Refugiado (Diego Lerman)

Refugiado de Diego Lerman es una muestra paradigmática de un tipo de cine de autor asentado en un evidente sustrato social que, ante el deseo de desmarcarse del tono panfletario, la aridez expositiva o el maniqueísmo que a menudo caracterizan esta clase de filmes, da una serie de soluciones narrativas alternativas tan voluntariosas como irregulares. Dicho de otro modo: si por su mera intención de innovar en el ámbito del cine social la propuesta resulta muy estimulante, es una lástima que dicha innovación no favorezca en absoluto la tesis de la obra.

En este sentido, para denunciar un tema tan importante y candente como el de la violencia de género, Lerman estructura la trama como si de una road movie se tratara, al relatar la huida del hogar de la embarazada Laura (Julieta Díaz) en compañía de su hijo de ocho años, Matías (Sebastián Molinaro), tras haber recibido la primera una brutal paliza por parte de su esposo.

Refugiado

Puesto que madre e hijo son los personajes centrales de la historia, la película se mueve en dos niveles discursivos: uno que corresponde a la mirada de Laura, y que se ciñe más a las convenciones del cine social, por tanto con una marcada búsqueda del realismo mediante diferentes recursos propios del cinema verité: cámara al hombro cogiendo a los personajes por la espalda, luz natural, abundancia de planos generales, etc.; y otro que corresponde a la mirada de Matías, quien, dada su juventud, todavía es capaz de ver el mundo con ojos de asombro y fascinación. De ahí esas imágenes de un lirismo abstracto con las que el niño contempla el paisaje nocturno tras los vidrios de un coche o la poesía cotidiana de la lluvia cayendo sobre un jardín de recreo vacío, una escena que culmina la entrañable secuencia de Matías y su pequeña amiga en el refugio de mujeres.

De esta forma, Lerman palia la dureza de la historia y muestra un lado positivo de la vida incluso en la desesperada situación en la que se encuentran Laura y su hijo, lo que resta fuerza al mensaje de Refugiado, más que nada porque el dramatismo de lo narrado, en general, se encuentra muy contenido, y por tanto hace innecesario el contrapunto amable.

Y lo mismo sucede con la decisión de convertir a Fabián, el maltratador, en una presencia sin rostro; pues si bien a priori ello debería haber servido para darle una inflexión más terrorífica a su insistente acoso, dado que no se trata de una persona de carne y hueso, sino de una “entidad” amenazadora, sin embargo el miedo de Laura no queda tan explícito como debiera, pues son sus actos, y no sus gestos o emociones, los encargados de vehicularlo, lo que a la postre le otorga una involuntaria superficialidad al retrato del marido y deja desequilibrado el cimiento temático del guión en relación a algo tan crucial como el porqué se genera este tipo de violencia machista.

Refugiado

En cualquier caso, el mayor desacierto del filme se da en la parte final del mismo, cuando Laura y Matías logran refugiarse en casa de Antonia (Marta Lubos), madre y abuela, respectivamente, de los dos protagonistas. Y es que la vivienda de Antonia se encuentra ubicada fuera de la urbe, en un entorno natural cuya agreste belleza evoca la idea de plenitud primigenia y edénica, donde además la presencia de lo femenino es predominante, encarnada no sólo en el medio salvaje y “gestador”, sino también en Antonia y su vecina Marta (Sylvia Bayle), mujeres ancianas vinculadas a la idea de clan, maternidad y protección. Más allá de lo que este simbolismo tenga de canto admirativo al eterno femenino, subyace en él un cierto pesimismo, al insinuar que solo la huida de las convenciones sociales establecidas y una vuelta a los orígenes matriarcales pueden dejar un resquicio de esperanza a las mujeres maltratadas. Y semejante idea es doblemente contraproducente para la temática de la cinta dado que es justamente Laura quien, por miedo, no agota todas las posibilidades que le ofrece el sistema; un comportamiento que termina por abocar a su hijo, y a sí misma, a una situación mucho peor.

Para colmarlo, la historia se cierra tras un elipsis brusca que carece de significación alguna, narrativamente hablando, lo que da al espectador una sensación de precipitación y trivialidad que, de nuevo, no parece casar con la intención última de la película, esto es, la denuncia del estado de indefensión y terror al que muchos hombres someten a aquellas mujeres que dicen amar.

En definitiva, por tanto, ¿qué puede destacarse de Refugiado, aparte de sus buenas intenciones? Pues la naturalidad de sus intérpretes, la belleza de algunas de sus imágenes y la larga secuencia en el refugio de mujeres, un microcosmos descrito con una sensibilidad e inteligencia que, por desgracia, no tiene continuidad en el resto del metraje.

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