La alternativa | Coup pour coup (Marin Karmitz)

El filósofo Walter Benjamin afirmaba que cuando la clase trabajadora iba a ver una película al cine estaba viendo en realidad a los actores enfrentándose a las máquinas, las cámaras, desafiándolas. Las mismas máquinas a las que durante su jornada laboral se encontraban sometidos los trabajadores se podían convertir así en instrumento de su liberación. El denominado “cine social” debería llevar esta idea básica sobre el poder político del cine también a mostrar y cuestionar la realidad y nuestro enfrentamiento cotidiano con la maquinaria literal y metafórica del sistema en la que estamos inmersos. En 1972 mientras una serie de huelgas y protestas de mujeres trabajadoras del textil mayoritariamente se extendía por Francia tras los hechos acontecidos en mayo del 68, el que fuera fundador de la emblemática productora, distribuidora y exhibidora de cine de autor mk2 —Marin Karmitz— estrenaba Coup pour coup. En ella usaba como base la iniciativa de las mujeres de un taller de costura para obtener mejoras en sus condiciones de trabajo, llevándolas a la ocupación de las instalaciones de la fábrica como medida de presión ante su patrón. Todo porque la mecanización de las fábricas no es que haya permitido liberar al trabajador de su carga de trabajo, sino que le somete al ritmo de trabajo que le imponen las máquinas.

Karmitz rueda esto de forma rigurosa desde el punto de vista de las trabajadoras en un estilo cercano si no indistinguible en muchos momentos al documental, que tiene siempre en cuenta la dimensión social del relato. Esto se traslada a la nula personalización de la situación de las trabajadoras y a eludir por completo la individualización del drama. Se presenta una circunstancia concreta que en los primeros minutos del film establece hábilmente siguiendo la rutina de la jornada laboral mientras una voz en off concreta algunos aspectos de la frustración que palpita en el ambiente. Aquí subyace la principal diferencia respecto a otra película también del mismo año con una premisa similar, Tout va bien (Jean-Luc Godard, 1972), cuya mirada era estrictamente externa y su aproximación formal estaba diseñada para hacer visible al espectador en todo momento los mecanismos del dispositivo de ficción que construía. Aquí el realismo se basa de manera rigurosa en transmitir verosimilitud recurriendo por ejemplo a utilizar también a actrices no profesionales —obreras provenientes de las mismas factorías que el director visitó para documentarse sobre estos movimientos de protesta—. La verdad no está contenida en desvelar lo falso de la cinta sino en que el reflejo y el reconocimiento del público sea total.

Desde esta concepción del registro de la organización y la lucha obrera, el resto de elementos son considerados factores externos si no directamente como adversarios u obstáculos en la consecución de sus objetivos. La presión social de los cuidados y tareas domésticas, la respuesta policial, los intentos de sabotear la protesta desde la misma represión en el lugar de trabajo, los ataques fascistas o el servilismo institucional de los sindicatos tradicionales se exponen bajo la mirada exhaustiva de la cámara a lo largo de su metraje, que se integra en elementos narrativos como la mezcla del ruido de las máquinas con el seguimiento de la responsabilidad diaria de una de las trabajadoras de comprar y cuidar a sus hijos. Esas labores de cuidados sirven de contraste entre los hombres que apoyan de verdad su lucha y los que no alcanzan a comprenderlo. Pero también hay espacio para exponer la idea de la solidaridad obrera y de los campesinos unidos en la misma lucha o la extensión a otros sectores de sus reivindicaciones. Coup pour coup es un ejemplo paradigmático del retrato del capitalismo como sistema que no sólo no está a favor de la vida sino que está en su contra, como una estructura económica basada en la explotación y la desigualdad que se perpetua gracias a la connivencia de los mismos poderes que deberían representar nuestros intereses.

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