High-Rise (Ben Wheatley)

El rascacielos que nos muestra High-Rise tiene poco que ver con esas colosales construcciones que normalmente sirven para alojar oficinas y sedes de prestigiosas empresas. No en vano, lo que esta edificación esconde es un complejo residencial que también se aleja bastante de una comunidad de vecinos al uso. Más cercana a algunos ejemplos mostrados por series televisivas que no citaremos por ser burdo cualquier mínimo intento de símil, los individuos que pueblan estas viviendas ostentan personalidades muy diversas en el fondo pero similares en la forma, dejando ver un agresivo carácter ciertamente común a varias producciones británicas y que podría encontrar su germen en cintas como If… o La naranja mecánica.

Ben Wheatley trata de formular un cóctel de lujuria, violencia y sarcasmo que en realidad esconde una crítica social en clave de distopía. Basada en la novela homónima de J.G. Ballard, High-Rise narra la llegada del médico Robert Laing a este colosal edificio denominado la Torre Elysium, entre cuyas paredes se encuentra la práctica totalidad de comercios y servicios que un ciudadano puede necesitar: supermercado, piscina, pista de squash, burdel y un sinfín más de sorpresas que encierra cada planta. Es decir, todos tus deseos al alcance de un viaje en ascensor. Fabuloso, ¿no?

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Pues no. Pronto se descubre que esta comunidad de vecinos no es más que una olla próxima a alcanzar su punto de ebullición. Wheatley, que ya demostró en Turistas (Sightseers) su excelente capacidad para contar lo peor del ser humano sin amilanarse, da rienda suelta al desenfreno y el caos. High-Rise se convierte así en una película que, sin una narración demasiado expositiva, busca sorprender escena tras escena. Una paliza por aquí, un polvo espontáneo por allá, la aparición de un personaje excéntrico entre medias, todo ello sirve para componer el pintoresco lienzo de High-Rise.

Tom Hiddleston es el intérprete encargado de poner rostro al doctor Laing. A través de su figura se describe el sentido humano que desprende su personalidad durante los primeros minutos de la cinta y cómo la relación con el resto de vecinos se encargará de ir moldeando ese afable carácter. Con un toque marcadamente psicológico (aunque no tanto de thriller, como se comenta en varios sitios), High-Rise exhibe una portentosa habilidad para sorprender y anticiparse a las reacciones del espectador, elaborando una historia que se construye mediante sus estímulos y no al revés.

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Pero si algo se le puede recriminar a High-Rise es su desmedida pasión por el exceso. Parte ineludible del espíritu último de la película, que el tono psicodélico impregne la mayor parte del film es tan necesario como prescindible es el excesivo gamberrismo que denotan sus imágenes y el propio estilo del cineasta. De una utopía administrada en prudentes dosis pasamos a un tripi cuyos bienintencionados propósitos sucumben en un clímax alargado y un poco cargante.

High-Rise se une así a la gama de adaptaciones cinematográficas de las novelas de Ballard, entre las que se encuentran El imperio del sol (para un servidor, la mejor película de Spielberg) o Crash, cinta de Cronenberg con la que es más fácil trazar comparaciones y que, sin entrar a valorar el material de origen, supera a la película que aquí comentamos. Pero lo que es evidente es que ni una ni otra son tan ambiciosas como esta High-Rise de Ben Wheatley, considerado ya por muchos cinéfilos como el director británico de referencia en esta década. Aunque su última obra no termine de rematar en algo notable, basta comprobar las filias y fobias que está despertando entre los espectadores para comprobar que el estilo y puesta en escena de este cineasta no dejan indiferente a casi nadie.

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