Copilot (Anne Zohra Berrached)

¿Es posible ignorar un aviso inicial de «inspirado en hechos reales»? Da igual que se hable de “inspiración” y no de “reproducción de los hechos”, es tentador conocer qué ha llevado a alguien a recomponer una historia cierta con su propio lenguaje. Terminar Copilot invita a saber más, a querer rellenar lo acontecido con esa parte de realidad para entender algunas de las decisiones de Anne Zohra Berrached. La directora ha utilizado en su cine siempre temas polémicos que ponen a la mujer como centro de atención tomando resoluciones complejas y vitales. Bajo esa raigambre de drama social ha llegado hasta un complejo punto en el que implementar el amor, las mentiras y la radicalización con ese apunte en su inicio, esa inspiración dominante sobre la que soportar muchos puntos de vista.

Es interesante recibir el relato desde la absoluta ignorancia, pero imposible hablar de él sin inmiscuirse en lo real. Resulta bucólico ver cómo nace la relación de Asli y Saeed, y cómo evoluciona hasta desaparecer ese ideal a lo largo de los cinco años que dividen la película. En cierto modo parece querer zarandearnos en muchos momentos para que reflexionemos sobre si es el amor capaz de justificarlo todo, si cabe la posibilidad de afianzar un futuro contradictorio entre ambas personas que se aman y aún así mantener unos sentimientos puros, ajenos a todo aquello que se opone a esa relación. El peso de Saeed es su radicalización religiosa y su angosta necesidad de defender su amor por Asli; por contra, el de Asli es su incapacidad de enfrentar a su familia para darle un lugar a Saeed. Ambos arrastran sus maletas en idas y venidas que van definiendo la atención sobre la joven mientras los acontecimientos que no siempre sabe poner en valor se suceden para que entendamos los movimientos de Saeed.

Unos acontecimientos que resultarían inverosímiles, o al menos forzados si no existiese esa inspiración inicial, si no hubiesen corrido litros de tinta, analizado y recompuesto la historia de Ziad y su novia Aysel, por ser él la pieza que no encajaba del todo en un momento histórico que cambió el rumbo de la sociedad en que vivimos.

No todo gira en torno a la fuerza de una mujer que reserva sus propios secretos porque nadie es infalible a la hora de enfrentarse a todo lo que le rodea, ni tampoco hay una intención única de someternos a la alegría y la angustia del amor por sí misma. En Copilot se compone, desde el punto de vista de esa familia que se elige (y en pequeños apuntes también aquella en la que se nace) un retrato de un radical religioso, un incipiente terrorista, un hombre que, conociendo que se encuentra en una especie de hito celestial junto a la mujer que ama, no se separa de esa promesa de una vida mejor en el más allá. Es quizá el apunte a pie de página, porque realmente nos encontramos una visión sesgada de quién realmente es Saeed a través de los ojos de una Asli que prospera en la vida, que no es silenciada, a quien no le pesa etnia, religión ni carácter, con una entereza que se rompe cada vez que el sentido de la familia debe aflorar, y que realmente siente amor por ese hombre.

Pero los hechos pesan, y poco a poco se implementa ese rigor en la intrahistoria de un amor no tan ciego. La película no reniega del peso de la sociedad alemana frente a sus culpas y fantasmas propios de un pasado dictatorial, y lo enfrenta a esas nuevas víctimas y tiranías que se pueden observar desde un acomodado primer mundo. Nos habla de ese momento en el que ese primer mundo favoreció de nuevo el planteamiento del terror y ofreció los medios para llevarlo a cabo a nuevos núcleos. Todo ello con un ojo puesto en el desarrollo de algo tan colectivo a través de las ausencias de Saeed (fuera de cámara, de contexto) mientras la vida de Asli continúa, con o sin él, dando pie a reforzar una imagen de mujer fuerte capaz de comprender que algo sucede sin una sumisión a los resultados, pero complaciente en el tiempo y el espacio.

Sí, es el crecimiento de una pareja, con altos y bajos, con pasión y pequeñas concesiones, dentro de un contexto inquietante, capaz de hacernos sucumbir a esa máxima de «la realidad siempre supera la ficción». Aún así, la directora se permite ciertas concesiones en las que romper con la realidad, momentos en los que desdoblar la imagen de su protagonista, en una escena para guiarla hacia la explosión de la rabia contenida, en otra, su final, para darnos un espacio donde preguntarnos si lo ocurrido nos permite juzgar o comprender. ¿El amor es justificable, universal? ¿El amor es definitivo, liberador? ¿El verdadero yugo es el amor?

Una vez conocida la historia que inspira —y a la vez horroriza— queda patente que Copilot no se implica a la hora de querer comprender a Saeed, ni tan siquiera en justificar su lado más humano. Simplemente evoluciona a partir de ese salvavidas en el que se convierte Asli, siendo ella el verdadero interés, junto al apego sentimental, que da un sentido a esa sensación de no conocer a nadie. Es el fuerte de Anne Zohra Berrached, seguir de cerca a sus personajes, atender las necesidades de unas sólidas conversaciones, de unas estudiadas reacciones, que nos hagan creer en lo imposible. Copilot es algo más que una ‹coming of age›, sabe dilucidar esos cambios socioculturales y religiosos que se suceden en el tiempo y que escapan de las creencias básicas de padres (madres, en realidad) y conocidos, para ofrecernos una historia que no evita la intriga a través de lo que parecían los primeros pasos de un amor inocente, tal vez improbable, pero nunca inmortal.

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