Andrew Dominik… a examen

Australia: tierra de ‹serial killers› y psicópatas. O eso podría intuirse a juzgar por sus producciones, ya sean de género (ahí están las cintas de terror Wolf Creek o The Loved Ones, o thrillers como la laureada Animal Kingdom e incluso Acolytes) o no (al otro lado de la balanza, obras de poso más dramático como Jindabyne o Snowtown). Todas ellas, sin embargo, posteriores al Chopper de Andrew Dominik, y aunque atribuirle todos los méritos a la cinta protagonizada por Eric Bana no sería justo (ya existían títulos más enfocados al cine de terror o al thriller en Australia anteriormente), algún cambio debió evidenciar el neozelandés en su obra para que toda una generación de cineastas haya decidido reflejar el lado más oscuro del país oceánico sustentándose en aspectos que explotan lo visual y hacen hincapié en una violencia que cada vez alcanza cotas mayores. Menos casual parece si tenemos en cuenta que Chopper arrasó en multitud de festivales a los que asistió, y no únicamente por la excelente labor de un Eric Bana que está realmente portentoso más allá de su transformación física a partir del segundo acto.

Con las primeras secuencias Dominik ya define el carácter de su film, tanto a nivel visual (donde una gama de colores fría dominará, habitualmente, el mundo de Chopper) como a nivel tonal: en ellas el protagonista se muestra como un ser inquietante, tan capaz de asestar varias puñaladas a otro preso y reaccionar con una inconsistencia que uno no atisba a vislumbrar en un carácter tan fuerte (aunque también enfermizo, de ahí su inestabilidad) como de acercarse a su víctima con temple y gélida mirada para aclararle que allí manda él, que no hay alternativa posible.

Esa paleta cromática de sensaciones de lo más dispares se irá reflejando en las peripecias de un individuo que un día, sin comerlo ni beberlo, entró a formar parte de una representación de masas que quizá ni él mismo esperaba, pero que recibiría con los brazos bien abiertos a sabiendas de que las leyendas no se forjan con verdades y potestad, sino más bien a través de un sensacionalismo del que el personaje interpretado por Eric Bana no parece presa en ningún momento.

Es ahí donde el cineasta aprovecha para engarzar un discurso, quizá el más débil y menos poderoso de toda su carrera (y por ese mismo motivo, el mejor de todos ellos debido a la no-reiteración del mismo), que nos habla sobre el hábito de una sociedad viciada hasta tal extremo que es capaz de convertir a un psicópata en estrella principal de la función y hacer que su novela sea un triunfal ‹best-seller› capaz de llevar a cantidad de inconscientes a laurear a un criminal hasta el punto de mandarle cartas con fotografías en el lugar donde Chopper cometió un crimen.

Criminal este que no se siente tal, que aboga en su defensa por las bondades de finiquitar a cuantos más traficantes mejor, por el mero hecho de haber corrompido el crimen organizado. Quizá es por ello que cada vez sorprende menos el voluble carácter de un protagonista que al final remarca en ese desequilibrio rasgos psicopáticos que le inducen a actuar como lo que es, un monstruo creado por una sociedad expectante por designar nuevos ídolos sea cual sea su índole social.

No obstante, y lejos de lo que pudiera parecer por secuencias ciertamente crudas, que sorprenden por su veracidad y otorgan el contrapunto idóneo a un film que, sin ser excesivamente violento, refleja a la perfección la violencia que sí supuraba el ambiente que rodeó a Chopper, también se deja entrever en ella un fabuloso humor negro que sirve en no pocas ocasiones como catalizador para diluir un entorno que, si bien no se podría describir como tenso, sí tiene algo de viciado y desesperanzado, característica que Dominik volvería a repetir de nuevo en su recién estrenada Mátalos suavemente.

Con ello se completa un trabajo en el que uno no termina de imaginar sus lindes, pues más allá de su tímido (y necesario) mensaje, no se sabe bien si es un ‹biopic› acerca del personaje en cuestión, o no es más que un thriller que busca retratar ciertos aspectos de la indolente sociedad en que se enmarca. La cuestión es que Dominik no se encarga de juzgar al personaje ante el espectador, simplemente arma su relato con una pericia narrativa fuera de toda duda y la acompaña de aspectos que a unos resultarán más interesantes que a otros, pero que no condenan el film ni para bien, ni para mal. Disfrutarlo es una de las opciones, como también lo es disfrutar con la actuación de un Eric Bana superlativo, al que no se puede achacar que su esfuerzo esté concentrado en meros cambios físicos, ya que en el primer tramo de la cinta demuestra que, sin ellos, es igual de demoledor y creíble, construyendo la figura de un criminal que sería capaz de mirar a la cara a la mismísima muerte y, por qué no, acuchillarla si es menester, sin pensar en las posibles consecuencias. Porque así es Chopper, y así lo reflejan Dominik y Bana: tan nervudo, implacable y desquiciado como una película que nunca sabes hacia donde te llevará, pero a buen seguro deleitará a los aficionados de cine de género.

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