Andrés Wood… a examen

En Chile el loco es un molusco cuya carne se cotiza mucho en el mercado asiático y diversos restaurantes de lujo en todo el mundo. También es una especie en extinción por lo cual las autoridades solo permiten su pesca durante unos pocos días al año. Canuto, un buscavidas al servicio de un millonario japonés recluta a su amigo Jorge, un antiguo buzo que ahora trabaja en la construcción. Los dos acuden hasta una isla del sur para participar en la campaña de recogida del preciado molusco. Así da comienzo la fiebre del loco.

El director chileno —también coguionista junto a René Arcos y Gilberto Villarroel— realiza su tercer largometraje en coproducción con México y España, aunque todo el rodaje fuera en diversas islas chilenas como Puerto Gala y Puerto Montt. Gran parte del mérito ambiental, sonoro y visual se debe a un entorno marítimo rodeado por algunos riscos y los paisajes dominados por la desembocadura al Océano Pacífico. Un escenario húmedo, rodeado por un cielo cubierto permanente que parece aflojar solo en las noches de farra, tascas y prostíbulos con las que alargan su estancia los buzos y pescadores.

Andrés Wood planifica con una soltura envidiable la puesta en escena, embriagadora en los planos generales del poblado o los picados en aplomo captados desde una grúa, para presentar algunos escenarios. Sin descuidar el detallismo en el seguimiento de la psicología de los personajes a través de sus primeros planos, planos medios y conversaciones. Durante el primer tercio del film mantiene un equilibrio entre la épica de los pescadores sin descuidar el tono intimista con el que aborda sus relaciones personales, porque la película comienza desde un tono cercano al género de aventuras cuando presenta a Canuto, el protagonista, un estafador en toda regla capaz de embaucar y embarcar en su viaje a Jorge, un viejo amigo apasionado del buceo. El aliento aventurero sale reforzado con la introducción de Sonia, propietaria del bar al que acuden los buzos además de un romance antiguo que vuelve a brotar con el protagonista. Y el personaje de Nelly, una joven y divertida camarera que se enamora de Jorge. En este punto del largometraje el desarrollo de la historia se acerca más al de una comedia romántica que se sigue con entretenimiento, aunque tal cambio de género convierte la película en un producto de consumo popular que no pierde dignidad pero sí el tono místico y crítico sobre la avaricia que se proponía en principio.

A pesar del cambio de rumbo argumental en el metraje, el nervio cómico se agradece por varios episodios entre las prostitutas que acuden con su autobús remolcado sobre una embarcación. Lo más interesante en el segundo acto son todos los avatares que suceden entre ellas, los hombres del pueblo y las esposas de estos que vigilan la evolución de los acontecimientos, como si fueran parte de un coro griego que comenta lo que acontece en la pantalla.

Con el vaivén de las barcas de pesca, el chapoteo del agua que marca el transcurso de los días y sobre todo de las noches en la cantina, la película continúa virando hasta el melodrama mezclado con los elementos cómicos anteriores. Ya es tarde para regresar a la épica o el descubrimiento cuando los sucesos se tuercen en una ficción dominada por los roles femeninos que marcan el compás desde la calma. De hecho esta importancia de las mujeres en la acción descrita por el largo se manifiesta en las actuaciones naturalistas y orgánicas de las actrices frente al tono más pendiente del gesto o presencia de galán masculina. Vencen en escena Tamara Acosta junto a Loreto Moya, frente a Emilio Bardi y Luis Dubó. Esta mirada conciliadora y feminista es un rasgo que caracteriza otros films del cineasta, además de su capacidad para saltar en la misma película de un tono genérico o dramático a otro registro más ligero. Sumado a su capacidad de remontar un estancamiento en el desarrollo del metraje que resurge milagrosamente durante los diez minutos finales, gracias al giro de los acontecimientos y ese tremendo plano secuencia general de la lancha de Canuto, a la que persiguen todas las embarcaciones de los pescadores.

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