Con su tercer largometraje, los directores letones Lauris y Raitis Abele realizan una retorcida y desinhibida animación por rotoscopia inspirada en un evento real sucedido en el siglo XVII, en la región sueca de Livonia, en la que un hombre, que aseguraba ser un hombre lobo que luchaba contra el Diablo, fue juzgado y condenado al exilio. Sus declaraciones son transformadas aquí en la base narrativa para una fantasía grotesca y desinhibida en la que la figura del “perro de Dios”, como se autodenomina el licántropo, aparece durante el juicio de un pueblo a una supuesta bruja tras el robo de una reliquia.

Llena de imaginería perturbadora, un ataque consciente y constante a los sentidos y un festival de violencia y sexo desenfrenados, Dog of God es sin duda una obra diseñada para impactar, provocar y regodearse, y en ese sentido la rotoscopia resulta un gran acierto como elección estilística, permitiendo que el espectador se adentre en un espectáculo sumamente repulsivo mientras la animación, lejos de suavizar lo mostrado, colabora generando un valle inquietante muy eficaz, el cual se ve además ensalzado por una banda sonora muy inmersiva. En este sentido, la eficacia de la puesta en escena potencia en gran medida una película que ya de por sí va a ser muy difícil que deje indiferente con su contenido.
Y, sin embargo, reconociendo la audacia y el mérito que se hallan aquí, no siento que esta cinta de los hermanos Abele me esté contando nada nuevo, interesante ni incluso tan provocador o capaz de romper esquemas y tabúes como uno pensaría que es su propósito. La impresión es que todo esto, esta celebración del pecado en contraposición con las normas estrictas de una sociedad puritana, esta sátira de la religión como máscara que oculta la hipocresía y los deseos más desenfrenados, esta revisión feísta y grotesca de la historia en la que la sordidez lo invade todo, ya se ha hecho antes, mejor y con más significado más allá de producir un catálogo de imágenes que, además de reflejar el divertimento retorcido de sus autores, no tienen un trasfondo trabajado a nivel narrativo ni emocional.

El problema con esto no es que la cinta a la fuerza deba tener un mensaje profundo o una intención de resultar emotiva. Aprecio que los directores hayan hecho lo que han querido aquí sin cortarse ni un pelo; la cuestión es que yo no puedo seguirles el juego durante hora y media, buscando, si no asirme a un hilo narrativo que apenas se percibe en su retrato coral de la depravación, al menos mantener el interés en unos recursos facilones y repetitivos para generarme una respuesta escandalizada, en esas imágenes turbias en primer plano que recuerdan, una y otra vez, la naturaleza de este viaje… y que a mí me hastían porque tampoco es la primera vez que la animación ha servido de escaparate para un impacto visual de estas características, y ya ha llovido mucho desde que Ralph Bakshi diera, al menos, un significado contracultural válido a este tipo de exhibición.
La sensación que me da la película, en ese sentido, es que llega tarde, y que, por ello, no tiene mucha razón de ser. Uno puede disfrutar de lo que propone, desde la diversión que genera su provocación a mi juicio superficial, o desde una atmósfera lograda a la que, en mi opinión, no hace justicia un guion que parece más un catálogo de ocurrencias y chascarrillos subidos de tono que una visión cohesiva en torno a la leyenda de la que parte; pero llegan los títulos de crédito y siento que no ha sido capaz de aportar nada, porque recorre caminos andados con más eficacia antes y un espíritu de época más apropiado, y que en pleno 2025 no dicen mucho a un espectador que sabe que, sí, una película puede ser muy violenta, depravada y grotesca, y que, efectivamente, la animación es un medio sumamente variado y no un límite que impone el saneamiento moral de las imágenes. Todo esto lo sabemos desde hace, al menos, medio siglo. Hoy, Dog of God es una curiosidad entretenida pero inevitablemente vacía, a la que apenas puedo aplaudir, con cierta condescendencia, que sea el reflejo de una absoluta falta de inhibición artística y creativa. Más allá de eso, no hay nada.







