Azul y no tan rosa (Miguel Ferrari)

Es posible que el mejor momento de la gala de los Goya 2014 se produjera cuando se pronunció el ganador a la mejor película iberoamericana. Entonces, el venezolano Miguel Ferrari, que acababa de filmar su ópera prima, estalló de júbilo junto a toda su prole y acudió a recoger el galardón antes de articular un discurso repleto de palabras atropelladas ante la emoción del momento.

Pues bien, vista la película en cuestión, de nombre Azul y no tan rosa, hay que decir que cinematográficamente parece la viva imagen de su director al enterarse de que había ganado el Goya. En efecto, es una película rodada de manera ágil y alegre, con una fotografía no deslumbrante pero sí efectiva y con un reparto que supera su (en general) escaso bagaje en películas de renombre con una compenetración y una química entre ellos que favorece bastante el tema principal de esta obra: la aceptación de uno por parte de sí mismo y la aceptación de uno por parte de los demás. Esto es, cómo nos sentimos y cómo sienten los demás que somos.

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Más concretamente, Azul y no tan rosa pone en el punto de mira el tema de las relaciones homosexuales, una situación que legalmente parece ir avanzando poco a poco, al menos en los países del primer mundo, pero que tiene un agujero enorme en cuanto a la tolerancia social. Venezuela no es precisamente un ejemplo de tratar con normalidad la homosexualidad, y eso se demuestra en la pareja que nos enseña la película: el fotógrafo profesional Diego y el médico especialista en partos Fabrizio. Rodeados de sus extravagantes amistades, parece que su relación carbura bastante bien pese al rechazo de sus respectivas familias y en general de muchos que los ven acompañados. Para Diego surge un primer escollo cuando se tiene que hacer cargo de su hijo Armando, al que abandonó hace cinco años, pero esto no es sino una memez comparado con lo que le esperará en los días siguientes.

De principio a fin, la película se caracteriza por tratar la homosexualidad como algo totalmente natural. Aquí el que es gay no se viste de rosa, habla como Boris Izaguirre y anda como si desfilara en la Pasarela Cibeles, sino que es un hombre hecho y derecho como otro cualquiera con la única distinción de que le gustan los hombres y no las mujeres. Por tanto, no hay rastro de esos personajes andróginos vestidos de manera peculiar con los que muchos asocian a la homosexualidad, y apenas aparece un hombre con grandes músculos en las dos horas de película. De hecho, si exceptuáramos algunas escenas (como la que por primera vez en el cine venezolano muestra a dos personas del mismo sexo besándose) parecería tarea imposible discernir quién es heterosexual y quién no.

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En cuanto al plano actoral, sorprende bastante la interpretación del protagonista Diego por parte de Guillermo García. Al principio se muestra frío, como si la película no fuera con él, incluso se aprecian poquísimas dotes interpretativas. Sin embargo, en cuanto la trama se desarrolla y la borrasca aparece en el horizonte, el rostro de Diego se convierte en un torbellino de sensaciones y en cada escena en la que aparece retumban los truenos ante el desasosiego que muestra. Esto es algo que se puede extender a la gran mayoría del reparto, cuya credibilidad va claramente de menos a más conforme avanza el metraje.

Hay que ponerle un “pero” a la película y es que los últimos diez minutos, que van hasta las cejas de moralina, hacen difícil que permanezca algún residuo de crítica social por el camino. Evidentemente, cualquier película que se atreva a mostrar una relación homosexual en un país tradicionalmente conservador en este aspecto merece toda felicitación y elogio por el riesgo que atañe una producción así. Pero para que la crítica hubiera sido más profunda y duradera, habría que haber diseñado un final más a la altura, porque el que nos ofrece Azul y no tan rosa parece más cercano de un mundo imaginario y buenrollista que de La Tierra. En cualquier caso, la cinta que firma Miguel Ferrari merece ser vista y aplaudida ya no sólo por erigirse como una obra artística que intenta romper con el rechazo de la sociedad, sino porque cinematográficamente nos ofrece bastantes minutos de calidad y, pese al bajón final, no deja mal sabor de boca.

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