Arianna (Carlo Lavagna)

Arianna no esconde sorpresas, se dedica a expresar situaciones. Aún no ha comenzado la película y ya somos conocedores de su situación, mental y física. Sabemos que ella se inicia como una Arianna y que durante el relato será otra totalmente distinta. Pero no quiere dejar cabo sueltos, y nos confirma que al nacer tuvo otra identidad, antes que padres y médicos intervinieran en su cuerpo.

Arianna es franca, quiere hacer que prevalezca un mensaje por encima de todo. No intenta crear un opinión sobre la situación que vive, quiere retratar el descubrimiento de Arianna, algo que hubiese funcionado exactamente igual con otra persona, con otros problemas distintos.

El director decidió que el relato partiera de este punto desigual, en el que nosotros conocemos secretos que la protagonista ni siquiera sospecha. Lejos de ser injusto, solo se intenta evitar la sobreexplicación, y compartir de un modo más natural la exploración de esta joven. Desde un inicio deja sola y desnuda (más de un modo metafórico) a Ondina Quadri para que, a través del descubrimiento de su cuerpo y el capricho del sexo, conozca su verdadera esencia.

El film busca dibujar a Arianna, pero se queda corta en cuanto al desarrollo de su drama personal, que intenta anular con rapidez cuando asoma cualquier reducto de debilidad. Parece una necesidad ser abierta y optimista cuando te das cuenta que cualquiera puede elegir por ti.

Arianna crece en la soledad, la intimidad se supera cuando nadie interviene y parece forzada cuando el resto abre la boca. Porque aunque se radiografía a Arianna y se decide hacer en un caserón solitario en cualquier pueblo costero de Italia, esa necesidad imperiosa de lidiar con el silencio obliga a utilizar el recurso de actuar con otros personajes, para que le den pistas que permitan desarrollar sus propios interrogantes.

Esas preguntas llegan a través del cuerpo y el sexo, aunque la película no se conforma con ser una simple ‹coming of age›, o instaurar sus situación en la sociedad, es algo más unido al autoconocimiento, más palpable que sentimental, aunque la verdad desconocida sea absolutamente revolucionaria para la protagonista.

En vez de incomodarnos, nos sentimos partícipes de caricias, dolores y curiosidades que van desarrollando la verdad, a la que parece no tener que enfrentarse, solo descubrir.

Aún así, el conjunto se asume como un diario de hechos constatados, y resulta más bien complicado formar parte de lo que ocurre con Arianna, tal vez es más inocente el modo de narrar de lo que pertenece a una historia de esta envergadura, por lo que reblandece algo que se disponía a emocionar al público.

Es curioso que de un personaje tan rico en matices acabemos cruzándonos con una amalgama que se podría definir con gran variedad de frases surgidas de libros de autoayuda tipo «yo soy la ganadora de mi vida» o promocionales tipo «la aventura de vivir» por unos flojos encuentros con grupos de jóvenes, que más que diferenciar los resultados de unas mismas inquietudes juveniles, deja un tono rosáceo a lo “chicas de hoy en día” con el que no es tan fácil sentir apego.

Pero ver a Arianna sumergida en el agua, observando ese incierto momento en el que te aproximas a descubrirte, es lo suficientemente pacificador como para permanecer junto a ella.

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