La alternativa | Vampires (Vincent Lannoo)

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«Me encanta Bélgica, es todo tan plano, todo lleno de gente gris…La policía nos trae la comida a casa…es maravilloso». La frase, así sacada de contexto, podría parecer una loa del país, pero en Vampires de Vincent Lannoo sirve, de alguna manera, para asentar el tono global del film. Humor, sí, pero repleto de autocrítica y nada exenta de una lacerante visión, a través del cliché, de un país, o mejor dicho, los países donde transcurre la acción.

Esta es, sin duda una de las claves para el buen funcionamiento del film: partir del falso documental sobre un tema ficcional, tratarlo con el mayor rigor posible, resaltando el contraste metaficcional, para luego usarlo como tratado subtextual sobre algunas de las flaquezas del país. En definitiva, en la mejor tradición bufonesca, se trata de cantarle las verdades al “Rey” disfrazadas del absurdo más absoluto.

Qué mejor pues que sumergirnos en la vida cotidiana de una familia de la Bélgica profunda para conocer sus hábitos, sus rutinas, sus relaciones con los vecinos..etc. Un trayecto que podría pasar por un programa cualquiera de Callejeros sólo con una salvedad: nuestros protagonistas son vampiros. Por ello, Lannoo se adentra en este submundo con una mirada prudente, casi miedosa (lo que no es de extrañar dada la naturaleza de los entrevistados), reduciendo el formato al habitual pregunta-respuesta de confesionario de Gran Hermano, junto con una exploración de la casa, sus moradores y las cosas que suceden allí. Lo normal, vamos.

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No obstante, imperceptible pero inexorablemente, Lannoo se adentra en otros territorios. No es que la familia Saint-Germain deje de tener importancia, pero como en una exploración que va de lo micro a lo macro, la cámara se focaliza más en los exteriores, en el desarrollo de ese estado dentro del estado que es la comunidad vampírica y cómo se relaciona con el mundo humano. Situaciones que alternan la crueldad propia de las masacres en busca de comida con el tono irónico aportado por los humanos que, o bien alternan espacio día-noche con los chupasangres (caso de los profesores de escuela), o bien les sirven a través de profesiones útiles como la de encargado de una funeraria.

Todo tiene un aire, dentro del mundo vampírico, a aristocracia rancia, a usos demodés, a esa decadencia de la que hablaba Armand en Entrevista con el Vampiro, a unos vampiros que son el pálido reflejo de la sociedad en la que viven. Por ello mismo no deja de tener su coña que, gracias a los giros argumentales, Lannoo tenga la oportunidad de hacer una traslación de lo visto a otro contexto, concretamente al canadiense. Algo que aparece apriori como anecdótico sirve para, entre muchas cosas (no perderse la coña marinera a costa de Eisenstein), demostrar por un lado este reflejo vampiro/sociedad de acogida y por otro lanzar chanzas también contra los tópicos que pueblan la sociedad quebequesa. Todo lo rancio y elitista pasa a ser happyflowers, amor, colaboración humano-vampírica y democracia participativa.

No faltan, por supuesto, las dosis oportunas de crisis existenciales (con una ‹coming of age› de un miembro vampírico incluido), bromas lingüísticas, y puyazos contra el elemento humano oportunista. Sin embargo todo ello no es más que el adorno, el topping necesario para cubrir de matices y oportuna ligereza un film que en sus profundidades destila mala bava por doquier, y que con la excusa vampírica pega un repaso de narices a temas tan candentes como la inmigración, el clasismo, la corrupción y toda clase de males de la sociedad occidental…humana. Sí, Vampires es un film excelente porque da en todo momento con la nota exacta, con el tono oportuno para discernir sin moralizar y para divertir sin caer en la banalidad ni el brochazo gratuito. Otros podrían aprender.

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