Dios es mujer y se llama Petrunya (Teona Strugar Mitevska)

Teona Strugar Mitevska es una de las figuras más relevantes y fascinantes de la cinematografía surgida de los países que alguna vez formaron Yugoslavia. Un mundo, el audiovisual, que lleva años ofreciendo algunas de las miradas más interesantes de la región en el rostro de un buen puñado de mujeres (Jasmila Žbanić o Aida Begić son dos maravillosos ejemplos de eso que comento, ya asentadas y alabadas al menos en el circuito de festivales). No es una observación gratuita y resulta tan estimulante como digno de estudio, pero vayamos por partes.

Al principio me intrigaba esa traducción libre de su quinta película, que pasaba de “Dios existe, su nombre es Petrunya” a “Dios es mujer y se llama Petrunya”. Diría que somos el único país que ha decidido cambiar el título. En un primer lugar lo achaqué a que igual los responsables no confiaban que el público español entendiera que Petrunya es nombre de mujer y se lo dejaban bien clarito. Luego he pensando que puede ser simplemente para aprovechar el tirón de los feminismos. Teniendo el cuenta quien puede ser el público potencial de la cinta, que se estrena comercialmente sólo en una única sala de cine en todo el territorio, no es descabellado. Y viene a colación de todo lo que sigue.

Narrativamente, la película nos sitúa en Macedonia, en una localidad donde se lleva a cabo una tradición religiosa consistente en lanzar una cruz de madera al río, conllevando una competición para alzarse con el preciado trofeo, que ofrece, según se dice, un año de buena suerte. El problema viene cuando es una mujer quien se alza con la cruz, para indignación de los hombres. Es la primera vez que algo así sucede.

Antes, las responsables del proyecto nos han presentado a Petrunya, nuestra protagonista, y el microcosmos donde habita. Una mujer de treinta y tantos, licenciada en historia, en búsqueda desesperada de un trabajo. Alguien en apariencia dócil que se deja humillar por todo el machismo imperante que la oprime a ella y a todas las mujeres.

La obra podría haber seguido el día a día de nuestra Petrunya tras alzarse con la dichosa cruz, donde la atmósfera enardecida del pueblo terminará por explotar todo los mecanismos del machismo imperante. Puede que no hubiera sido una mala cinta, pero creo que estaría más cercana a todos los lugares comunes habidos y por haber, y sólo se podría haber defendido desde su mirada bienintencionada del feminismo, lo que personalmente considero un desastre. Pero Teona Strugar Mitevska y su coguionista, Elma Tataragic (otro nombre a tener muy en cuenta, programadora del Sarajevo Film Festival que este año ha escrito también la muy interesante Stitches), de manera harto inteligente, construyen la cinta en base a una especie de Asalto a la comisaria del distrito 13 rodeado de paletos machistas acechando el lugar.

Este planteamiento, con Petrunya en unas dependencias policiales donde el propio religioso encargado de lanzar la cruz está presente, les sirve para dibujar una clara alianza entre el estado y la religión, mientras una reportera, de inicio más cercana a la caricatura crítica sobre los medios de comunicación, experimenta una paulatina sororidad (palabra empleada por su directora en una entrevista) a la vez que Petrunya se hace cada vez un personaje más consciente de ella misma y las injusticias que la rodean.

La figura de la reportera, interpretada por la actriz Labina Mitevska, más conocida por su trabajo en Antes de la lluvia y mucho menos por ser desde hace años una productora metida en trabajos como la rumana Sieranevada o la turca El peral salvaje, y también hermana de la directora, culmina con una mirada feminista impregnada en toda la obra desde el primer minuto, donde la reportera y nuestra protagonista van descubriendo su lucha.

Es por tanto obvio que el feminismo, o los feminismos, son las palabras claves en toda la obra. No es algo nuevo en el cine de las hermanas Mitevska, presente a lo largo de toda su filmografía. Y sí, es reseñable que algunas voces desde la crítica han etiquetado a esta propuesta como ‹world cinema›; algo así como un producto prefabricado de fácil consumo con elementos bienintencionados, con un puntito de aroma exótico que se digiere por y para una clase burguesa occidental. Ese cine al que le podemos colgar adjetivos vacíos como “valiente” o “necesario” y poco más.

Como digo, esta última observación es importante. Porque existir, existe. Sobre todo como idea de consumo o etiqueta para vender. Al fin y al cabo, siempre se ha achacado a una parte de la crítica aplaudir aspectos de obras supuestamente autorales o de cinematografías que rara vez llegan a las salas comerciales detalles y aspectos que no se perdonarían jamás a una obra de Hollywood o patria.

Y sí, claro que Teona Strugar se define como mujer, y para ella esto conlleva de manera irremediable la unión a un adjetivo feminista que puede ser loable y reseñable, que lo es, pero no hace su película buena. Ni su trayectoria ni la de parte del equipo, como he mentado en esta crítica. Son puntos interesantes para explicar y entender de donde viene la presente obra. Poco más. También hay parte de satisfacción por ver por fin una obra suya en la cartelera española tras observar su crecimiento como cineasta.

Es más, Dios es mujer y se llama Petrunya está en varios momentos a punto de abrazar esa difusa idea de ‹world cinema›. Como comentaba, la premisa puede abocar a ideas y formulas ya vistas. pero sus responsables pronto establecen una dirección más interesante y satisfactoria en esa comisaría rodeada de paletos cabreados, mientras en su interior la protagonista asiste a la presencia de un sinfín de individuos que vienen y van, y desde los que se van dando pinceladas a los personajes. Y sí, por momentos parece que estamos ante unos personajes que más que otra cosa, parecen monigotes sin vida propia. No obstante, hay evoluciones y revelaciones en algunos de ellos, que salvan la función de caer en el maniqueísmo, mientras Teona Strugar deconstruye la masculinidad, enfrenta a la ley con la norma y sigue profundizando en su mirada a la Macedonia contemporánea mediante una situación absurda y que va siempre más allá con algunos toques de comedia que sientan maravillosamente bien al relato.

Cierto es que, a diferencia de su anterior trabajo, cuya crítica dejo aquí, en la presente cinta su responsable se muestra más arrebatada en cuanto a temas e intenciones. Pero su obra acaba siendo una buena película a parte de sus “loables intenciones”, que podríamos decir.

El cambio del título al llegar a nuestras pantallas puede deberse a un sinfín de detalles. No descarto que sea precisamente para poder “venderlo” de manera más sencilla a su potencial público. ‹World cinema› style. Pero sería un error considerar que la obra no tiene empaque o sustancia suficiente como para no disfrutarla por si misma.

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