Apples (Christos Nikou)

Es curioso que sigamos dándole vueltas a lo del «nuevo cine griego», pero las crisis se acumulan y el cinismo no consigue desvanecerse. No he decidido cómo encajar en el movimiento Apples, debut de Christos Nikou, pero empezaré por Canino. Allí, Nikou ejercía su labor de ayudante de dirección, y no podemos obviar la importancia de ese título para entender la fría estocada que íbamos a recibir por el mero hecho de acercarnos a curiosear en las neuras de los griegos. Sin embargo, encontrarse con Lanthimos no implica que Nikou abrace las pautas del cine griego de los últimos años sin importar las consecuencias. Hay algo de personal, empático diría, que choca de frente con lo que ya hemos conocido en multitud de títulos, y que convierte Apples en algo excepcional.

Viajemos en el tiempo. Gondry en 2004 dirigía Eternal Sunshine of the Spotless Mind (que aquí conoceríamos como ¡Olvídate de mí!) una película indignante por el mero hecho de monetizar el proceso del olvido, ese que a veces tanto ansiamos conseguir. De ahí nadie me va a sacar por mucho que en general se considere una película magnífica, más que nada porque no tengo intención de volver a verla para replantearme el concepto. ¿Y por qué me he acordado ahora de esta película? No porque haya ninguna particularidad que las asemejen, simplemente Christos Nikous, junto a Stavros Raptis en lo que promete ser un tándem escribano futurible, describen el olvido colectivo como una posibilidad. Y este olvido sí lo compro.

Vale, puede que a base de ejemplos haya querido decir que el cine contemporáneo se puede hermanar con demasiada facilidad, que es sencillo etiquetar similitudes, hablar de referentes, movimientos, sacar conjeturas, detectar homenajes, plagios. Así, sin equidistancia ni miramiento alguno. Pero antes de aferrarme al reduccionismo, paremos un momento a comer manzanas con el protagonista.

Un hombre en una etapa atemporal donde la población pierde instantánea e irreversiblemente la memoria es lo que abre Apples. Ese hombre olvida y comienza el proceso de recuperación siguiendo las pautas de los médicos. Amnesia dicen que padece. Lo que podría sonar a apocalipsis o a drama enjuto, para Nikou es un calmo estadio de tonos grisáceos y ocres. Un otoño interminable, algo tristón, muy tirando a neutro. Para equilibrar la imagen, todo sucede a un ritmo pausado, sin entonación, con esa forma tan griega de declamar sin pasión un recetario de cocina. Es la belleza de la contrariedad.

Pero en Apples no hay sequedad de boca ni puñetazos en el estómago. Son muy sutiles las variaciones de escena, esas que nos descubren poco a poco el interior de su protagonista, como si primero peláramos la manzana, para después mordisquearla hasta llegar a su corazón. No solo va a ser Nikou poético con el uso de las manzanas en escena. El hombre se limita a seguir las propuestas médicas para volver a ser una persona integrada, capaz de recordar. Fotos de inane estaticidad se repiten en su álbum, como una prueba de haber estado ahí, haber vivido. Es solo un ejemplo de la validez de la memoria y el recuerdo, de su peso ya no mental, sino sólido y palpable, que nos persigue. En el film se van sembrando detalles, gestos e intercambios que hacen crecer a ese hombre sin sombra, le ofrecen un reflejo empático que acaba diferenciando las expectativas de su director del resto de griegos mofándose de la errática sociedad. Poco a poco le comprendemos y la sorpresa no es efímera, ni tampoco impactante, simplemente nos abre las puertas de un modo que, por la manía de comparar, nos sorprende.

Nos podemos creer que la distopía es vital para la historia, que el humor subsana su mala baba mezclando propuestas totalmente irracionales con la utilidad de generar recuerdos, pero ese hombre incapaz de sonreír (aparentemente) es el que nos va a llevar a un punto de agotamiento, de reconciliación y comprensión con el que no contábamos. Y ahí se esconde la nueva palabra, la vuelta de tuerca, la inesperada aceptación del ser con su propia psique y el recuerdo, quién sabe si vacío, siempre certero, que irremediablemente nos hace humanos, vecinos, cercanos.

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