Angela Schanelec… a examen (II)

Con el estreno de Música la cartelera recibe a una de esas cineastas en el punto de madurez adecuado, y es que si bien su carrera se extiende justo antes del inicio del nuevo siglo, no sería hasta su antepenúltimo largometraje The Dreamed Path, con el que compitiera en Locarno por el Leopardo de oro, que el nombre de la cineasta empezaría a tomar un distinto relieve cuya confirmación ha llegado a través de sus dos últimos trabajos: tanto la citada Música como una Estaba en casa, pero… que fue la primera en llegar a nuestros cines por parte de la bávara.

Es por ello que se antoja indispensable acercarse a un cine que se despliega desde una narrativa poco convencional, en torno a elipsis donde la información es percibida por el espectador de forma frugal: Schanelec huye en ese gesto de cualquier exceso explicativo, encontrando en cada pequeño segmento e incluso en cada gesto la expresividad de un cine para el que no existen la grandilocuencia y los subrayados, y que únicamente se expone desde una vertiente más emocional en ese fabuloso empleo que realiza de la música —algo que se percibe a la perfección en obras como su tercer largometraje, Passing Summer—.

Nos encontramos, pues, ante un cine que en ocasiones genera contrastes con una facilidad inusitada, algo que sucede por ejemplo en Marseille, su cuarto trabajo en el terreno del largo, en el que durante su primer acto apenas percibimos diálogo alguno —más allá que ese inicial donde la realizadora nos introduce en la situación de la protagonista, Sophie, que accederá a un intercambio de casa para así poder visitar la ciudad francesa—, para acto seguido, en cuanto haga migas con un lugareño, introducirnos en una dilatada conversación a la que solo pondrá fin la molesta presencia de un conocido del muchacho.

Esa desigualdad, que bien podría asumirse como casual, entre el periplo solitario de Sophie junto a su cámara y el diálogo que se dará cita justo después de un tramo enmudecido, no hace sino definir las constantes del cine de Schanelec, ante todo deslizando una tesitura que determina el mismo: lo insondable de una trayectoria vital que queda desgranada en secuencias desde las que proyectar ese vaivén, esa incerteza que nos rodea y que al mismo tiempo describe la inestabilidad a la que puede llegar a verse sometido nuestro recorrido, encontrando de este modo distintos motivos que lo definen pero que no siempre funcionan como un todo, pues en él no hay absolutos de ningún tipo.

La obra de la cineasta se podría definir así como una constante transición que no se detiene en los estados, y que si bien puede definirlos en más de una ocasión, huye de una profundización que se dirime entre idas y venidas, entre momentos precisos desde los que ir dando forma a una serie de ideas que definen la inconcreción vital; o, dicho de otro modo, describen una inestabilidad que precisamente deriva de falsas expectativas o de acontecimientos que se dan casi sin quererlo, construyendo de este modo un cine donde puede reinar el desconcierto, pero ante todo posee una claridad que quizá resulte insondable a ojos del espectador en más de una ocasión, pero no deja de tener razón de ser en esos puzles que presenta, incluso cuando de ellos se apodera un temerario paroxismo —tal y como sucedía en su Places in Cities—.

No obstante, y lejos de hasta donde puede uno llegar (o no) ante su cine, cabe destacar una admirable voluntad evolutiva, un hecho que se podría considerar lógico e incluso obvio, pero sin embargo en el caso de la bávara toma nuevas (e inesperadas) direcciones: si bien encuentra en la narrativa un motivo principal de su cine, no se aferra a unas constantes que fluctúan y ofrecen siempre distintos estímulos, ya sea en lo visual —ese trabajo con la iluminación y los oscuros en Summer Passing y Places in Cities— o sonoro —el uso de una música que en Marseille, por ejemplo, permanece casi ausente—, haciendo de cada nuevo contacto una experiencia que, pudiéndose relacionar con otras previas, ofrece nuevos caminos tan inescrutables como lo es una esencia que sin lugar a dudas merece la pena continuar explorando en busca de formas que, por ahora, no parecen haber encontrado su fin (que no cometido).

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