Fatih Akin… a examen

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En la mayor parte de la filmografía del director Fatih Akin, los personajes realizan un viaje físico con componentes emocionales, que pueden ir desde su lugar de residencia hasta el de origen, o a la inversa, desde el sitio del que proceden a otro en el que buscan volver a encontrarse a sí mismos. Estas idas y venidas se entrecruzarían ya de forma definitiva en su obra magna hasta el momento, Al otro lado (2007). Akin, que se considera un ciudadano del mundo, en sus películas difumina las fronteras, generalmente las que van desde Alemania a Turquía, pero también ha partido de Italia en Solino (2002), o lo ha llevado al extremo en su último trabajo, El padre (2014), que ahora llega a los cines españoles, en el que el protagonista emprende una travesía homérico desde Armenia hasta Estados Unidos.

Si nos retrotraemos a sus primeras obras, con las que Akin empezó a ganarse el estatus de director generacional, nos encontramos, inaugurando el nuevo siglo y tras una ópera prima con resonancias de tragedia shakesperiana (Kurz und schmerzlos —1998—), Im Juli, que supuso su primer éxito en Alemania. Akin por entonces tenía 26 años, es decir, más o menos la misma edad que los personajes de esta enloquecida road-movie que empieza en la inevitable Hamburgo (ciudad de nacimiento del director), y lleva a un aspirante a profesor y a una chica hippie a recorrer Europa del Este hasta Estambul en su búsqueda del amor. Estos dos caracteres opuestos están interpretados con mucho carisma por una pareja de actores que venían de protagonizar dos de las películas que supusieron el comienzo de la recuperación del cine alemán a finales de los 90: Christiane Paul en La vida en obras de Wolfgang Becker (1997), y Moritz Bleibtreu en Corre, Lola, corre de Tom Tykwer (1998).

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Im Juli comienza de igual manera que lo haría años más tarde Al otro lado, con un hombre llegando en coche a un lugar solitario, pero en esta última, ese inicio representa uno de los pasos de un viaje trascendental. El trayecto de Im Juli también es importante, pero está tratado desde un punto de vista mucho más humorístico, del tipo de comedia física que Akin desarrollaría plenamente más adelante en Soul Kitchen (2009). Aún algo descontrolado, lo que se aprecia en el nerviosismo de una cámara que revela un gusto por los primeros planos, el director dejaba ya salir aquí su lado más visceral, presentando a personajes que se mueven por impulsos. Un aspecto que ha marcado la identidad de su obra, y que sin embargo, ha depurado casi por completo de forma no demasiado acertada en El padre.

También se empieza a apreciar en Im Juli otra constante de Akin: sus orígenes turcos hacen que mitifique en cierto sentido la ciudad de Estambul, lugar de reconciliación donde se acaban encontrando todos los caminos, precisamente por su mezcla oriental y occidental. Un lugar tan mestizo como el propio director, en el que, muy elocuentemente, acaba el filme, con un plano de un puente sobre el Bósforo que los protagonistas cruzan; una metáfora habitual que acabaría por dar título a su documental de 2005 Cruzando el puente: Los sonidos de Estambul, trabajo éste que además supondría la culminación de una experimentación musical que Akin ya apuntaba en la cinta que estamos comentando.

Por tanto, en Im Juli ya se empezaba a vislumbrar un autor poco atado a las convenciones o a corrientes concretas, que iba a realizar un cine plagado de referencias combinadas, y al mismo tiempo, profundamente personal y reconocible. Estamos ante una película que, además, desmitifica la idea del destino, ya que aunque todos los personajes afirman creer en él, prefieren ser ellos los que fuercen las situaciones para que se cumplan sus expectativas de amor ideal, buscando lejos lo que realmente tienen al lado. Un rasgo éste muy de nuestra época; y es que, precisamente, siempre se había asociado (y en cierta medida criticado) al director con un acercamiento al presente que se aislaba del pasado; pero visto el frío recibimiento de su primera incursión histórica con El padre, tal vez ahora muchos echan de menos a aquel Akin tan actual, divertido, libre y falto de pretensiones como el de su segundo largometraje.

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