Una semana en Córcega (Jean-François Richet)

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Este aura de seriedad impostada, de barata reflexión moral que plana por toda la película de Jean-François Richet impide que sea tomada como una comedia divertida. De la misma forma, esta tendencia a la comicidad poco inspirada, más bien panfletaria y reduccionista, impide que sea entendida como una pieza seria. Es decir, ni sus gags facilones ni su falsa trascendencia resultan convincentes. Y lo peor de todo es que nada de lo mencionado se debe al hecho de contar con un argumento absurdo o con el planteamiento de unos acontecimientos poco verosímiles (sin encontrarnos ante ninguna maravilla, cuando menos no se puede negar la credibilidad de lo que se narra); sino que más bien se debe a esta tendencia aleccionadora y a la abusiva reiteración en la que el guión cae constantemente. Para decirlo en pocas palabras, básicamente estamos ante la exposición de un conflicto que, por ser de un carácter (aparentemente) cómico, se espera que actúe como el pilar maestro de todo el esqueleto de la película. Pero lo cierto es que una vez expuesto poco jugo queda para sustraerle.

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De acuerdo. Una pareja de hombres de edad madura decide compartir las vacaciones en una casa de veraneo de Córcega, acompañados por sus respectivas hijas. El primero está convencido de que el distanciamiento que experimenta con su esposa es una situación transitoria. El segundo vive felizmente divorciado. Al parecer, ambas actitudes son despreciables. Pero aún dejando aparte el descarado posicionamiento moralista que la película toma respecto a los dos protagonistas, todo empeora a partir de la primera noche que estos comparten. El hombre casado (aunque por poco tiempo) flirtea con una joven mujer, por lo visto mucho más madura que él, siempre dispuesta a recordarle con una regañina cuan incorrecta está siendo su actitud. No obstante, el verdadero drama lo desencadena el segundo, quien medio borracho y deslumbrado por la belleza de la inmadura i adolescente hija de su compañero termina dejándose atrapar por su red de seducción. Y a partir de este momento nada nuevo sucede en lo que queda de película. Una y otra vez se nos muestra cuan primario es el comportamiento del “seducido” y cuan limitado es el intelecto de su amigo por no darse cuenta de la situación. Nos lo muestran una vez. Y otra. Y otra.

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Cabe reivindicar, digámoslo todo, la brillante interpretación de Vincent Cassel, cuya insistencia en tomarse en serio su trabajo (a pesar de la ridiculez del material con el que cuenta) logra incluso arrancarnos alguna carcajada (esas caras de fingida indiferencia, su esforzado disimulo ante las situaciones embarazosas, tan evidente a ojos de los testigos y tan sutil para quien no conoce la situación -es decir, su ignorante amigo-…). Nada despreciable es tampoco la actuación del resto del reparto, mereciendo especial atención el caso de Lola Le Lann, actriz de 19 años que debuta en este film con una más que convincente interpretación. No obstante, dado que Alice Isaaz interpreta a un personaje cuyo objetivo es sentenciar la moral defendida por el filme, y la exagerada insistencia con que el personaje de François Cluzet es tachado de soberano zoquete, dichos personajes no hacen más que remitirnos a la ridiculez de la totalidad del producto consumido.

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