Apolonia, Apolonia (Lea Glob)

Suelo tener cierto prejuicio al enfrentarme a documentales sobre artistas, ya que hay cierta tendencia a un formato aburrido y obsoleto dónde que se coloca una entrevista en voz en ‹off› y fotografías sobre la obra. Se olvida completamente el medio, el lenguaje, el proceso y al artista, se reduce a observar algunas obras con alguna anécdota entretenida de fondo. Pero de vez en cuando aparece una película que me hace recuperar la esperanza en este género. Como paso con Dash Snow en Moments Like This Never Last, con Antonio López en El sol del membrillo y, de una forma muy diferente, ofreciendo una visión actual de la mujer artista, con Apolonia, Apolonia de Lea Glob. Se produce ese fenómeno donde alguien se siente tan fascinado por un artista que decide seguirlo el tiempo que sea necesario, en este caso durante 13 años. Y después de muchos montajes, acaba consiguiendo encapsularlo todo en un par de horas, pero que prevalecen mucho más en nuestra memoria.

Todo empieza en 2009, cuando Lea Glob, la directora, conoce a la estudiante de bellas artes Apolonia Sokol. En sus primeros encuentros decide grabarla atraída por algo magnético, ese mismo magnetismo que hace que no podamos despegar la mirada de la pantalla desde que vemos su rostro en silencio, fumando en el salón. Apolonia empieza a contar su historia en las visitas que le hace Lea al teatro en el que vive, un teatro fundado por sus padres y que ahora quieren destruir. Lea se da cuenta de que no es la primera en sentir la necesidad de grabarla, ya que sus padres tuvieron esa misma necesidad: grabaron como se conocieron, como la concibieron (registrado en una cinta, en la que hay una advertencia donde dice que hasta los 18 años no podría verla, si bien nos confiesa que la vio antes), cómo nació y sus primeros años de vida. Creciendo en ese último resquicio de la bohemia parisina, que recuerda a esa visión idealizada que tenemos del París de las vanguardias, donde Cocteau, Buñuel, Picasso y muchos otros formaban un teatro de lo absurdo. Tal vez crecer en este ambiente haya hecho que no se pueda separar de su obra, ya que ella se ha convertido en la obra. No se plantea otra cosa que no sea crear o, mejor dicho, expeler lo que lleva dentro.

Después de la parte inicial, llena de personajes que parecen sacados de La vida de bohemia, conocemos a Oksana Shachko, artista y cofundadora de Femen, a quien Apolonia acoge en su teatro junto a otros miembros de Femen. En esta especie de albergue comunitario, lleno de artistas y activistas, se crea una amistad donde las dos conviven y crean juntas. Están perdidas en su juventud, pero hambrientas por entrar en un mundo complicado que no está diseñado para ellas. Finalmente, se ven obligadas a abandonar el teatro, su hogar, y mudarse a un pequeño piso donde no cabe su imaginación, por no decir sus pinturas.

Sigue su viaje sola después de acabar los estudios, por Nueva York y Los Ángeles, donde conoce a un coleccionista de arte que la contrata para pintar 10 cuadros al mes. ¿Por qué comprar sólo el arte cuando es mucho más barato comprar al artista? Lea la sigue en este viaje donde por primera vez vemos a Apolonia sin ser ella, vemos como se disipa esa aura en su figura y en su obra. Después decide volver a Europa, cambiando continuamente de lugar hasta regresar a su hogar; entonces empieza a abrirse camino entre la maleza, entrando en un mundo artístico diseñado para hombres y esclavo del capital. Mientras, también se entremezcla la vida de esa persona que siempre estuvo presente y que vimos en reflejos o en ocasiones donde Apolonia agarró la cámara. Lea, la otra artista del documental, entra en el diálogo.

La decisión de la directora de incorporarse en el documental y también contar su historia hace que esta pieza se salga de la norma. Toma un tono más experimental y más íntimo, si cabe, para hablar del crecimiento, de la amistad y de la maternidad. La obra de Apolonia pasa un segundo plano. Tal vez no es esa pintora la que nos interesa ahora, sino la que está escondida detrás de la cámara. A través de Apolonia también habla de ella y de otras mujeres, consigue crear un retrato privado, pero a su vez generacional y critico. Esbozando un personaje que siempre parece en busca del tiempo perdido, que aprovecha cada segundo del su vida pero sin encontrarse a sí misma. Aunque al final parece que lo consigue, lo consiguen.

Una de las virtudes, entre muchas de las que tiene el documental, está la perseverancia de la directora para conseguir plasmar sus vidas durante 13 años, todos los debates, reuniones, risas y procesos que viven las dos. Consiguiendo a su vez crear un hilo entre la vida de Apolonia y su obra. Al principio, su pintura está saturada de elementos y caótica, influenciada por sus raíces y por su hogar, el teatro. Después, pasando a algo más minimalista e interno, retratando a gente de su entorno, para terminar en la obra que produce en Estados Unidos, donde parece estancarse al igual que lo hace ella. Hasta llegar al final, donde la experiencia aprendida en este viaje se plasma en la obra, vuelve su personalidad y se conjuga con su estilo. Se ha consagrado como una importante pintora europea contemporánea y en estas fechas se encuentra una exposición retrospectiva en el museo ARKEN de Dinamarca.

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