Alternativa | La gran familia (Fernando Palacios)

En la secuencia que construye el final feliz de La gran familia (Fernando Palacios,1962) se reúne el numeroso elenco protagonista alrededor de un gran regalo, uno que representa el avance tecnológico y simboliza la prosperidad española del desarrollismo franquista: un aparato de televisión. Un aparato que comienza a sustituir a la radio como el gran medio de comunicación de masas global y que tiene un papel fundamental en el relato. En la misma secuencia, uno de los hijos lanza un cohete agradeciendo a Dios haber recuperado a su hermano Chencho en Navidad. En tan sólo un par de planos, la narración sintetiza las claves discursivas de este filme familiar costumbrista, con elementos naturalistas tan propios de la cinematografía española, que defiende los valores tradicionales y el catolicismo asociados al prometedor panorama económico que se abría entonces —cimentado sobre el aumento de natalidad, la preparación de las nuevas generaciones con el acceso a la educación y el consumo como motor del país—.

Todo esto se propone argumentalmente a través de una estructura episódica, siguiendo el paso del tiempo de las estaciones, en la que se aborda las complicaciones en el trabajo del padre Carlos (Alberto Closas), los malabarismos en la gestión doméstica de su esposa Mercedes (Amparo Soler Leal) y las vicisitudes en los estudios, la celebración de la Primera Comunión, las primeras relaciones amorosas y el paso a la adultez de sus hijos. Los exámenes finales, la relación entre los numerosos hermanos y hermanas, los reveses laborales del cabeza de familia —de profesión aparejador— se muestran como auténticas minucias al existir esta cercanía familiar y el amor entre los esposos, que se exalta de manera sistemática. Esta exitosa cinta de la época cumple los requisitos propagandísticos del régimen, incluyendo la típica representación de esa supuesta armonía entre clases sociales en una relación libre de conflictos de la que se benefician mutuamente del crecimiento y las oportunidades de negocio, sin ningún tipo de mirada crítica. Algo que se podría encontrar, por ejemplo, en otro título emblemático como Las chicas de la Cruz Roja (Rafael J. Salvia, 1958), también producida y coescrita por Pedro Masó, que buscaba trasladar con éxito a España un estilo de comedia italiana muy popular en la década de los años cincuenta.

La representación de la realidad, siempre edulcorada e idealizada, se realiza sin que se filtre rastro alguno del contexto social y político, salvo para hacer referencias al plan de apoyo a las familias numerosas que el estado sostenía o la boda de la entonces Princesa Sofía de Grecia, todo un evento histórico que permitía soñar con los cuentos de hadas —y el regreso de la monarquía—. También al cine, que provee a La gran familia de un cierto sentido autoconsciente de fantasía aspiracional. Por muchos impedimentos y reveses que experimenten, por muchas letras que tengan que pagar, siempre aparece la ayuda del padrino (José Luís López Vázquez) para solucionar problemas o las increíbles habilidades contables y de ahorro de la esposa que permiten, por supuesto, pasar un mes de vacaciones en verano en un complejo hotelero de la playa en Tarragona. Los diálogos rápidos e ingeniosos con juegos de palabras y dobles sentidos, la comedia de situación que potencia la presencia de José Isbert en el papel del abuelo y esa ligereza de tono que presentan los conflictos, ayudan a subrayar el lado más melodramático de su narrativa por contraste.

Una faceta que se apropia de la cinta hacia el final de su metraje, apelando a la audiencia dentro y fuera de la ficción con un recurso muy sencillo y eficaz: la desaparición de un niño pequeño, del que se han hecho cargo una pareja sin hijos que pretende quedarse con él. Un drama que se percibe muy artificioso, pero que permite ensalzar el incansable trabajo de las instituciones y los medios de comunicación al servicio del ciudadano a la hora de resolver la situación. También, sellar ese pacto tácito de comunión entre todos los españoles por el bien común y mostrar las recompensas que el destino tiene preparado a quien se mantiene fiel a la familia, el pilar fundamental sobre el que se edifica la idea de sociedad del momento y el futuro del país.

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