Bushido (Tadashi Imai)

Tapado por esos grandes maestros del cine japonés que desarrollaron su carrera en los años de esplendor de su cine, Tadashi Imai irrumpe como uno de los cineastas nipones más interesantes de la segunda mitad del siglo XX gracias a una carrera ecléctica caracterizada por un modernismo inspirador que descansa en una mirada muy crítica con las tradiciones y costumbres más arraigadas en su país natal, pero igualmente preocupado por esa deriva capitalista destructora de conciencia social que terminaría conquistando la idiosincrasia de la sociedad japonesa tras la derrota sufrida en la II Guerra Mundial. Y es que Tadashi Imai conforma junto a Hiroshi Teshigarara y Susumu Hani un trío de autores virados a la izquierda que dieron lo mejor de sí en unos años sesenta totalmente revolucionarios para un cine japonés que, al igual que aconteció en diversas geografías, lanzó un grito de desencanto y rebeldía en contra de lo convencionalmente establecido plasmando ese vacío y hastío existencial de una juventud sin referentes a los que acudir, dando lugar pues a esas nuevas olas que modernizaron la concepción cinematográfica para encaminarla a unos terrenos propios y radicales que conllevaron una profunda transformación de los cimientos del arte cinematográfico. Entre las obras maestras que he podido ver de Imai, mi favorita hasta el momento es sin duda Bushido, obra que se alzó con el Oso de Oro a la mejor película en el Festival de Berlín del año 1963 y que pese a contar con tan prestigioso galardón en sus vitrinas es una de las obras menos vistas de un cine japonés de los sesenta que interesa cada día más en el mundo occidental.

Bushido

La cinta lleva por título el nombre de ese libro que regía las doctrinas del antiguo código de conducta samurai. Ese Bushido (o camino del guerrero) que dictaba la disciplina de comportamiento a la que tenían que estar sometidos los legendarios guerreros medievales japoneses de tal modo que éstos debían entregar su propia vida para honrar a sus señores feudales, los auténticos dueños de la existencia del samurai que manejaban en su propio provecho y bienestar a unos vasallos que actuaban como meras marionetas carentes de voluntad, cuya mayor aspiración no era otra que sacrificar su existencia en beneficio de sus amos y señores. Sin duda, un modelo de relación cruel y deshonesto amparado en la conservación de unos usos ancestrales alejados de todo símbolo de racionalidad y humanismo que impusieron su funesto influjo durante siglos en un Japón apartado del mundanal ruido que empezaba a sonar en los primerizos años de la Revolución Industrial europea.

Las enseñanzas vertidas por este código de privilegios fueron tomadas por Tadashi Imai para construir una obra desoladora, alejada de todo sentimiento ligado a la nostalgia pretérita de un Japón contemporáneo dominado por el progreso soplado desde vientos extraños ajenos a la filosofía oriental, sino próxima a una visión demoledora y fatalista acerca del funesto destino que se aproximaba en un país desatado de las ligaduras tradicionales pasadas pero igualmente amordazado por una nueva coraza más peligrosa que esa dependencia enfermiza que unía al samurai con su señor al hacer creer a esos nuevos e ingenuos soldados contemporáneos —que han dejado atrás sus armaduras y katanas para canjearlas por elegantes trajes, corbatas y maletines de terciopelo—, que son libres para ejercer su autonomía sin necesidad de rendir cuentas a sus amos medievales, pero que por contra se encuentran atrapados en una espiral de hipocresía, codicia, ambición y un ambiente déspota y cruel fruto de ese salvaje capitalismo que hace descansar sus principales armas de sustento sobre el poder del dinero frente a la luz que podría otorgar el sentimiento humano.

Bushido

En este sentido, la cinta arranca de forma sorprendente mostrando una ambulancia que acude a toda velocidad con dirección a un moderno hospital. La ambulancia transporta a Kyoko, la joven novia de un ambicioso ejecutivo de una empresa constructora (Susumu) que ha intentado suicidarse ingiriendo somníferos, según ha dejado constancia por escrito, debido al cambio de actitud mostrado por su prometido en los últimos tiempos. Esta especie de Seppuku incurrido por su enamorada llevará a Susumu a rememorar la historia de sus ancestros, plasmada en un diario familiar fechado en la baja Edad Media, revelando con un sentido literario estremecedor la crueldad y los sacrificios que padecieron los antepasados del joven narrador de la historia.

De este modo la cinta recorrerá diversas etapas históricas de Japón, comenzando con la historia del Ronin Jirozaemon, un samurai sin dueño tras haber sobrevivido a la matanza de su clan que vendió su espada a un pequeño daimyo en plena época de luchas enfrentadas en el fragmentado Japón medieval, sacrificando su vida para salvar la de su amo tal como dictan las directrices del bushido. Partiendo de este episodio, la cinta avanzará como una especie de película de episodios conectados entre sí a través de la figura del hijo del samurai que ofreció su vida desinteresadamente para salvaguardar las riquezas y el honor del señor dueño de su destino.

Bushido

Así, el segundo episodio será protagonizado por el hizo de Jirozaemon, un devoto y agradecido samurai que por honor se hará el harakiri para acompañar en su trayecto al más allá a su viejo señor. El siguiente capítulo narrará la historia de Kyutaro, un imberbe e ingenuo estudiante que será elegido por el príncipe como su ayudante de cámara favorito para colmar sus degenerados apetitos sexuales de tendencia homosexual. Kyutaro accederá a complacer a su maestro, pero le traicionará sucumbiendo a la belleza de la despechada esposa del príncipe. Ambos serán descubiertos en pleno acto sexual por el degenerado amo del castillo, que castigará a Kyutaro a ser castrado.

La siguiente historia será protagonizada por Shuzo, un tranquilo y fiel samurai que no dudará en vender a su propia hija como objeto sexual por simple capricho de su señor, un despiadado y cruel regente que aplastará una incipiente revolución campesina masacrando y decapitando a inocentes vasallos para atemorizar a los elementos más beligerantes insertos en su campesinado.

La película avanzará acto seguido con la historia de Shingo, ya ambientada en los últimos años del siglo XIX en plena decadencia de la era samurai, un joven compasivo inmerso en el desafío de aprobar un examen que le permita acceder a un puesto oficial en la cámara de su señor. Por piedad, Shingo acogerá en su humilde casa a su antiguo señor, un enajenado al que le ha abandonado todo signo de cordura. Pero la devoción de Shingo tendrá como consecuencia un acto obsceno y vicioso perpetrado por el ido patrono.

Bushido

Finalmente las dos últimas historias se ubicarán en pleno siglo XX, narrando la historia de Osamu, el hermano del narrador que sacrificó su vida para mayor gracia del Emperador como kamikaze en la II Guerra Mundial, culminando la epopeya del linaje Likura plasmando la fábula vivida por el narrador de la película, el ambicioso ejecutivo Susumu, un empleado de una empresa constructora próximo celebrar su unión con la secretaria de una corporación rival que compite con la firma de Susumu por la adjudicación de la obra de una presa. Ante las subliminales peticiones de su jefe, Susumu obligará a su novia Kyoko a realizar espionaje industrial. Sin embargo, este acto de traición conllevará a la suspensión de la boda entre los dos prometidos motivada la misma para acallar las sospechas de transgresión de confidencialidad perpetrado por Kyoko, suscitando por contra la promoción de un Susumu que como sus ancestros ha cometido el pecado de someterse a los mandatos de esos nuevos señores feudales en los que se han convertido los magnates de las grandes corporaciones multinacionales movidos por las ansias de acumulación de riquezas y por consiguiente la total destrucción de todo sentimiento humanista inherente al ser humano.

A través de estos pequeños episodios engarzados gracias a las vivencias experimentadas por los miembros de la estirpe Likura, Tadashi Imai edificó una película áspera y muy pesimista, reflejando con una cruda acidez que el ser humano apenas ha evolucionado en su temperamento desde sus más ancestrales orígenes, estando condenado pues a la supervivencia en una civilización hostil y destructora de toda brisa de libertad, en la que unos pocos atesoran los privilegios otorgados por el trabajo dócil y resignado de una inmensa mayoría que ahoga su miseria, desdichas y deseos de prosperidad adorando ídolos vacíos de todo sentimiento (ya sean estos dioses, señores feudales o empresarios vampíricos que chupan la sangre de sus obedientes servidores en base a diversas promesas de gloria, honor o ilusorios ascensos en la escala social) para poder encontrar un espacio de confort aislado de los tormentos que conquistan nuestro quehacer diario.

Bushido

Uno de los puntos más fascinantes de la cinta es sin duda su espectacular belleza visual que se engalana con una pictórica fotografía al más puro estilo del melodrama clásico japonés, pero que inyecta en su ser ese sentido animal más propio de cintas más alucinógenas y viscerales, colmando de este modo la tranquilidad que emana de los planos rodados en los interiores de las tradicionales casas de bambú habitadas por tanto bellas concubinas embutidas en sus misteriosos quimonos como por dúctiles samurais rendidos a los mandamientos de sus amos y señores sin oponer la más mínima resistencia en aras del cumplimento del código de honor bushido. A pesar de la pulcritud que emana de una fotografía en blanco y negro altamente seductora, Masai romperá la serenidad del ambiente introduciendo en la epopeya secuencias que irradian ese ambiente malsano y enfermizo inseparable a una sociedad corrompida en la que no hay cabida para la contestación, no dudando pues en inyectar escenas de decapitaciones, torturas, suicidios, violaciones, humillaciones ubicadas en entornos tanto feudales como próximos y por tanto contemporáneos, así como una sorprendente y primeriza historia de talante homosexual rodada con una sutileza pero también con una garra totalmente desconocida en el cine asiático de esas fechas, moldeando de esta forma una cinta brutalmente feroz que no hace ascos a arriesgar mediante una puesta en escena modernista y temeraria expuesta pues a ser objeto de desairadas críticas y a ser denigrada por parte de los sectores más conservadores de la concepción y narrativa cinematográfica.

En cierto sentido, Bushido puede ser considerada como una cinta rompedora y valiente, pero que no abandona para lograr esta sensación ese cine refinado y exquisito que denota la forma de hacer cine de los viejos maestros del cine japonés, erigiéndose en este sentido en una obra muy personal obrada sin acudir al socorrido recurso de la nostalgia, sino que será la aflicción y ese sentimiento de derrota de un ser humano incapaz de renunciar a ese martirio consentido con tal de evitar la confrontación con los poderes establecidos que rigen los designios de esa mayoría domesticada por el miedo, los cánones con los que el maestro Tadashi Imai legó una obra atemporal por la que no parece haber pasado el tiempo, sino que ha sido el tiempo la que ha demostrado que las sospechas de este maestro a reivindicar del cine japonés se han convertido en una aceptada realidad. A destacar igualmente la inquietante banda sonora que adorna el film así como la impresionante interpretación de Kinnosuke Nakamura que gracias a un magnífico trabajo de maquillaje llevará bajo sus hombros todo el peso de la película interpretando a todos y cada uno de los sufridos personajes de la estirpe Likura que protagoniza la trama.

Bushido

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