Dispararon al pianista (Fernando Trueba, Javier Mariscal)

Tal vez sea necesario decir que en la sala todos nos quedamos a disfrutar de los créditos hasta su total fundido a negro, no por la espera de un posible avance de una próxima e hipotética película —¿dispararon también al DJ?—, quizá como un homenaje personal en la mente de cada uno de los asistentes a la última melodía que acompañaba al film, escrita por el protagonista de esta historia, interpretada por un célebre músico. Una pequeña muestra de respeto a la memoria y al olvido, a la belleza sintomática de la admiración mutua entre desconocidos y a la música en general.

Dispararon al pianista nos provoca más preguntas que respuestas, puesto que no se trata de descubrir un misterio, sino de navegar en sus turbulencias. Trueba y Mariscal quieren dialogar de nuevo con la música y su entorno tras Chico & Rita, y lo hacen a medio camino entre el documental y la ficción, amparados por la animación, que siempre da vida al espectáculo. Sobre todo, color. El problema surge cuando el documental va ganando terreno a la ficción, se pierde ese terremoto colorista que baila al son de la música y carece de un sentido artístico la animación, siendo un vehículo accesorio cuando en un inicio prometía magia.

Todo comienza en un ambiente elitista, escrutiñador, una librería de Nueva York y uno de sus habitantes narrando las aventuras literarias a través de su pasión  musical. Es la voz de Jeff Goldblum y el inicio de un estudio de las raíces de la ‹bossa-nova› y el jazz por las calles de Brasil. Mientras se mezclan repertorios atemporales, donde pasado y presente se funden en favor de la historia, un ambiente multicromático danza mientras vamos conociendo pequeños fragmentos de un tiempo de libertad artística y pleno disfrute. Para ello, este ficticio periodista siempre bebe de las fuentes, de las leyendas vivas, de los materiales de archivo y de los testigos de un tiempo pretérito donde nacía un estilo que se fundía con los cuerpos. Se mantiene el interés de querer saber  a dónde nos llevan estos viajes cuando empieza a sonar el nombre de Tenório Jr., el verdadero protagonista de este cuento, el único que jamás podrá opinar.

Tal vez por la necesidad de contemplar un contexto, esa verdadera intención de saber qué ocurrió con el pianista se pierde en ocasiones en puntos vacíos, y aunque es un sentido homenaje por parte de todos aquellos que le conocieron, amasar tal cantidad de célebres voces opinando convierte la incógnita en una recopilación de datos. Es una emocionante historia que mezcla música, pasión y política, y aún así es difícil mantenerse pegada a sus intrigantes respuestas.

Quizá parezca una exigencia, pero a la animación se le exige más inventiva, al menos que presente un reto o una mínima excusa para su uso, algo que ha funcionado muy bien en otros documentales, ya que la inventiva no está reñida con la rigurosidad de una narración. Hay algo de esto, por supuesto, pero es algo que solo marida con algunos pasajes donde la música era protagonista. Y el perro se parecía a Cobi, por eso de afianzar la marca del autor, un regalo obsolescente para la memoria del diseñador.

Aún así hay algo que nace de Dispararon al pianista que sí es meritorio. Es apenas una reflexión que nada tiene que ver con el formato. Es esa idealización de una figura que desapareció inexplicablemente y que toma forma de leyenda. El hombre imperfecto con las mil facetas que aquellos que le conocieron pueden dar de él, que nunca se sabrá si hubiese sido un célebre personaje u otro genio sobreviviendo en el anonimato, el homenaje a lo desconocido, a los apuntes a pie de página, al olvido colectivo que desaparece cuando el recuerdo personal florece espontáneamente. Esa ligera idealización que surge a través de una obsesión casual siempre contagia admiración, y recuperar a Tenório Jr. y sus partituras para la ocasión parece una celebración del detalle frente a la masificación, recordando que pararse y observar algo en concreto siempre fortalece cualquier gran historia. Quizá no sea memorable Dispararon al pianista, pero siempre nos quedarán esos respetuosos últimos instantes en los que le escuchamos hablándonos directamente a través de su música.

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