Alice Winocour… a examen

Viendo los más recientes trabajos de Alice Winocour como directora (Proxima, 2019) y también guionista (Mustang, 2015) se puede empezar a perfilar unos intereses temáticos y narrativos transversales a su obra. Sus protagonistas parecen buscar siempre su propia identidad enfrentada a una jerarquía social que pretende definirla en base a unos cánones preestablecidos. Unos cánones que buscan perpetuar relaciones de poder que sustentan nuestras sociedades. En el caso de Mustang y Proxima, la perspectiva de género es clave para el análisis de su discurso. La lucha por autonomía sexual y personal de las hermanas protagonistas de la primera —encerradas en una casa que replica la opresión que existe fuera de ella— o la búsqueda de la realización individual de la aspirante a astronauta interpretada por Eva Green en su largometraje más reciente, enfrentándose a los condicionamientos, las expectativas y las exigencias asociadas a la maternidad se pueden filtrar también desde otro punto de vista más interseccional en lo político en Disorder (2015). El protagonista Vincent, un soldado con síndrome de estrés postraumático tras su regreso de Afganistán, se dedica a trabajos de seguridad privada. Justo cuando le encargan proteger a la esposa de un turbio hombre de negocios la amenaza se fusiona con su mediatizada percepción del mundo que le rodea.

Disorder presenta una estructura extraordinariamente simple y lineal para un thriller de corte conspiranoico, que evoca a aquellos típicos de la década de los setenta en Hollywood. De trasfondo y ambientación los elementos relacionados con el clima político internacional y la lucha contra el terrorismo islamista dentro y fuera de las fronteras de las potencias occidentales están siempre presentes. El personaje de Matthias Schoenaerts y su disociación de la realidad, su alienación, es constantemente el centro del punto de vista narrativo de la película. Momentos con cámara lenta y manipulación del sonido, su obsesiva atención a detalles mínimos —cuya mirada sigue la cámara atenta— dejan claro su distanciamiento respecto a las personas y la sociedad que está entrenado para proteger. Winocour juega con la ambigüedad de un personaje perdido y confuso entre sus iguales, incapaz de distinguir ahora fácilmente quienes son sus enemigos o sus aliados. Pero también eleva este conflicto a la dimensión social, cuestionando las lealtades y el papel de este personaje dentro del sistema. ¿A quién está supuestamente protegiendo, a los civiles o a las mismas estructuras de poder que se saltan las reglas y prescinden de cualquiera que vaya contra sus intereses usando todo lo que tengan a su alcance?

Durante muchos minutos la directora gestiona de manera extraordinaria las expectativas con un desarrollo ambivalente y repleto de tensión, que nos hace cuestionar la naturaleza de la desconfianza extrema de Vincent en su misión de proteger a Jessie (Diane Kruger) y su hijo. Su paranoia se contagia al espectador mientras nos acerca a su psicología y ella intenta hacer vida normal ignorando indicaciones, tal como intenta llevar su existencia ajena a los negocios poco éticos de su marido, un traficante de armas. Y es a través de ella que el soldado ve una posible vía de reconectar con el mundo y su propia humanidad, a pesar de las contradicciones que implica. Las contadas escenas de acción se muestran contundentes y crudas, con el foco en la lucha por la supervivencia, la descripción de la violencia per se y la respuesta emocional de los protagonistas.

Son los personajes y su extraña relación lo que en verdad mueve el interés del relato desde el primer momento. Los detalles de la trama que los pone en peligro resultan casi irrelevantes, aunque a grandes rasgos sirve para interpretar fácilmente el sentido de lo que ocurre. Jessie y Vincent son dos caras de esta dualidad entre aquellos que se benefician del statu quo, que prefieren ignorar cómo se sustenta hasta que las circunstancias fuerzan el reconocimiento, y los que están dedicados a protegerlo sin espacio para dudar de su función. Un abrazo espectral entre ambos acaba siendo el símbolo —tan bello y amargo al mismo tiempo— de una dependencia y gratitud imposibles de admitir explícitamente sin la culpabilidad y responsabilidad inherentes de mantener una sociedad que necesita de guardianes que sacrifiquen su humanidad para defenderla a cualquier precio por muchos que sean sus horrores.

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