Wendy (Benh Zeitlin)

En 2012 irrumpió en el panorama cinematográfico el director Benh Zeitlin con su primer largometraje, Beasts of the Southern Wild. En aquella película ya se podía encontrar un estilo formal completamente desarrollado, con ideas estéticas y de construcción del punto de vista único sobre la experiencia de la niña protagonista (Quvenzhané Wallis) y la mirada sobre la realidad que la rodeaba, que se veía invadida por elementos de naturaleza fantástica como vehículo de expresión de las situaciones y emociones a las que se enfrentaba. Si en aquella destacaba su especial sensibilidad para describir el universo infantil proyectado sobre el reducido universo de la región de Luisiana en la que transcurría la historia, ahora Wendy supone un paso más allá en la elaboración de una narrativa subyugada por completo a la percepción del entorno como fuente inagotable de imaginación y vivencias únicas de la protagonista que da título al filme. Se trata, por supuesto, de una adaptación libre del Peter Pan de J. M. Barrie, que ya ha sido llevado a la pantalla grande en multitud de ocasiones. Esta vez la ambientación del relato arranca en un restaurante del Estados Unidos rural del sur. Allí trabaja Angela, la madre de Wendy y sus dos hermanos gemelos Douglas y James. Un día el tren cercano —en el que tiempo atrás huyó el pequeño Thomas, que quería ser pirata— vuelve a pasar por delante de su casa y, atraídos por la extraña figura de un niño que salta de vagón en vagón, se suben rumbo a lo desconocido, dispuestos a vivir aventuras.

La joven Devin France toma todo el peso de la narración. Es a través de sus ojos y peripecias que descubrimos lo que le espera en su próximo parada: una isla habitada por un grupo de niños perdidos, que jamás crecen por las propiedades mágicas de un ser sobrenatural conectado a ese especial territorio. El encadenamiento extremadamente dinámico de secuencias del montaje —con el uso tan reconocible de acciones paralelas y contrapuntos— vuelve a tener una importancia y fuerza plástica extraordinarias, apoyada por la banda sonora compuesta por el propio Zeitlin junto a Dan Romer, un recurso con el que busca tanto cohesionar la edición como sublimar emocionalmente cada plano en el que se escucha sus notas. La cercanía del seguimiento de la cámara a los niños, la fragmentación de la acción con planos rápidos y la utilización del formato 16 mm, con la versatilidad que proveen las dimensiones reducidas del equipamiento de rodaje, complementan a la perfección la intencionalidad de capturar cada gesto y diálogo sin perder el contexto de las increíbles localizaciones naturales de la isla de Montserrat, situada en el Caribe, donde la protagonista descubre la belleza y el sentido de la maravilla por la propia vida.

La resignificación de los elementos originales de la obra en que se basa es constante. Las hadas, el origen del capitán Garfio y su barco, la peculiar capacidad de volar de Peter… todo tiene su interpretación conectada directamente con las características geográficas del lugar y la evocación visual. Las posibilidades de evocación de las historias —y en este caso el cine— es sobre lo que el director cimenta de hecho gran parte de las resonancias fantásticas, construyendo lo magia sobre la relación sensorial con el entorno de los niños y el vínculo que consigue crear entre el espectador y sus sugerentes imágenes. Con su idea de capturar con autenticidad y realismo el relato, vuelve a plantear de forma continuista con su anterior cinta la proyección expresionista de los temores y deseos de los niños a través de los elementos fantásticos que incluye, pero también del mismo paisaje. El poder de la narración se perfila aquí como uno de los ejes temáticos centrales. Un poder sanador, salvador y didáctico que a través de la creación de historias compartidas permiten superar cualquier tipo de obstáculo. Pero no entendido como un poder ajeno a la vida, sino que se trata de uno que emana de nosotros mismos con el paso del tiempo, en nuestra relación con nuestros seres queridos y con el aprendizaje, el dolor y la felicidad que experimentamos al envejecer.

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