Niñato (Adrián Orr)

Un microondas. Un porro. Unos cuadernos de deberes encima de la mesa. Elementos de la cotidianeidad que en el cine no lo son tanto. Tantas y tantas vidas reales que no se muestran en la pantalla, cada una con sus pasiones, sus problemas, sus giros y esperanzas. El documental venía a rellenar ese hueco, pero buena parte de él se ha convertido en un artificio más: mientras aprendía que toda verdad es representada se olvidaba de que aun así se debe «representar».

Niñato, primer largometraje del director Adrián Orr, es un ejemplo perfecto del tópico “cuando no sepas qué escribir (o filmar), escribe de lo que conozcas”. Orr filma a su amigo David, un treintañero en paro, padre de tres hijos y con una verdadera pasión por el rap. El director pone la cámara ahí donde pasan las cosas que importan, a la distancia justa para recibir un puñetazo. Logra, sin esconderla, que la cámara no esté ahí, y que los personajes puedan ser ellos mismos, algo tremendamente complicado en cualquier documental.

Se trata de una película construida a partir de retazos de realidad, una suma de momentos, en la que el paso del tiempo se cuela entre plano y plano, de manera similar a como pasaba en Boyhood (Richard Linklater, 2014). Es en ese mapa en el que la película se siente cómoda, y no cuando el montaje se esfuerza en subrayar los elementos tan buscados en cierto cine documental contemporáneo; arcos de personajes, protagonistas y escenas con subtexto, que aparecen aquí como algo forzado e innecesario.

Hay un cierto tono amateur en la película de Orr, especialmente desde el punto de vista técnico. Pese a que varios directores se han hecho célebres usando la cámara en mano y una pobre calidad de imagen y de sonido, una película donde los personajes tienen tanta importancia no se puede permitir el lujo de tener diálogos ininteligibles, o escenas en las que apenas se puede distinguir qué pasa.

Niñato es una película sencilla, pequeña, un film que habla con la boca entrecerrada, con miedo a no mostrar más de lo necesario. Si bien se valora que el director haya intentado que el espectador rellene los huecos, la película sufre por la gestión de la información, que amenaza en muchos momentos con desconectarnos de los personajes. El film ganaría mostrando más e incidiendo más, pues en un mundo de sutilezas y relatividad, lo obvio, lo sencillo y lo transparente es prácticamente revolucionario. En este sentido, se echa en falta una mayor incisión en las relaciones personales entre los protagonistas, así como en el papel impregnador que juega la música y la cultura del hip-hop en la vida de David y la de sus hijos.

Niñato alcanza sus mejores momentos cuando trasciende lo anecdótico de una familia y es capaz de conectar con el espectador, haciéndole partícipe de unas preocupaciones y deseos que son también los suyos. Imposible no sentirse identificado con esos niños somnolientos, su pereza al vestirse sabiendo el frío que hace ahí fuera y el largo y aburrido día de escuela que les espera. Imposible no sentirse identificado con la pasión del protagonista hacia lo que hace, su necesidad vital de expresarse mediante rimas aun sabiendo que ello jamás le cambiará la vida.

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