, aunque tal vez sólo sea una azafata adicta a los dulces con mala suerte. Da igual, los bandos quedan claramente trazados; la patética inteligencia internacional traicionándose entre ellos a la mínima oportunidad y unos tipos corrientes atrapados en el juego de los primeros y siendo utilizados a su antojo, sin verlas venir.

Para el recuerdo el momento donde Fay se guarda el móvil en sus partes íntimas y no para de recibir llamadas para su orgásmica desesperación delante de los espías, puede que el momento más hilarante de todo el relato.

Todo esto sirve a Hal Hartley para criticar la doble moral que Occidente utiliza, retratar a los James Bond del mundo como patéticos personajillos y por supuesto, a esas almas perdidas y deambulando que una vez entran en el juego, son machacadas sin piedad. Y es que estamos ante un relato más negro a lo que nos tenía acostumbrado un cineasta que se caracterizó en sus primeros trabajos por finales agridulces, pero el tiempo lo ha endurecido hasta el punto de ofrecernos un final negrísimo, desesperanzador, acorde a los cambios sufridos por Hartley y su mirada.

De todas formas sigue siendo de admiración como su mirada sigue mostrándonos con cariño conceptos como la amistad o el amor. En el primer caso, casi podemos decir que para su director, la única patria son los amigos. Sigue retratando con cariño a esas personas perdidas en la inmensidad de la sociedad actual que naufragan con dignidad.

En la recta final el relato se pone serio. Y patina, no logra mantener el equilibrio en el tono. Es una pena, aunque no desmerece el resultado conjunto de esta extrañísima obra. También es cierto que hay mucho que discutirle al bueno de Hal Hartley, incluyendo una obsesión por planos inclinados que sigo sin entender, ni cierto agotamiento en el retrato de la paranoia colectiva entre traiciones y deslealtades.

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Pero sigue siendo una obra de Hal Hartley a tener en cuenta. Y vuelve a salir, después de mucho años, una de sus musas, la rumano-francesa-yanki Elina Löwensohn. Pero es que están todos los colegas de Hartley; desde la protagonista Fey Grim interpretada por la denominada musa del cine independiente Parker Posey, al bueno de Martin Donavan y muchas más. Simplemente por verlos nuevamente bajo las ordenes de uno de nuestros cineastas favoritos ya merece la pena. Y como anécdota, aparece brevemente Sibel Kekilli (Contra la pared, Shae en Juego de Tronos).

Lo dicho, Fay Grim es una peli que en su estreno pasó desapercibida, pero sigue reuniendo la particular mirada de un autor que tiene mucho que decir todavía.

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