Emergency Exit (Lluís Miñarro)

Lluis Miñarro es una de las figuras clave del cine de autor fecundado en España, comprometido en su reputada labor como productor con cineastas como Isabel Coixet, Albert Serra, Lisandro Alonso o Apichatpong Weerasethakul, lo que demuestra su firme lealtad al cine más transgresor y alejado de las normas habituales. Si bien en su labor como director también se muestra firme en los citados propósitos, esta ha quedado más al margen del resto de su obra productiva, pero Emergency Exit parece seguir una línea de auto reivindicación proponiendo una de las obras más singulares que se vayan a poder en el cine español actual. Una cinta coral cercada en una sola localización, un autobús que aunque parezca evocar un viaje imparable por las Islas Canarias, se diluye entre carreteras secundarias dentro una especie de viaje que funciona como vía de escape de lo terrenal. Una ‹road movie› surrealista que define con certeza el habitual estilo de Miñarro de unirse en trinchera a las formas anárquicas de la narrativa, y en la que toda porción de realidad se contamina de cuantiosos efluvios de fábula y ensoñación.

Con Emergency Exit, Miñarro explora una ambientación alucinatoria con un colorido que se sumerge por la árida orografía canaria, enclave perfecto en su labor de abordar ciertas temáticas existencialistas sobre la vida y la muerte, cuestiones de identidad, la emulsión de una creatividad estancada y hasta incluso disertaciones formales sobre la ensoñación y la vigilia. Una especie de viaje atemporal (de hecho, los pasajeros del autobús son incapaces de abandonarlo) en el que un nutrido grupo de personajes disertan acerca del pasado, su crepuscular existencia, y hasta saliendo a colación ciertos dilemas del futuro. La película gana entereza en dos vías diferenciadas: la estética, primordial en un viaje trascendental en lo emocional, se abraza a un colorido decadente que añade un componente de fantasía que aporta tono y dirección ambiental; por otra parte, la palabra, en el que el poso imaginativo adquiere un andamio de realidad hacia los personajes, confluye en una especie de viaje de convergencias narrado a ritmo de extravagancia, escapando de la fórmula habitual bajo la que evolucionan las ‹road movies›, en cuya tradición se utiliza el proceso del camino a seguir como un vehículo de un desarrollo personal. Aquí, lejos de imbuir lo aparatoso del paisaje para minimizar al propio individuo (como se realiza en la tradición norteamericana del subgénero), el viaje se trabaja como una especie de descenso a las infiernos, como si de un espejismo vital se tratase.

Fantasía y realidad carburan con un drama encorsetado en comedia extravagante, a tenor de las características con las que nos son presentados los propios personajes. Así, en este abanico de avatares encontramos, entre otros, a una actriz cuyos días de gloria ya han pasado y reniega de su carrera (Marisa Paredes, que en su última interpretación parece evocar efluvios autobiográficos), una mujer japonesa ensimismada en el duelo por la pérdida de su marido, o un director de cine megalómano sumido en plena crisis creativa con la escritura del guion de su próximo proyecto. Lo heterogéneo de sus personajes casa con lo variopinto de su reparto, en el que además de la citada Paredes encontramos a Emma Suárez, Aida Folch y hasta un estelar Albert Plá cuyo personaje, el cineasta frustrado, acaba por robar los mejores momentos de la trama. Si se hace hincapié en el reparto es debido a que el enorme compromiso interpretativo, dentro de las pretensiones simbólicas de la historia, acaba por engrandecer una propuesta con la que Miñarro realiza claros guiños a los tiempos de Buñuel en El ángel exterminador bajo la construcción de una idiosincrasia en la que su estética apuesta por la experimentación formal, y donde el tono surrealista aboga por lograr una especie fascinación sensorial para el espectador.

No apta para aquellos que nieguen a salirse de una zona de confort narrativo, Miñarro propone una experiencia que solicita cierta comprensión del espectador a la hora de sumergirse en su prototipo de realismo mágico, donde su contenido metafórico se degusta a distintos niveles gracias a lo coral de sus participantes; si bien sus reflexiones acaban por desvirtuarse en un acto final no del todo depurado, hay una pretensión creativa hacia lo irracional que transmuta a la obra en un viaje único, en el que Miñarro eclosiona hacia esas líneas de creación que él lleva tantos años apoyando desde la producción, una inquietud artística muy notable.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *