Bugarach (Ventura Durall, Salvador Sunyer, Sergi Cameron)

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Bugarach es un pequeño pueblecito del sur de Francia que se hizo famoso hace dos años porque no se sabe muy bien cómo corrió la noticia que se salvaría del fin del mundo Maya gracias a la montaña colindante. El documental hace un recorrido a los últimos seis meses “del fin del mundo” con una visión divertida, paródica y no obstante tenebrosa entre la interactuación de los habitantes de la tranquila localidad y la oleada de frikis que llegan a tan recóndita región.

El primer acierto es un tono que como digo bascula entre la comedia absurda y una atmósfera de cinta apocalíptica de terror. Así, los divertidos personajes que van apareciendo terminan por darnos miedo. Por otro lado, ante el anunciado fin del mundo conocido terminamos por no poder distinguir entre quien es más extraterrestre, sino los propios aldeanos o los recién llegados. La paranoia va haciendo mella en todas las mujeres y hombres que se reúnen en Bugarach paulatinamente, casi sin darnos cuenta y lo que al principio causaba una irónica sonrisa comienza a ser mucho más tenebroso, sin huir nunca de esa primera comedia inicial.

Nunca se duda de lo ilógico de la situación y la mirada no es morbosa ante ese supuesto fin del mundo, que es descrito con más sorna que otra cosa. Para los autores el fin de toda vida en la tierra pasa por ser un simple truco de magia cutre al que se le ven las trampas, pero hipnotiza a los turistas del apocalipsis. También es interesante cómo el pueblo lucha entre aprovecharse de los recién llegados o rehuir de ellos, con unos medios de comunicación que son retratados como moscas regodeándose en la inmundicia y que no hacen más que alimentar la locura en su propio provecho y unas autoridades incapaces de calibrar sus propios actos.

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En medio de toda esta situación tenemos a varios personajes del pueblo que bien podrían ser etiquetados de alienígenas y que se retroalimentan de la paranoia proveniente del exterior. En suma, un microcosmos que se ve espoleado por fuerzas de fuera. Así, tenemos a un joven mago que ve su oportunidad de conseguir la fama que de otra manera no podría alcanzar o ese otro chico al que le regalan un fusil (o lo que sea, que no tengo ni idea de armas) y termina por cubrirse entero de camuflaje y echarse a la montaña. Una montaña que es visitada por toda clase de secta extraña o personajillo curioso. Todo se desmadra. El fin del mundo acaba por infectarlos a todos y nadie se salva de ello.

La cámara también sigue la amistad entre el loco más encantador de todos y el joven mago. Un viejo colgado al que ayuda en su manera de ser mostrado el que él ya estaba ahí cuando empezó todo. Un loco no de “la nueva hora”, por utilizar un término tan francés. Y porque resulta inofensivo a diferencia de otros. Incluso coherente. Hay cierta fascinación por su figura y desde la dirección se nota cierta simpatía. Lo mismo que el joven mago.

Ambos personajes sirven como metáfora de la situación del pueblo. El chico aprovechará el mismo día del fin del mundo para presentar un gran truco de magia que ha contado con la inestimable ayuda del primero. El primero conseguirá (o por el montaje así lo parece) ser la única persona que accede a la montaña en tan señalado día a pesar de la vigilancia de los militares, movilizados para la ocasión.

Es increíble que de tan poco los responsables de este documental consigan sacar tanto. Con un ritmo que lo va envolviendo a uno en las tinieblas lentamente, con un acompañamiento musical o una cuidada fotografía que otorga más importancia a la propia montaña y a la naturaleza que al mundo humano tangible.

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