El asunto del día (George Stevens)

George Stevens fue una de las figuras más fascinantes y dignas de estudio del cine clásico americano. Tras unos inicios en los que hizo todo tipo de cine, fundalmentalmente en la RKO —incluida una primera etapa como ayudante de cámara en los cortos de El gordo y el flaco— con una clara preponderancia de comedias de alta escuela, la carrera de Stevens dio un brusco giro tras su alistamiento como voluntario en la II Guerra Mundial y sobre todo tras presenciar y filmar los horrores cometidos en el campo de concentración de Dachau. Y es que gran parte de las horribles imágenes documentales de los campos de exterminio nazi que aún se conservan fueron filmadas por la cámara de George Stevens. Este hecho supuso que tras su incorporación a la vida civil, una vez concluida la guerra, el cine de Stevens evolucionara hacia un tono más sombrío y pesimista. Así, las comedias costumbristas dejaron paso a películas de tono nostálgico y a profundos y negros dramas humanistas, en los cuales Stevens dejaba poco resquicio para la esperanza.

En este sentido, El asunto del día fue una de las últimas comedias del genial director americano. Lo primero que llama poderosamente la atención del film es su espléndido e irrepetible reparto, pues la cinta estuvo protagonizada por un trío de excepción: Cary Grant, Jean Arthur y Ronald Colman, a los que acompañan una corte de secundarios de lujo del Hollywood clásico. El tono de la película recuerda y mucho (y no sólo por la presencia de Jean Arthur como protagonista femenina) al cine idealista de profundas convicciones cívicas de Frank Capra así como a las ácidas comedias de elevado contenido social de Gregory La Cava.

Porque como en las mejores películas de Capra o La Cava, la película desprende un intenso mensaje crítico en contra de los vicios y corruptelas imperantes en las instituciones y círculos de poder instaurados, en este caso, en una bucólica ciudad estadounidense que servirá de microcosmos en el que verter las peculiaridades imperantes en el país de las barras y estrellas de mediados del siglo pasado, así como la intolerancia e hipocresía existente en una América que aún ponía en duda su participación y papel en la II Guerra Mundial. Igualmente la cinta lanza una inteligente metáfora acerca de la compleja línea que delimita los caminos de la justicia en una sociedad contaminada por arcaicos y graníticos convencionalismos que otorgan el mejor premio a las actitudes más sinuosas y deshonestas castigando por el contrario las posturas más cándidas y decentes.

Este mensaje inserto en la trama conforme avanza el metraje concede al film unas sorprendentes gotas melodramáticas, en las que incluso hay espacio para que broten del seno de las mismas los esquemas del cine clásico de suspense (esto es, la trama clásica de la lucha por defender la inocencia de un falso culpable). Todo ello es encajado con la precisión de un cirujano por Stevens dentro de los axiomas de la comedia sofisticada de los años cuarenta gracias al empleo del típico recurso cómico de recurrir a una historia de situación y confusión de personalidades, muy habitual por ejemplo en las posteriores comedias de Rock Hudson y Doris Day (como Pijama para dos o Confidencias de medianoche).

Para poner la guinda al pastel, Stevens tejió un poderoso triángulo amoroso trazado a través de una maravillosa fábula romántica de enredo en la que la avispada protagonista femenina, dotada de una fogosa personalidad que arrasa y enamora a todo bicho viviente (sólo como Jean Arthur sabía plasmar en pantalla), se enamorará y encontrará en la encrucijada de tener que elegir entre el guapo desgraciado e injustamente perseguido amigo del cual ha estado enamorada desde su más tierna infancia y cuya defensa y protección se ha asignado como principal misión o elegir al recién llegado inquilino, un maduro, erudito y aburrido profesor de derecho, férreo seguidor de las leyes escritas en los manifiestos legislativos en detrimento del sentido común.

La cinta comienza con la evasión de la cárcel del pueblo en el que se sitúa la trama de Leopold Dilg (Cary Grant) un trabajador de la factoría que mantiene el motor económico del pueblo que había sido encarcelado injustamente al ser acusado de provocar el incendio de la fábrica, hecho que provocó la muerte del Gerente. En su desesperada huida Leopold se refugiará en casa de Nora (Jean Arthur), una antigua amiga de la infancia secretamente enamorada de Leopold. Sin embargo, a la apartada casa de campo de Nora arribará Michael Lighcap (Ronald Colman) un afamado y gris profesor de derecho que ha alquilado una habitación de la casa de Nora para pasar tranquilamente el verano estudiando y así poder optar a un puesto en el Tribunal Supremo.

Si bien Nora iba a abandonar la casa con la llegada del nuevo inquilino, la necesidad de propiciar un refugio en el ático al desgraciado Leopold con el fin de ganar el tiempo suficiente para obtener las pruebas necesarias para demostrar la inocencia de su amado, obligará a Nora a permanecer en la casa ofreciéndose como asistenta del magistrado.

Igualmente un encuentro fortuito entre Michael y Leopold obligará al evadido a adoptar la personalidad del ficticio jardinero de la casa. Conforme pasa el verano, se establecerá una sincera relación de amistad entre Michael y Leopold, quienes se enamorarán de la bella Nora, debiendo ésta elegir entre uno de sus dos pretendientes a la vez que pondrá todo su empeño en desenmascarar al verdadero culpable del incendio de la fábrica.

Sin embargo, la publicación de la foto del fugado en el periódico de la localidad desenmascarará la auténtica personalidad de Leopold. A partir de ese momento, Michael se verá envuelto en la encrucijada de tener que elegir entre denunciar al evadido para cumplir con su deber o ayudar a su amigo a demostrar que no fue el culpable de los hechos que se le achacan. ¿Decidirá Michael seguir siendo un hombre gris carente de sentimientos o el despertar del amor hará brotar en el jurista esos sentimientos humanos que parecía carecer a su llegada a la casa?

Con estos mimbres Stevens construyó una comedia deliciosa, poseedora de un ritmo dinámico y emocionante sobre todas las cosas y terriblemente entretenida que huele a Hollywood dorado en cada plano que la forma. Llama la atención el papel de Cary Grant ya que aunque la cinta se produjo en el momento de mayor brillo artístico del actor británico, éste jugará un papel secundario en el devenir de la trama siendo un espléndido Ronald Colman el que sostendrá con su interpretación el peso de la cinta junto con la maravillosa Jean Arthur. Como seña característica de Stevens, además de los intérpretes el otro protagonista de la historia será sin duda la casa en la que acontece la epopeya, a la cual Stevens dotará de un espíritu especial para que fluya el relato.

Sin duda, El asunto del día es una de las películas más Caprianas de Stevens, quien edificó una bonita e inspiradora historia romántica en la que se siente la influencia de los grandes maestros de la comedia clásica americana de los años treinta y cuarenta. Nos hallamos pues ante un magnífico y recomendable testamento póstumo de una forma de hacer cine que se extinguiría en pocos años como consecuencia de la amargura que se instauró en el alma de los autores americanos que participaron en la II Guerra Mundial.

Publicada originalmente en el blog clasicoseternos

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