Dalibor Matanić… a examen

Con dos años de retraso y después de un periplo bastante estimulante por la mayoría de los festivales internacionales, premio incluido en Cannes en la categoría Un certain Regard, llega a nuestras pantalla la película croata Bajo el sol (Zvizdan, 2015), traducida como Bajo el sol.

Desde Cine Maldito queremos reseñar la primera cinta del estimulante cineasta Dalibor Matanić, Fine Dead Girls (2002), para comprender un poco mejor la mirada crítica de su responsable.

Como introducción, Dalibor pertenece a una generación de cineastas que en la transición al milenio empezaron a despuntar con sus primeras cintas. Es importante tener en cuenta el marco temporal porque en Croacia se produce una nueva mirada sobre el momento de la Guerra de la Independencia y los primeros años de la democracia que hasta entonces eran observados de manera harto idealizada por el nacionalismo imperante desde el gobierno.

Estos nuevos cineastas, donde encontramos al propio Dalibor o a figuras como Vinko Bresan (El espíritu del Mariscal Tito, 1999) o Arsen A. Ostojić (El hijo de nadie, 2008), pronto cambian la visión idealizada por una mirada crítica a la sociedad surgida de la guerra. La homofobia, el racismo, el nacionalismo excluyente o la revisión crítica de Croacia durante la guerra son puestos sobre la lupa en muchas de las películas de este periodo, teniendo continuidad hasta el día de hoy. Lo mismo sucede en el mundo literario, como el escritor Ivica Đikić en su Cirkus Columbia, llevada a la gran pantalla por el bosnio Danis Tanović en el 2010.

Fine Dead Girls nos sitúa en Zagreb, capital de Croacia, donde tras un flashback se nos presenta a una joven pareja formada por Iva y Marija que se mudan a un apartamento como el siguiente paso natural de su relación. Sus vecinos pasan por ser una representación de todo los males ocultos de la aparente idílica sociedad croata. Un ex militar, profundamente ultra nacionalista, que pega a su mujer de manera regular. Un doctor que practica abortos ilegales en su casa. Un hombre que mantiene en secreto la muerte de su mujer para seguir cobrando la pensión. Un chico que sale por las noches con grupos ultras para pegar palizas a gitanos. Una prostituta que lleva ya dos clientes muertos por infarto y, por encima de todos ellos, los caseros, un matrimonio entrando en años donde ella controla todos los movimientos de los vecinos de manera autoritaria.

Todos estos vecinos se relacionan entre sí de manera asfixiante. La prostituta mantiene relaciones con el ultra para que le haga descuentos en la tienda que el chico regenta —chico que por otro lado pasa por ser el hijo mimado de la casera—. La mujer maltratada «visita» al médico clandestino, etc. A esta casa de locos es donde van a parar Iva y Marija, que pronto se sienten amenazadas por el ambiente de opresión al que se ven sometidas, donde todos parecen estar de acuerdo en destrozar su relación.

Reflexionando un poco, es increíble descubrir como todos estos elementos podrían servir para crear una comedia costumbrista, pero Dalibor tira más hacia un thriller psicológico no muy alejado de una película de terror. Los personajes no son más que una triste parodia de ellos mismos, pero funcionan a la perfección porque todos ellos crean un ambiente enrarecido, donde pronto se masca la tragedia. Iva y Marija mantienen una relación todavía dentro del armario, en ningún momento parece que tengan en mente abrirse al mundo. No ocultan su condición, pero parecen tener interiorizado que están en terreno peligroso, incluso antes de entrar a vivir en el piso.

Como comentaba antes, la película funciona gracias al tono y la atmósfera —esa cosa que es más fácil señalar que explicar— que envuelve al relato. Cuando sale a relucir la condición sexual de nuestras protagonistas, asistimos de pronto a una transmutación de la película. En un instante estamos ante el relato del hogar asediado e invadido. No hay ningún momento de respiro. Lo lógico sería marcharse de ahí… pero no hace falta, la casera les da 15 días para abandonar el lugar.

Es entonces cuando entramos en los momentos más tenebrosos, cuando todos los personajes que rodean a las protagonistas actúan de manera mezquina y cruel. No se salva nadie. Miento. Hay una persona en todo el edificio que se nos revela a contracorriente de la fauna de tocados del ala que pueblan ese piso maldito. El marido de la casera es presentado como alguien sin autoridad que se deja guiar por su mujer, pero tiene instantes de lucidez y aparece como el único al que no le importa lo que hagan o lo que dejen de hacer sus nuevas inquilinas. Es un personaje que acaba siendo una figura trágica, cuya manera de romper con lo establecido dará fin y sentido a un relato lleno de violencia y de odio.

Es cierto que esos habitantes del edificio son caricaturas de algunos de los problemas más interiorizados de la sociedad croata. El aborto, la homosexualidad, el racismo, la guerra, son temas que fueron sepultados tras la independencia bajo la flamante bandera croata, y durante unos años fue difícil nadar contra corriente ante el relato triunfalista oficial impuesto por el HSZ del histórico Franjo Tudman, que si no hubiera muerto poco después de alcanzar la independencia, igual lo hubiéramos visto desfilar por La Haya acusado de limpieza étnica.

Fine Dead Girls es un crudo relato que tiene su mejor baza en la construcción de una atmósfera de opresión palpable y en su mirada crítica de la sociedad croata. No creo que la intención del cineasta sea hacer un paralelismo entra la casa y el propio país, pero sí señalar la hipocresía reinante e identificar algunos de los problemas más claros.

Al fin de cuentas, la figura del ex-militar croata reconvertido a un furioso ultra nacionalista racista y homófobo es ya un habitual en algunas de las películas de esa generación que a finales de los 90 comenzaron a realizar sus primeras cintas. Un figura todavía difícil de asimilar por un país integrado plenamente en Europa, con una población joven que comparte muchos de los valores que imperan en el continente. Posiblemente el país balcánico junto con Eslovenia —aunque este segundo no sea exactamente balcánico— que más rápido ha olvidado la guerra y se ha decantado por la normalización de una democracia parlamentaria.

Pero que en su interior, sigue habitado por monstruos.

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